Dicen que hay tierras...

El movimiento independentista en Cataluña ha vuelto a situarnos a todos los españoles ante los peores fantasmas de nuestra historia. Tenemos que abordar la tarea de perfeccionar nuestro marco constitucional para reconstruir la convivencia.

Terrible y desolador. Solo son esas las palabras que vienen a mi mente cada día cuando me levanto al punto de la mañana y oigo, y escucho, las noticias cotidianas. Así es como únicamente me digo a mí misma que podemos definir lo que nos está pasando. Hemos logrado en muy poco tiempo olvidar lo mucho andado y retornar a nuestras más lúgubres miserias.

Todos los días oímos a casi todos los protagonistas de nuestra historia expresiones cada vez más grandilocuentes y que dejan menos espacio al otro. Pretendiendo defender nuestra posición con argumentos exclusivamente racionales, achicamos los espacios a quienes no piensan como nosotros hasta un punto casi asfixiante. Patria, democracia, represión. Las palabras parecen haber perdido su utilidad como herramientas de comunicación y se han convertido en armas. Las banderas se han convertido en símbolos de algo que solo unos pocos interpretan y otros muchos secundan sin reflexión. Legalidad, derechos, legitimidad.

Hemos asistido impasibles a la generación de unos líderes pretendidamente carismáticos a quienes el bien común poco les importa. Todo parece estar escrito en piedra y haberse vuelto inalterable, pero la Historia con mayúscula puede ser reescrita a gusto de los caudillos. Independencia, unidad, igualdad. Los valores que defendemos todos se reinterpretan una y otra vez sin el más mínimo pudor. Cada día se adapta el discurso para que siga siendo útil a objetivos que casi nadie conoce. Los valores que se consideran eternos son cada vez más volátiles. No se propone que el único objetivo del que gobierna debe ser la mejora permanente y estable del nivel de vida de sus gobernados. Se creen llamados a formar parte del martirologio patrio, ya que eso será lo que haga que sean recordados. Nadie opone a sus argumentos lo que todos perdemos en este choque inútil y estéril.

Hace ya tiempo que las razones para destruir España en aras de una trascendencia que ningún bien revierte fueron rechazadas por la mayoría de nosotros. Pocos pensaban hace poco que desgajar Cataluña podía convertirla en un remedo de una Suiza mediterránea, rica y próspera. Pero todo esto parece que se ha olvidado y el temido sentido cainita de nuestro país vuelve a campar a sus anchas. Qué pocos años nos ha durado el comprender que solo juntos somos más y mejores. Qué triste es ver cómo compatriotas nuestros más allá de Fraga aceptan de forma insensata el argumentario de unos pocos que, cargados de razón, se autodenominan antisistema. Qué poco enriquecedor es ver cómo no somos capaces de mostrar a nuestros hermanos el error en el que han caído y que sí somos aptos para atender a sus muchas y justas reclamaciones. Las guerras de banderas solo son eso, guerras. Y, más pronto o más tarde, suponen dolor y víctimas.

No alcanzo a explicarme cómo hemos llegado hasta aquí. Quizá porque el relato actual era tan increíble que ninguno pensábamos que fuera posible. Pero aquí estamos y de aquí debemos salir. Los españoles debemos saber aceptar que nuestro país, y sus leyes, son perfeccionables. Que lo que se hizo se puede mejorar.

Hoy en día también siguen existiendo las llamadas a rebato en favor de ideas imposibles y destructivas. Las propuestas de secesión de Cataluña ya han demostrado con creces que solo van a suponer un seguro empobrecimiento. Aunque sus líderes no quieran reconocerlo, si sus intenciones se llevaran a efecto habría muchos que tendrían que parafrasear a Labordeta y cantar eso de ‘diuen que hi ha terres a l’oest on es treballa i paga’. Pero no conseguiremos que recapaciten si solo ofrecemos el retorno a una situación anterior que, nos guste o no, ha facilitado que la demagogia se haya propagado como fuego en un pajar. Se aplique la ley que se aplique, desde hoy mismo todos podemos hacer algo para que la gran mayoría de los ciudadanos de Cataluña vuelvan a sentirse compatriotas nuestros y sientan que el proyecto sigue siendo común. Los golpes, sean con porras o con mástiles de banderas, no lo van a conseguir. Nos toca pasar página y pasar del ‘procés’ al proceso.

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