Gente decente

Ante el griterío y las generalizaciones que desprecian y banalizan, conviene recordar que en España hay mucha gente decente entre los colectivos señalados como diana: políticos, sindicalistas, empresarios, funcionarios, periodistas… incluso bancarios.

Hace unos días tuve el privilegio de visitar el despacho desde el que Adolfo Suárez convocó las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, de las que el 15 de junio hará cuarenta años. Es prácticamente el mismo desde el que Manuel Azaña presidió la República y también el edificio, hoy sede de las Secretaría de Estado para las Administraciones Territoriales, en el que estuvo la capilla ardiente de Carrero Blanco. En media hora de visita, se hace presente la historia contemporánea de España: la república, el franquismo, la democracia.

Y bajo los ventanales, el paseo de la Castellana de Madrid, y los ciudadanos, con sus afanes, pesares y opiniones. Desde el balcón desde el que se proclamó la República, piensas en cómo se ha olvidado la ilusión de la Transición y en que los políticos están entre los colectivos menos valorados por los españoles. Lo que, como toda generalización, es una gran injusticia. Sobran (y sobrarán) las personas que se aprovechan de sus cargos. Pero hay muchas más que dedican lo mejor de sí a trabajar y dar la cara por el común. Miles de alcaldes y concejales se ocupan de sus municipios, sin cobrar, cuando dejan el tractor, cierran la tienda o acaban sus clases. Y en todos los partidos, tanto de la vieja como de la nueva política, hay gente decente que no quiere ser más rica ni más poderosa, sino contribuir a una sociedad más equilibrada, solidaria y próspera.

Como es injusta la percepción tanto sobre el sindicalismo como sobre el empresariado. Que en los sindicatos se hayan atrincherado algunos cuadros pensando solo en sí mismos, no quiere decir que su labor no sea necesaria para defender a los trabajadores. Más, en tiempos de globalización, robotización y precariedad. Como lo son los empresarios si queremos que haya empleo y ciudadanos que generen recursos y paguen impuestos para redistribuir la riqueza.

En esta crisis de valoraciones también andamos los periodistas. Entre el mundo ‘Sálvame’ y la confusión que provocan las redes sociales, el periodismo de siempre sufre porque es eso, periodismo y no espectáculo. Las redacciones están llenas de profesionales que cuentan bien lo que pasa, contrastan los hechos desde la independencia de criterio y trabajan tanto para denunciar los abusos como para mostrar comportamientos ejemplares. Un trabajo (que no entretenimiento) muy necesario.

En el capítulo de comportamientos ejemplares están, sin duda, los miles de funcionarios que, entre recortes y estrecheces, atienden los hospitales, las escuelas y la seguridad, tres bienes diferenciales de nuestra sociedad que hay que defender cuando las liturgias ultraliberales denuestan la función pública. Se puede buscar la eficiencia, pero no debemos olvidar cuál es el corazón de nuestra Administración.

Y, tras la debacle financiera, en la diana pone ‘bancos’. Pues bien, incluso en este ámbito hay gente decente. Pudiendo tener comportamientos idénticos, no todo el mundo ha hecho lo mismo. Hace siete días renunciaba a su puesto Amado Franco Lahoz. Mientras las portadas de los periódicos daban noticia de las condenas por las ‘tarjetas black’, el aragonés cerraba 47 años de ejemplar vida profesional, 30 de ellos como director general y presidente de Ibercaja. Y lo hacía tras haber ido a contracorriente, sin escándalos de gobierno corporativo ni trato desleal a los clientes, y dejando en pie y con horizonte, desde Aragón, el octavo grupo bancario de España.

¿En qué coinciden políticos, sindicalistas, empresarios, funcionarios, periodistas o bancarios que ejercen su actividad sin pervertirla? Si observamos la trayectoria de personas que destacan profesional y humanamente, suman, de arranque, preparación en lo suyo, estudio permanente y visión de largo plazo. En el camino, subir escalera a escalera y con equipo. Y en todo el trayecto, tener unos valores alejados de la soberbia, la codicia y la indolencia.

Los retos que afrontamos son tan difíciles que, 40 años después de aquel 1977, deberíamos refutar las visiones catastrofistas y poner atención en lo bien hecho y en la mucha gente decente que hace posible que España sea un país en el que merece la pena vivir. Eso sí, con vigilancia constante para evitar la tendencia intemporal a las bajezas de la condición humana.