LIBIA

«Veíamos que se avecinaba algo gordo»

Un grupo de aragoneses acaban de regresar de Libia, donde realizaban un proyecto industrial.

Mario Sanz contempla las noticias sobre Libia, ayer en su casa en Zaragoza.
«Veíamos que se avecinaba algo gordo»
OLIVER DUCH

El súbito estallido de las revueltas en Libia, el pasado fin de semana, cogió a tres aragoneses en el país, donde participaban en un proyecto industrial. Ahora, de regreso, pueden explicar ya con más tranquilidad su experiencia. «Veíamos en el ambiente que se avecinaba algo gordo», apunta Mario Sanz, uno de ellos. Coinciden sobre todo en criticar la labor de la Embajada española, de la que no tuvieron noticia desde que dejaron sus datos.


Sergio Sanjuán y el propio Mario fueron los primeros en llegar -el miércoles de la semana pasada- a Misurata, la tercera ciudad del país y donde llevan a cabo el proyecto, contratado por una firma tunecina a la empresa aragonesa Taim Weser. Consiste en montar equipamiento para transportar pellez, material que se emplea para fabricar hierro. Llevan desde el verano de 2008 con esta tarea, que está a punto de concluir.


«Cuando llegamos el miércoles, había algún pequeño foco en Bengasi, pero sin importancia», explica Mario. El viernes, viendo que el conflicto se extendía, decidieron llamar a la Embajada en Trípoli. «Un secretario del embajador me pidió los datos y me dijo que la situación no era preocupante, que él mismo había salido a pasear por la ciudad. Les dije que, si las cosas empeoraban, me avisaran. Desde entonces, no hemos recibido una sola llamada de la embajada».


«Se oían ráfagas de metralleta»


El sábado vieron que la situación se complicaba: «Amanecimos con la noticia de que esa noche había habido ocho muertos en Misurata», señala Mario.


Ese mismo día estaba previsto que volara a Libia Alberto de Castro, el director del proyecto. «Hablamos desde Barajas con la embajada y me dijeron que allí hacían vida normal. Tras hablar con el cliente, decidí ir. Lo hice además porque allí estaban Mario y Sergio», apunta Alberto, que tuvo que pasar la noche en Trípoli al haber llegado tarde al país.


Esa noche en Misurata fue la peor. «Se oían ráfagas de metralletas y explosiones de mortero, y eso que el campamento estaba a cuatro o cinco kilómetros de la ciudad. La actividad fue muy continuada hasta las 3.30; en vez de dormir, me vestí y cogí el pasaporte y el dinero», narra Mario.


En la capital también hubo tensión, con «ráfagas de disparos» ocasionales. «La sensación es que teníamos que salir de ahí en cuanto pudiéramos», reconoce Alberto.


A las seis de la mañana, Mario y Sergio partieron hacia Trípoli con un chófer. «En esos 120 kilómetros nos cruzamos con al menos cinco controles militares. Los soldados, críos de 18 años, nos pedían la documentación. ¿Miedo? Un poco; temíamos que nos encontráramos de repente en medio de alguna revuelta», cuenta.


No surgieron imprevistos y los tres se reunieron en la capital, que abandonaron en un vuelo de British Airways hacia Londres por la tarde. En el avión, recuerda Mario, vieron a «muchas mujeres libias que viajaban solas con hijos».


Ayer, en casa, la mujer de Mario, Elena, rememoraba la experiencia con pavor: «Cuando el sábado apareció Misurata en las noticias, me tembló todo el cuerpo. Y encima no lo podía localizar».


Alberto, que conoce bien la zona, establece diferencias entre Túnez y Libia. «Son por completo diferentes: allí más jóvenes, son más abiertos y están más formados. Aquí hay muchísima más riqueza, pero la gente vive de forma austera y las clases sociales están más marcadas», analiza. Sobre lo que vaya a pasar en Libia, rescata el diagnóstico que le dio un socio tunecino: «Que Gadafi ha cruzado una línea de no retorno, y que o sigue en pie o acaba muerto».