EE.UU.

La 'Obamamanía' invade Washington

"`Obama, Michelle, Sasha and Malía!", gritaba el hombre. "¿Qué talla quieres?" No había esperado a que se la pidieran. El vendedor de Union Station asumía que todo el que se bajaba del tren quería una camiseta de la familia que desde mañana vivirá en La Casa Blanca.


Y no le faltaban clientes. Se calcula que unos cuatro millones de personas descendieron ayer sobre la majestuosa capital poblada de parques y monumentos que estos días parece Nueva York, por lo caótica y tumultuosa. O sea, seis veces y media más que toda la población del DC, y el 50% más de la metrópolis que se extiende por Maryland y Virginia.


Muchos pretendían escapar de los precios astronómicos que cobran los hoteles pisando el acelerador en la madrugada para llegar el día de autos y regresar con los bailes de gala. Eso era antes de que la policía y los servicios secretos anunciasen que la capital quedaría blindada casi 24 horas antes. Con los puentes cerrados, los accesos quedaban en manos del transporte público, y de ahí que el vendedor de Union Station tuviese una fila de clientes acorralados que salían de la estación por un embudo de bloques de cemento.


"`Oiga!", le gritaba una mujer a un policía. "Ahí en medio han puesto unas barreras en medio del paso y la gente tiene no cabe por ese paso tan estrecho que han dejado". Pero el agente no estaba para sermones. "¿Y si ponen una bomba y saltamos todos por los aires, le parece mejor?".


Ni esos encontronazos callejeros lograban torcer el ánimo festivo. Un contador marcha atrás en las pantallas de televisión marcaba las horas, minutos y segundos que faltaban para que Obama sea nombrado el primer presidente negro de EEUU. Y a medida que caían los números subía la exaltación en la calle. "`Platos de Obama! Llévese a casa un plato conmemorativo de este día", vociferaba otro vendedor.


Platos, vasos, tazas, gorro Hasta botellines de agua con la foto del nuevo presidente, que antes de hacer nada por el país ya se ha demostrado un éxito de 'marketing'. Es como si se pudiera volver atrás en el tiempo y estar presente en la toma de posesión de Kennedy o en el concierto de Woodstock. Sólo que en Washington hoy todo el mundo es tan consciente de que hace historia que no hay quien no le haya salido un pariente o amigo dispuesto a dormir en el sofá para poder colgar luego en casa el cartel que también se vendía en las calles: "Yo estuve en la inauguración de Obama".


No se hablaba de otra cosa en las calles. En el metro los extraños intercambiaban impresiones animadamente, sin poder contener la emoción. "No recuerdo ni una camiseta de Bush o de Clinton", le decía una mujer a otra. "Esto no se había visto nunca", la reafirmaba su vecina de asiento.


Spike Lee, Sarah Jessica Parker, Tom Hanks El rey de la CNN Larry King lo llamaba en su ronda por las tradicionales fiestas de gala "la invasión de las celebridades". "Esta noche hay seis cenas, una de ellas en homenaje a McCain, y Obama va a ir a todas", contaba una mujer a su amiga por teléfono, "pero para entrar en esas hay que haber donado 10.000 dólares. O 50.000", dudaba.


Los más acaudalados han tenido que compartir danza con más de 400 personas sin recursos, incluyendo a los sin techo, que durante tres días han vivido como ricos en el hotel JW Marriott gracias a la generosidad del empresario Earl Stafford, que se ha gastado dos millones de dólares en invitarlos a los festejos de Obama.


Pantallas de 42 pulgadas en las habitaciones, tuxidos en el armario, botella de champagne en la habitación, peluquera, maquillista Y luego, algunas de las fiestas más codiciadas, con el hijo de Martin Luther King en cabeza, y puede que el propio Obama.


Mil invitados en cuatro fiestas, que si querían asistir tenían que interactuar con un tercio de beneficencia.


Todo con el espíritu de servicio público que el nuevo presidente electo puso en práctica ayer al pintar él mismo las paredes de un albergue para niños de la calle. "Estos jóvenes tienen un gran potencial que ahora mismo no se está aprovechando", sermoneó. "Dada la crisis en la que estamos y por lo que está pasando la gente no podemos permitirnos a nadie con las manos paradas. Todo el mundo tiene que involucrarse y arrimar el hombro".


Mientras, George W. Bush se afanaba en despedirse telefónicamente de los líderes del mundo mientras aún tenían que llamarle presidente. Mañana desayunará en Crawford. Ha llegado la hora de Obama.