ITALIA

La ciudad de los señores

Treviso, bastión de la Liga Norte, es el símbolo del choque provincial con la inmigración, pero también de la Italia más dinámica y cosmopolita, con empresas que triunfan en todo el mundo.

Treviso se imagina desde el resto de Italia como un lugar frío, antipático, adinerado y bastión de la Liga Norte, el partido secesionista de Bossi. Por abreviar, que son ricos, no quieren ser italianos y son un poco racistas. En algunos casos, mucho. Su alcalde durante una década, aunque en 2004 lo dejó obligado y ahora manda en la sombra, fue Giancarlo Gentilini, famoso por decir barbaridades. Otros dirigentes de la Liga no se quedan cortos. Con la campaña se desmelenan. Bossi ha hecho esta semana su llamamiento trimestral a las armas y Calderoli repite que va a encargar papel higiénico con los colores de la bandera de Italia.


Pero donde la política de la Liga se hace realidad es en estos pequeños municipios, como Treviso, con alcaldes muy brutos. Gentilini, por ejemplo, ha dicho que a los inmigrantes habría que vestirlos de liebre para dispararles, que se debe hundir las pateras a cañonazos y anunció una «limpieza étnica de maricones». Ha quitado los bancos de los parques y ha llenado las calles de cámaras. Un concejal, Giorgio Bettio, le superó hace poco: "Con los inmigrantes hay que hacer como las SS, castigar diez por cada cosa que hagan a uno de nuestros ciudadanos".


Sin embargo, luego la gente de Treviso es maja, y muy italiana. Estas localidades son pulcras, con tiendas de lujo, señoras ociosas en bici y caballeros con perros caros. Pero lo que reconcilia con la ciudad es saber que es el escenario de una de las grandes comedias del cine italiano, 'Signore e signori' ('Señoras y señores', Germi, 1965), un retrato despiadado de la vida de provincias, con gente golfa, vivaz, bromista, cotilla e hipócrita. Volviendo al sin par Gentilini, él mismo dijo que las mujeres de Treviso son "bellas, pero irremediablemente infieles". "Con la ley islámica no habría piedras en los Dolomitas para lapidar a estas adúlteras", reflexionó.


La película se ha reeditado en DVD y en la librería Canova, fundada en 1854, ya han vendido 3.000 copias, un fenómeno. "Seguimos siendo iguales", confiesa Luana, la dependienta. Lamenta que tengan fama de racistas, pero dice que la convivencia con los inmigrantes crea problemas. "Los necesitamos, y menos mal que están, pero otros llegan desesperados y hay delincuencia, yo tengo miedo de ir sola por la noche a casa", reconoce. Añade que con la Liga sólo hay seguridad, nada de cultura.


'Signore e signori', fresco de los señoritingos locales, se rodó en la Piazza dei Signori, y allí hay un bar que se llama como la película. "Antes éramos unos paletos, los pobres del norte, y ahora seguimos siendo unos paletos, pero con los bolsillos llenos de dinero", dice Armando, el dueño, filósofo de la barra. Se jubila dentro de 68 días y ha tenido siete trabajos, de la siderurgia al bar. Se está quedando ciego. Su sueño era ser gaucho en Río Grande del Sur. A este rincón de Brasil emigraron desde 1874 miles de vénetos, empujados por el hambre. Ahora los ricos son ellos. En el bar, diez de los once camareros son extranjeros. Rumanos, albaneses, macedonios. «No somos racistas, pero quien viene tiene que trabajar, no puede andar por ahí», explica. ¿Y la Liga? "Esos son unos analfabetos", sentencia. Tras pasar la vida trabajando es anticomunista, un gen de la mitad de los italianos. No puede ver a Veltroni. Para parte del norte, la izquierda es una panda de vagos.


Es innegable que la Liga representa un sentimiento definido. Llegó a 3,7 millones de votos en 1996, un 10%. Ha caído a la mitad, pero ahí está. Más allá de sus disfraces de vikingo y sus concursos de Miss Padania es un error creer que todos son racistas o independentistas. La izquierda lo ha comprendido tarde. La Liga canaliza un descontento concreto: dentro del hartazgo general de los italianos, el norte redobla la dosis porque creen ser los únicos que trabajan y pagan. "Somos autosuficientes, no necesitamos a Italia, al contrario", dice Veronica Balbi, 19 años, estudiante de filosofía, que reparte folletos de la Liga Norte. Pero ella misma está harta de la política y revela que la gente no quiere ni cogerle los pasquines, y eso que es el feudo de la Liga. Cree que subirá la abstención.


'Así perdemos el Norte' se titula un libro de Riccardo Illy, el del café, gobernador de la región del Véneto con el centro-izquierda. El libro, con el subtítulo 'Cómo la política está traicionado a una parte de nuestro país', ha tenido cierto eco. Su tesis es pesimista. Dice que la tentación secesionista o de fuga nace de la frustración de una clase empresarial, motor de Italia, que ve cómo Europa corre y ellos tienen el lastre de un país anquilosado. "Estamos perdiendo el Norte y en Roma no se han enterado, sólo reformas serias, con un federalismo y una nueva política fiscal podrá devolvérnoslo", dice Illy.


Esta tierra, antes mísera, es una cuna formidable de gente avispada, el corazón de la pequeña y media empresa nacional. Y ha dado italianos famosos, como Illy, que triunfan en el mundo. El símbolo es Benetton, en las afueras de Treviso. Madres con sus hijos entran en el complejo para que sirvan de modelo para las tallas de todos los niños del mundo. Benetton es un espacio vanguardista y verde, con los aparcamientos bajo tierra, que rebosa creatividad. "Tienes que estar atento a las tendencias, para saber captar por dónde va el mundo y anticiparte», explica una portavoz en el enorme departamento de diseño.

El éxito de Geox


Pero el ejemplo más reciente es Geox, primera marca de zapatos de Italia en sólo 13 años. Es obra de Mario Moretti Polegato, a quien un día se le ocurrió hacer unos agujeros en los zapatos porque se le recalentaban los pies. El zapato que respira es ahora un éxito mundial. Su fórmula es la idea, la patente y la investigación. Tiene claro cuál es el problema de Italia: "Una clase política vieja, llevan los mismos desde hace 30 años y no comprenden el mercado, hacen falta jóvenes. Por eso la globalización ha pillado a Italia, se ha salvado por la reacción de sus empresas, pero no por los políticos. Esto tiene que cambiar ya".


En los carteles de Benetton se ven razas y colores, pero ¿dónde están los inmigrantes de Treviso? No se ven. Se integran en la medida en que parecen italianos, como los del Este, pero con el color de la piel empiezan los problemas. Por fin se ven en la Plaza de los Señores dos negras, salen de hacer unos papeles en la prefectura. "Nos miran como marcianos, son muy racistas, no me acostumbro", cuentan Elodia Lescaille y su hija, Yaimara. Son cubanas y llevan diez años en Treviso, pero es como el primer día. "Mandas el currículum y está bien, pero cuando te ven se acabó", lamenta. A los negros sólo les dan trabajos ocultos. En casas, con ancianos o limpiando suelos. Tampoco conducen autobuses o vehículos municipales. A Elodia, en misa, le han llegado a retirar la mano con el saludo de la paz o a rechazar su dinero en el cepillo. Para ver asiáticos y africanos, miles, silenciosos, hay que salir de los muros de Treviso. Dentro se mantiene intacta la ciudad de los señores.