REINO UNIDO

El desmoronamiento de Brown

El laborismo teme, en víspera de las municipales, que ni su líder ni su Gobierno se recuperen de la caída en los sondeos.

El Gobierno británico intentaba este sábado convencer a los conductores de que no hagan acopio de gasolina porque una huelga en una refinería de Escocia, que obligará a cerrar un oleoducto que lleva combustible a Inglaterra, no hace peligrar el suministro.


El jueves, más de 2.5 millones de estudiantes se quedaron sin clase, por la primera huelga convocada por el sindicato de maestros desde hace 21 años. El sindicato quiere un aumento salarial del 4.1% y el Gobierno ofrece el 2%.


El mismo jueves, el ministro de Hacienda, Alistar Darling, presentó una serie de propuestas para paliar los efectos sobre las personas con menos ingresos de la eliminación del tipo más bajo (10%) del impuesto sobre la renta. Parlamentarios laboristas se iban a rebelar contra su Gobierno. El plan de Darling apagó el incendio.


Pero los conservadores de David Cameron presentarán este lunes una moción para reverdecer la crisis, porque el Gobierno ha dicho cosas contradictorias sobre el momento de aplicación del plan paliativo.

Sombras


¿Qué hace el primer ministro Gordon Brown? Lo que acostumbra, dicen sus críticos. Cuando las cosas se ponen mal, desaparece, para que otros sufran el desgaste.


Esta semana vivió otra desaparición. Marchó a Estados Unidos para entrevistarse con el presidente y los candidatos presidenciales, pero la presencia simultánea del Papa eclipsó al premier británico, cuyo itinerario, con sus propuestas para dar respuesta a la crisis del sistema financiero, pasó desapercibido.


¿Está el Gobierno de Gordon Brown sufriendo una crisis típica de mitad de mandato? No, dice la mayoría de comentaristas. Es el anuncio de la fase terminal del laborismo en el Gobierno. El último sondeo dice que Cameron y los suyos llevan una ventaja de 18 puntos.


Se acerca el primer aniversario del acceso de Brown a la jefatura del Gobierno, tras el destronamiento de Tony Blair, y los detractores del nuevo líder laborista han recuperado la sonrisa.


Brown ha sido retratado a menudo como un personaje de una tragedia shakespeariana, el hombre que ansía una posición que no puede ejercer. El retrato le presenta como un eficaz segundón, aquejado de deformaciones psicológicas que él ignora, y que, en el momento de lograr su ambición, queda deshecho por la confirmación de sus lacras.


En primer lugar, por su incapacidad para iluminar la escena política con esperanza. Brown agota en un plató de televisión. Su aire taciturno, sus facciones de hombre exhausto, su apelación a una ética del esfuerzo, son un remate letal en el telediario del final de la jornada, cuando los británicos se sientan en sus casas sumidos en la paradoja de la sociedad de hoy. Según los números, los británicos nunca han sido tan prósperos. Según los sondeos, nunca se han sentido tan inseguros e insatisfechos.

Maniobrero


El segundo problema no es de imagen sino de sustancia. Tras Iraq, la prédica llameante de Blair resultaba insoportable a una buena parte de los británicos. Brown se encaramó a la cima predicando austera honestidad. Pero los conocedores de los entresijos del poder presentan a Brown más bien como un maniobrero de la política politicastra. Lo confirmó pronto. Tras sus primeros pasos rumbosos, alentó la especulación sobre unas posibles elecciones anticipadas en otoño y el balance del episodio fue garrafal para él: apareció como un conspirador sin talla de estadista y, finalmente, como un cobarde, que amagó con golpear por sorpresa a los 'tories' de Cameron y luego se perdió en sus dudas.


Desde entonces, casi todo lo que toca se convierte en barro. Su reputación como eficaz gestor de la economía ha quedado dañada. Le criticaron por retrasar en exceso la respuesta del Gobierno a la debacle del Northern Bank y se enreda ahora en la derogación del tipo fiscal del 10%, que él introdujo en 1999. Lo derogó al mismo tiempo que reducía el tipo medio del 22% al 20%, en su último presupuesto como ministro de Hacienda, con el afán de burlar el avance cauto de David Cameron, una vez que los conservadores han optado por no asustar más a las clases medias.


Esta semana, las elecciones municipales en una tercera parte del país ofrecerán un mapa más exacto del estado de opinión, particularmente en Inglaterra, donde la ambigüedad política de Blair dio rédito al partido de la izquierda británica. Los laboristas piden a Brown que, pase lo que pase, sea valiente, radical, que ofrezca al fin una visión confiada de su ideario. Los dilemas de Brown son múltiples y él es un líder que a los ya existentes añade otros dilemas que acosan su intimidad.