REPORTAJE

El alto precio del fin del comunismo

El ingreso de Europa del este en el mundo capitalista ha ayudado a las antiguas clases dirigentes, pero ha hundido en la pobreza a las capas más desfavorecidas.

El fin del comunismo, tras la caída del Muro de Berlín en 1989, supuso para países sometidos a cuatro décadas de dictadura la recuperación de la democracia parlamentaria y la economía de mercado. Pero el capitalismo se implantó en el este europeo sin transición, en muchos casos de forma traumática: ha llevado prosperidad y consumo, así como la consolidación de una clase media, pero las transformaciones han golpeado con dureza a los más débiles.


Antes de 1989, la mayoría de estos países había experimentado un proceso acelerado de industrialización que mejoró el nivel de vida de la población y permitió avances importantes en educación y sanidad. Pero los países socialistas europeos no consiguieron superar en riqueza y bienestar a sus vecinos occidentales. En 1957, el PIB polaco era similar al español; veinte años después, España triplicaba el PIB por habitante de Polonia.


Países como Eslovenia, Chequia y Hungría se acercan ya a los estándares de bienestar de Europa occidental, pero en la mayoría de ellos los grandes beneficiarios de la 'occidentalización' han sido las antiguas nomenclaturas ligadas a los aparatos económicos del Estado socialista autoritario, que con frecuencia se han apropiado de manera irregular y a precios de saldo los activos públicos de sus países. También, las multinacionales y los sectores dinámicos de la población.


A los trabajadores de las antiguas industrias pesadas y tecnológicamente sin porvenir, los pequeños campesinos, los jubilados y los jóvenes con escasa formación profesional el capitalismo no les ha traído abundancia y bienestar. Y para miles de polacos, búlgaros y rumanos, la emigración sigue siendo la única válvula de escape para conseguir una vida mejor.


Década de los 90


A finales del siglo pasado se produjo una importante reconversión de las economías socialistas que provocó la destrucción de buena parte del aparato productivo, el aumento del paro y el desmantelamiento de las estructuras administrativas del Estado. Los nuevos gobiernos aplicaron políticas económicas ultraliberales basadas en la prioridad absoluta a la estabilización monetaria y al equilibrio financiero y descuidaron las necesidades de los sectores más vulnerables al cambio económico.


En 1993, el producto industrial registró su nivel más bajo en Bulgaria, Eslovaquia y Chequia; en el caso de Rumanía y Hungría, el declive alcanzó mayor profundidad en 1992, mientras que la recesión industrial de Polonia, que aplicó medidas de signo estabilizador antes que los otros países de la región de la mano de Leszek Balcerowicz, rozó su punto máximo en 1991.


Las políticas neoliberales, que hasta la fecha han sido aplicadas tanto por gobiernos de derechas como de izquierdas, han provocado el descontento de la población y en varias ocasiones la victoria electoral de los postcomunistas en países como Polonia, Eslovaquia y Bulgaria. "Teníamos que acabar con décadas de ineficacia económica y abrir nuestros países al mundo, modernizarlos y hacerlos competitivos", explica Danuta Walewska, columnista económica en el diario polaco 'Rzeczpospolita'.


Desarrollo económico


Tras unos primeros años de dificultades, de incremento del paro y de desmantelamiento progresivo de los servicios sociales del comunismo, Chequia, Eslovaquia, Eslovenia, Polonia, Hungría, Bulgaria y Rumanía viven ahora un desarrollo económico real que recuerda en algún caso el que experimentó la España franquista en los años sesenta y setenta.


El 'boom' se manifiesta en fenómenos como el aumento desenfrenado del consumo en una parte de la población y el auge de la construcción. Pero el desarrollo no ha podido corregir los nuevos desequilibrios sociales. "Hemos avanzado mucho, pero aún nos queda mucho por hacer, en Polonia tenemos que liberalizar otros sectores como la energía y el transporte y acabar con algunas trabas del pasado como la burocracia y la rigidez del mercado laboral", explica Danuta Walewska.


En una órbita distinta se sitúa el economista socialdemócrata polaco Tadeusz Kowalik. A su juicio, "en Polonia el choque de 1989 fue horrible; las medidas de Balcerowicz destruyeron la industria, dispararon la inflación, que llegó a superar el 600 por ciento, y hundieron a amplios sectores de trabajadores en el paro y la pobreza. El boom económico de los últimos años no ha conseguido mejorar el nivel de vida de mucha gente".


Según la Oficina Central de Estadísticas polaca (GUS), casi el 12 por ciento de la población (cinco millones de personas) vive con menos de un dólar diario, frente al 3 por ciento en Chequia, el 2,8 en Eslovaquia y el 2,15 en Hungría. Albania supera con creces el nivel polaco: la cuarta parte de la población del país balcánico vive con menos de un dólar al día.


Zbigniew Marcin Kowaleski, ex dirigente del sindicato independiente Solidaridad en Lodz (segunda ciudad de Polonia) durante el régimen del partido único, afirma que "el capitalismo ha enriquecido a una parte pequeña de la población y empobrecido a amplias capas sociales".


"Solidaridad no surgió para restablecer el capitalismo, sino para conseguir una sociedad justa y políticamente democrática, nuestros orígenes son autogestionarios y a favor de los consejos obreros, pero ganaron los derechistas, los que entregaron el país al capitalismo, los amigos de Lech Walesa, ligados a la Iglesia y partidarios de la economía de mercado", concluye.