ELECCIONES

Bélgica examina su identidad tras la caída del ejecutivo

Los sondeos dan como favorito a Bart de Wever, líder de los nacionalistas flamencos, en las elecciones anticipadas tras la caída del ejecutivo de coalición del democristiano Leterme.

Bélgica vive hoy el momento crítico que han soñado para ella los nacionalistas radicales flamencos estas últimas décadas: unas elecciones legislativas que podrían ser ganadas por una fuerza política abiertamente separatista. La ocasión es esperada, también, por nacionalistas de Europa que llevan años anhelando enjugar sus frustraciones en el modelo belga de ingeniería política.

El separatismo es, efectivamente, el gran tema subyacente en los comicios que hoy se celebran en Bélgica. Se trata de verificar si, como predicen las encuestas, los nacionalistas radicales del NV-A, que preside el temperamental Bart de Weber, serán la fuerza más votada en el norte del país y si, por ello, Bélgica acomete un nuevo proceso de reformas que vaciaría aún más de contenidos a la instancia federal en beneficio de las entidades federadas (las regiones), de modo que la entidad jurídica Bélgica termine por evaporarse.

Esa, la 'evaporación de Bélgica', es la idea preconizada por De Weber, a quien apoya un número impreciso de flamencos, pero que podría alcanzar el 25% de ese electorado. Sumados a estos votos, hipotéticos porque la indefinición está generalizada en el electorado como nunca antes, los de otras formaciones más o menos separatistas como la extrema derecha del Vlaams Belang, que reniegan del matrimonio forzado con la otra parte del país, Valonia, se apunta como posible que entre un 40% y un 50% de los votantes flamencos respalden el separatismo.

La progresión del NV-A ha sido espectacular. En 2007, este partido, resultante de una escisión del ya desaparecido movimiento separatista flamenco Volksunie, apenas contabilizaba un 3,7% de apoyos en Flandes y viajaba por la política en el transportín que le proporcionaba su coalición con los democristianos de Yves Leterme, la fuerza secularmente dominante en Flandes. A estos, el CD&V, el lenguaje separatista y los proyectos confederales que Leterme compartía con el NV-A terminaron pareciéndoles demasiado aventurados: rompieron la coalición y moderaron el discurso separatista. Y el socio del transportín les ha dejado muy atrás en intención de voto.

Hace meses, o años, que se busca una explicación al despegue del inconformismo y la radicalidad en Flandes. Los argumentos son múltiples: la percepción de que los flamencos pagan con impuestos elevadísimos la ineficacia de los valones está extendida. Lo mismo que la impresión de que el inmovilismo de los políticos francófonos hace imposible corregir la situación en el actual marco competencial.

El espectro político francófono está fraccionado y dividido. Sus recetas ante la embestida secesionista de De Weber son variadas: los humanistas (ex socialcristianos) de Joëlle Milquet piden el fuero (la extensión del territorio de Bruselas, de abrumadora mayoría francófona), mientras que los socialistas se venden por el huevo: quieren mejorar la financiación de la capital y su ministro-presidente, Charles Piqué, habla de una cifra de 500 millones de euros al año más.

Y los liberales, con mucho brío en Bruselas, cuentan con su alianza electoral con los radicales francófonos de Olivier Maingain, que reclaman el fuero y el huevo: la extensión del territorio de Bruselas y que la capital perciba los impuestos de la renta de quienes trabajan en ella (solo la de los flamencos es de 2.000 millones al año). Y la clase política flamenca no se entiende, ni quiere, con los liberales y con Maingain. Pero los francófonos tampoco quieren nada con De Weber, lo que hace posible que un francófono (Di Rupo, presidente de los socialistas del sur), sea el primer ministro de los belgas para pactar la gran reforma del Estado.