TERREMOTO EN CHILE

Bachelet recurre a la mano dura para recuperar la calma

El reforzado despliegue de los militares y la ampliación del toque de queda no logra frenar el vandalismo en las zonas afectadas por el seísmo

Soldados retienen, con sus armas, a los saqueadores
Bachelet recurre a la mano dura para recuperar la calma
AFP

En el escenario de ruinas dibujado por el brutal terremoto, seguido de un tsunami todavía más letal, los chilenos se enfrentan ahora al desafío del hambre, la falta de agua potable y electricidad, además de a una inusitada violencia desatada por vándalos armados que saquean viviendas y comercios. La presidenta, Michelle Bachelet, dispuso el envío de 7.000 militares más a las regiones del sur de Santiago declaradas zonas catastróficas.


Ellos y los 10.000 soldados que llegaron el lunes tratarán de garantizar la seguridad y frenar la violencia en Maule y Biobío, donde además se ha extendido el toque de queda.


"No abandonaremos a dos millones de chilenos a la suerte de un centenar de sinvergüenzas. Vamos a actuar con todo el rigor de la ley", advirtió Bachelet. Pero para vecinos y autoridades de las zonas afectadas al Gobierno le falta información y determinación.


El cuadro de violencia, denuncian, es más serio aún de lo que se cree en Santiago.


"Presidenta, lo que le cuentan no es así. Michelle, se lo suplico, estas familias corren riesgo. Se lo imploro, `ayúdenos! Estoy viendo en este momento con mis propios ojos cómo asaltan la municipalidad", suplicaba Marcelo Rivera, alcalde de Hualpén.


Vecinos angustiados coinciden en señalar que los militares disparan al aire, pero que nadie les hace caso. A los bomberos los apedrean y les quitan el agua con la que deben apagar los incendios.


Y con la noche llega el terror. La falta de luz convierte las calles en tierra de nadie. Los supermercados y muchas viviendas de Concepción, la segunda ciudad más poblada del país y la más cercana al epicentro, fueron los primeros objetivos ante la impotencia de los uniformados. Ello ha llevado a los supervivientes a organizar vigilias para defender sus vidas y los pocos bienes que les quedan armados con palos, hierros y cuchillos. Algunos también portan armas de fuego.


El amanecer tampoco garantiza ya la tranquilidad porque comenzaron a ser interceptados los camiones que llegan de Santiago con la ayuda de emergencia. "Nos asaltan las cisternas con agua, nos roban generadores eléctricos, no tenemos una gota de bencina (gasolina). Les ponen pistolas en el cuello a los bomberos. Por favor, `que nos ayuden!" clama Rivera.


La negligencia y el estado de las rutas, con profundas grietas, agrava la situación y demora la llegada del auxilio. Escasea ya el combustible y las comunicaciones se cortan con frecuencia.

795 muertos

Tres días después del seísmo de 8,8 grados en la escala Richter todavía un millón de chilenos sigue sin luz y un número apenas inferior de ciudadanos carecen de agua potable. Estas cifras no bajan. Sí se mueven las que registran las víctimas mortales. Se elevan cada jornada. Hoy el balance los muertos confirmados llegó hasta 795, la mayoría de Maule y Biobío.


Bachelet pide tiempo para dar a conocer el balance final, sobre todo porque todavía no se han evaluado los fallecidos víctimas de las olas de hasta quince metros que arrasaron la mayoría de los pequeños poblados costeros y los sitios de veraneo. El maremoto que siguió al temblor devoró viviendas y vehículos para confeccionar una estampa de horror: viviendas apiladas una sobre otra, a cientos de metros de donde fueron construidas; barcos varados en las ruinas de los comercios y decenas de coches con sus ruedas apuntando al cielo.


Las edificaciones sobrevivieron al terremoto, pero sucumbieron ante el mar. Sus moradores, habituados a la cultura de los tsunamis, salvaron sus vidas al huir hacia zonas altas tras el movimiento telúrico. Desde los cerros vieron cómo el agua se lo llevaba todo. "El sonido de destrucción no se puede describir", relataba un vecino.


En medio de la tragedia hubo también historias de extraordinario heroísmo. Como la de una niña de 12 años que dio la alerta de tsunami en la isla Robinson Crusoe del archipiélago Juan Fernández, a 600 kilómetros de la costa de Santiago. Martina Maturana, hija de un carabinero, percibió el terremoto, despertó a su padre y llamó por teléfono a su abuelo, residente en Valparaíso. Mientras hablaba notó desde la ventana la violencia de las olas contra unas embarcaciones y salió disparada hasta la plaza central de la isla para hacer sonar el gong que alerta de maremoto.