Gamila no quiere morir de hambre en la Franja

En el sur, en Rafah, se concentra la mayor parte de la población y es la zona en la que más alimentos entran desde Egipto.

Palestinos observan caer los paquetes de ayuda lanzados por EE. UU. sobre Gaza
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Kosay Al Nemer

Gamila nació el 16 de febrero y pesó 1,5 kilos. Desde entonces vive con su madre, Shifa, y cinco hermanos en la habitación de una escuela de Beit Lahia, al norte de Gaza, junto a otras treinta personas. Gamila (guapa, en árabe) es hija de una guerra que ha dejado aislada esta parte de la Franja. Su madre está desesperada porque no puede alimentarle. "Trato de darle pecho, pero como muy poco y tengo poca leche. Cuando llora trato de engañarle con agua o con un dátil envuelto en una venda para que chupe y chupe, pero no siempre le calma".

Su desesperación aumenta cuando a su alrededor no para de escuchar noticias sobre casos de bebés enfermos y muertos por culpa del hambre. "No hay leche, no hay vacunas, no hay nada", lamenta Shifa con resignación. El hambre y la sed se cuelan en las casas, sótanos, tiendas y colegios en los que sobreviven dos millones de gazatíes desde hace cinco meses. En el colegio de Beit Lahia hay días en los que Shifa y quienes comparten la misma habitación sólo tienen un plato de sopa para ocho personas. Nada más.

Israel bloquea Gaza por tierra, mar y aire. El suministro de agua potable y electricidad lleva cortado desde inmediatamente después de los ataques de Hamás contra las comunidades agrícola cercanas a la verja de separación del 7 de octubre. En el norte quedan cientos de miles de gazatíes como Shifa y la pequeña Gamila que desoyeron las llamadas a evacuar del ejército y allí apenas llega comida desde el exterior. En el sur, en Rafah, se concentra la mayor parte de la población y es la zona en la que más alimentos entran desde Egipto. Aun así, la economía de guerra y la escasez han hecho que los precios se disparen en los mercados.

"Esta vez estamos bien preparados para el ayuno porque en el mejor de los casos no comemos más de una vez al día. Yo he perdido ya ocho kilos", explica Kayed Hamad, trabajador humanitario en referencia al inicio del Ramadán. Sobrevive con su familia en un sótano del campo de refugiados de Yabalia, al norte de la Franja y, cada día que puede o encuentra transporte en un carro tirado por un burro, recorre los cinco kilómetros que le separan del mercado más cercano.

"Sólo quedan patatas pequeñas y están a diez euros el kilo. El arroz se paga a veinte, y es casi imposible de encontrar, como sucede con la harina blanca. La carne y el pescado han desaparecido de nuestras vidas y la fruta de mejor calidad que podemos comer es el limón", explica Hammad. A su dieta diaria han incorporado plantas silvestres como la jobisa, fácil de encontrar en invierno.

Cocina con leña y día a día reduce las raciones para estirar al máximo las provisiones. Su alimento básico es el arroz porque al principio pudo comprar 60 kilos, pero la reserva se va reduciendo y nadie sabe cuánto durará la guerra. "Todos hemos perdido peso, pero hay gente que está mucho peor, como ocurre siempre", lamenta Hammad, que conoce de primera mano casos como el de Shifa y Gamila.

En el norte de Gaza no hay agua mineral. Se bebe de los pozos. La ONU afirma que un 70% de la población consume agua salinizada o contaminada. En la parte sur, la más próxima al paso de Rafah, se pueden comprar botellas de agua mineral de litro a un euro. Otra cuestión es encontrar el dinero. En el sur funcionan los cajeros automáticos y se pueden hacer envíos a través de algunas compañías que siguen operando con Gaza, aunque en ambos casos hay que esperar largas horas y pagar altas comisiones. Todo es en shekel, ya no quedan dólares, euros ni dinares jordanos.

En la parte norte la economía funciona gracias a los comerciantes de la zona que tenían dinero metálico guardado en sus casas. Todo el que puede conseguir que alguien desde el exterior le haga una transferencia se apresura a ingresarla en la cuenta de uno de estos comerciantes para que éste le entregue el dinero en mano. El problema es que las transferencias a los bancos están muy controladas y en la mayor parte de ocasiones se echan para atrás y que todas estas operaciones dependen además de tener acceso a Internet, cosa que no siempre ocurre.

Bocadillos de falafel

Israel, hasta el momento, no ha asaltado Rafah, ciudad donde se concentran 1,5 millones de personas, la mayoría desplazados del norte y centro de la Franja. Mercados, comercios, bancos y cafés siguen operativos. "Todo está abarrotado de gente y los precios han subido mucho, pero encuentras latas de conserva, harina, arroz, patatas y, si tienes mucho dinero, incluso puedes comprar azúcar que ya supera los veinte euros por kilo", explica la periodista hispano palestina Huda Emad, desplazada en Rafah, donde su hogar es ahora el coche Peugeot de su canal de televisión.

Huda come los platos que prepara la suegra de uno de sus compañeros. "Judías verdes, potaje de berenjenas, patatas al limón. Todos sin carne, por supuesto, porque su precio resulta prohibitivo aunque hay carnicerías abiertas y se puede comprar kebab". Durante el día se mueve por Rafah en busca de historias y, "si encuentro una panadería abierta, compro pan o un bocadillo de falalel en algún puesto ambulante. Sin embargo, hay que andar con ojo porque te pueden mezclar cualquier tipo de legumbre cuando antes el falafel era sólo a base de garbanzo".

El sur fue una vía de escape durante las primeras semanas, pero pasa el tiempo y muchos de los que están allí se arrepienten de haber dejado sus barrios. Shifa no piensa moverse de Beit Lahia bajo ningún concepto. Seguirá en el colegio, que está pegado a la que era su casa, ahora destruida, y las tierras de la familia. "Espero que Gamila sobreviva y pueda crecer en Gaza, en su casa", dice esperanzada.

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