La misteriosa selva de Colombia que atrapa a los cuatro hermanos desaparecidos

Una espesura salvaje de 323 kilómetros cuadrados en la sierra de Chiribiquete se ha convertido en el lugar donde militares e indígenas buscan a tres niños y un bebé en continuo movimiento sin explicación lógica hace más de veinte días.

Vista general del área donde se encontró una huella en el bosque durante la operación de búsqueda de los niños
Vista general del área donde se encontró una huella en el bosque durante la operación de búsqueda de los niños en la selva de la Amazonia (Colombia)
Fuerzas militares de Colombia

Un territorio virgen de la civilización occidental, poco explorado y cubierto de frondosos árboles alberga a los cuatro menores desaparecidos hace ya veintitrés días en la selva de la Amazonia en Colombia. "Esa zona está rodeada de misterio". Así describió el abuelo de los niños el área de búsqueda. Revelar ese secreto es la tarea de las decenas de indígenas que se han sumado a los dos centenares de militares que llevan quince días rastreando las señales de vida que los hermanos Lesly (13 años), Soleiny (9), Tien Noriel (4) y Cristin (11 meses) han dejado a su paso con rumbo desconocido.

A bordo de helicópteros de las Fuerzas Armadas más de ochenta miembros de los Nukak, Coregueaje, Murui y Siona han desembarcado en el municipio de Solano. Se trata de la zona poblada más cercana al lugar donde se estrelló la avioneta en la que viajaban los niños en compañía de su madre, Magdalena Mucutuy, que falleció en el accidente. También murieron el piloto de la Cessna y otro pasajero.

En los próximos días se unirán indígenas de otras etnias para intentar que el cúmulo de conocimientos y tradiciones espirituales logren ubicar a los menores. Como un experto escuadrón de rescate, los hombres y mujeres de los pueblos ancestrales guiarán a las tropas con su instinto natural. Aunque el ejército prefiere los mapas, perros entrenados, helicópteros y gafas de visión nocturna, muchos de estos pierden valor según pasan los días sin resultado alguno. O cuando la ruta de los desaparecidos se vuelca hacia lo sobrenatural, según los nativos. El motivo de por qué los niños no se quedan quietos es la incógnita que intentan descifrar.

El 1 de mayo, la avioneta en la que viajaban junto a su madre se precipitó hacia el suelo en medio de la selva durante un vuelo que salió de la localidad de Araracuara con destino a la capital del Guaviare. El último registro que se tiene de la Cessna, un mensaje del piloto informando de problemas en el motor, la única cerca del río Apaporis. La hidrografía sirve de límite natural entre las localidades de Caquetá y Guaviare, en el sur del país, donde se concentran los esfuerzos para localizar con vida a los menores. Los pequeños lograron abandonar los restos del avión y, presumiblemente, echaron a andar en busca de socorro después del fallecimiento de su madre. El cuerpo de la mujer ha sido encontrado por los militares a varios metros de la aeronave.

Desaparecidos

Los niños han avanzado casi cuatro kilómetros desde el lugar donde se encontró hace siete días la aeronave, según las pistas que han encontrado los organismos de rescate. Una distancia que ofrece una idea de las dificultades que entrañan abrirse paso en la selva. El radio de búsqueda se extiende por gran parte del territorio de Caquetá. La llamada 'operación Esperanza' abarca un área de alrededor de 323 kilómetros cuadrados.

La región azotada por el conflicto armado desde hace medio siglo, que fue cuna de las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y que ahora aloja a las disidencias de esa guerrilla, es una zona históricamente abandonada por el Estado. La espesura de la selva es respetada hasta por los grupos insurgentes, que no se atreven a adentrarse en el bosque y se limitan a rodear las áreas pobladas, muy distantes entre ellas. El terreno es gobernado por los indígenas. Al menos seis etnias han hecho de esa parte de la jungla su hogar. Los macuna, tanimuca, letuama, cabiyari, yuhup y yauna conviven desde hace años con la naturaleza, a la que ahora piden protección para los desaparecidos.

Los miembros de los pueblos indígenas que residen en la zona van desde los 200 hasta los 5.000. Reivindican detener la deforestación de la selva cerca de sus asentamientos y viven bajo sus propias leyes. Pescan, cazan, tejen su ropa y cultivan alimentos. El contacto con las demás poblaciones es muy escaso. Y con el resto de Colombia, casi nulo. De hecho, algunas de estas etnias funcionan al margen de cualquier dictado del Gobierno.

La mayoría de los grupos ha vivido oculto en la selva hasta fechas recientes. Se sabe de ellos solo desde hace unos sesenta años y el último censo fue en 2005. No obstante, han sufrido la peor cara de la sociedad. Su territorio ha sido invadido por cocaleros, grupos armados y colonos. Las poblaciones más cercanas a la urbanización han sido objeto de enfermedades comunes de quienes viven en la ciudad. Los niños suelen ser reclutados por la guerrilla y algunos grupos están en riesgo de "extinción". Cada vez son menos los integrantes que conservan al cien por cien sus tradiciones.

Un biberón, un refugio improvisado, una goma de pelo, unas tijeras y restos de frutas son muestra de que los niños no se doblegan ante las adversidades del bosque. Pertenecientes a los uitoto, una población indígena con más de 6.000 miembros, los hermanos ya residían en la selva amazónica. Conocedores de los peligros y las bondades que ofrece la zona tienen una capacidad de supervivencia que sólo se logra después de nacer y vivir en la jungla. Alejados del mundo, las comunidades ancestrales han creado su propio manual de vida que ahora es secundado por los niños. Forjados en la selva húmeda tropical, han aprendido sobre el uso y manejo de los recursos naturales.

Las últimas señales que ha encontrado han sido unas pequeñas huellas que se negaron a ser borradas por la lluvia. Las pisadas, que al parecer se dirigen hacia el parque de Chiribiquete, el terreno natural protegido más extenso de Colombia, dan indicios de que aún están vivos. Las huellas, una detrás de otra, fueron descubiertas en la orilla de un riachuelo. "Los niños están vivos. Defendemos a la madre naturaleza que es como la madre para nosotros. Creemos que ella los cuida y les da el sustento para sobrevivir a esa situación", aseguró Miguel Romario, quién pertenece a los Jirijiri.

Con origen en la ribera de las acaudaladas vertientes del gigante río Amazonas, los niños se mueven sin descanso alrededor del río Apaporis, que tiene numerosas cataratas. Su virulento caudal lo han mantenido históricamente a salvo de la minería ilegal, las expediciones científicas o los comerciantes, conservando por ello sus selvas casi intactas. El área de la búsqueda presenta un elevado estado de conservación con muy poca transformación de coberturas naturales, características que han motivado la creación de áreas protegidas en la región; una casa de jaguares, salamandras y serpientes venenosas, donde la lluvia de todos los días se mezcla con el calor y la humedad. De hecho, el clima y la geografía son los que entorpecen la operación y con ello se agudiza la preocupación de que continúen pasando los días sin localizarlos.

Miles de 'kits' de supervivencia

"Hagan ruido, hagan humo", son las recomendaciones impresas en un cartel pegado a los cientos de 'kits' de supervivencia -con comida y bebidas- que han sido lanzados desde helicópteros. Sobrevivir a un accidente aéreo y resistir a los obstáculos de la selva es posible cuando los desaparecidos son exploradores con una larga trayectoria, expertos en la flora y fauna salvaje con años de experiencia en la cosecha de frutos y construcción de refugios, pero cuando las víctimas son un grupo liderado por una niña de 13 años y con un bebé en brazos las esperanzas se reducen. Justo ese temor es el que los rescatistas indígenas quieren contrarrestar.

La dura labor de poner a salvo a sus hermanos menores ha recaído sobre Lesly, según presumen los nativos. Los indígenas aprenden desde pequeños a cómo vivir con lo que da la naturaleza. Lecciones de supervivencia que la joven parece manejar. Para la tía de los cuatro menores, Damarys Mucutuy, "la niña mayor los está dirigiendo. Yo me críe con ella, nosotros jugábamos y construíamos refugios en el bosque. Ella está acostumbrada". Con esperanza explicó que "Lesly es fuerte, sabe cómo estar en la espesura. Siento que ella es la que cuida a sus hermanitos".

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