Volodímir Zelenski se ha labrado una potente imagen de cercanía. Es un hombre del pueblo que aparece en camiseta verde militar y saluda a cualquiera por la calle. Pero dar con él es mucho más difícil de lo que parece. Incluso cuando se está acreditado con la delegación oficial para cubrir la visita de un dignatario como Pedro Sánchez. Además del farragoso proceso burocrático que deja fuera a varios de los periodistas, el número de controles abruma. El primero es en las inmediaciones del complejo presidencial, cuyo perímetro exterior está protegido por soldados fuertemente armados y tanquetas camufladas bajo lonas verdes.

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Dentro sorprenden las barricadas con vallas y sacos terreros por doquier. Contrastan con unas grandes letras plateadas en las que se lee 'You Kraine', jugando con las palabras 'tú' y Ucrania en inglés. Y más controles. En uno de ellos se despoja a los visitantes de sus teléfonos y los militares recuerdan que está prohibido emitir en directo la rueda de prensa. En todo el viaje de Sánchez se observa una hora de retraso en la publicación de informaciones con el fin de que los invasores rusos no puedan interceptar la señal y determinar la ubicación de los líderes.

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Todo esto es lógico en un país que está en guerra, sobre todo cuando los medios electrónicos son cada vez más determinantes. Pero cuando Zelenski hace su aparición junto a Sánchez y Frederiksen, la cercanía que demostró durante las primeras reuniones con periodistas se ha esfumado. De hecho, los asistentes, entre ellos este enviado especial, ven limitadas sus preguntas a una por país. Sin duda, eso ya no resulta tan diferente a la política tradicional.