Las bombas que diseñó un ruso en la Guerra Civil

La práctica de ocultar explosivos en cadáveres y objetos fue desarrollada por un experto soviético en un taller de Valencia.

Un soldado ruso busca posibles minas en Luhansk
Un soldado ruso busca posibles minas en Luhansk
SERGEI ILNITSKY

La muerte acecha de muchas formas en las ciudades de Ucrania ocupadas por los rusos y abandonadas tras días de lucha. En la última semana, autoridades y vecinos de localidades como Bucha han denunciando la aparición de bombas trampa en las casas que han utilizado los invasores, de tal forma que abrir una puerta se ha convertido en uno de los gestos más peligrosos para personas que regresan a su domicilio. El propio presidente Zelenski denunció el pasado 2 de abril que los ocupantes rusos están "minando todo el territorio" al dejar artefactos explosivos ocultos en los objetos más variopintos e incluso en cadáveres. En ciudades como Dmytrivka, los artificieros ucranianos llegaron a desactivar 1.500 dispositivos de este tipo, preparados para acabar con la vida de personas que realizasen movimientos tan inocentes como retirar un peluche de la calle.

El Ejército ruso se ha convertido desde hace décadas en un experto en este tipo de tácticas, en las que se busca llevar el terror a los civiles y a la vez impedir que los soldados enemigos puedan moverse con libertad. En Afganistán, por ejemplo, los militares soviéticos ya fueron denunciados por lanzar pequeñas bombas con aspecto de juguete que mutilaban a los niños que las recogían del suelo. Esta forma de operar tiene un ideólogo en Rusia llamado Ilya Starinov, que fue quien adiestró a los militares para que pudieran convertir cualquier objeto en una amenaza letal. Este militar, ya fallecido, intervino en la Guerra Civil española y formó parte del contingente soviético que ayudó a la República. En suelo español se le atribuye la destrucción de 87 trenes.

Starinov es un mito para muchos militares rusos y también para grupos terroristas proPutin. Este militar, hijo de un ferroviario, participó en la guerra que siguió a la Revolución de 1917. Por su experiencia militar fue enviado a España y se convirtió en el asesor del XIV Cuerpo de Ejército Guerrillero, un intento del Gobierno republicano de llevar la guerra a la retaguardia franquista. Instruyó a combatientes en Valencia, Cataluña y Madrid y él mismo participó en sabotajes y ataques de comando. Según sus memorias, Starinov probó todo tipo de tácticas para engañar a los soldados franquistas y aumentar los daños que podían causar sus explosivos. En un garaje ubicado en Valencia, el ruso diseñó minas especiales para volar trenes por los aires. Allí diseñó dispositivos sofisticados para la época que, por ejemplo, permitían enterrar artefactos en la vía férrea y que no se activasen hasta días después de haberlas colocado, de tal forma que no fuesen detectadas por las patrullas del Ejército nacional.

Una de las acciones que se le atribuyen es la colocación de una carga de 20 kilos de explosivos en una mula que utilizaban los defensores de la Basílica de la Virgen de la Cabeza, en Jaén, donde un contingente de la Guardia Civil había sido rodeado por milicianos. Los asediados dejaron entrar al animal, que explosionó dentro del monasterio. Starinov, por otra parte, señala en sus memorias que en esa época conoció a Ernest Hemingway y que el escritor norteamericano se inspiró en un judío norteamericano adscrito a su unidad para crear al protagonista de la novela 'Por quién doblan las campanas'. Esta obra, precisamente, narra la historia de un voluntario norteamericano en la Guerra Civil que debe volar un puente con la ayuda de guerrilleros españoles.

Purgado por Stalin

Starinov estuvo diez meses en España y regresó a Rusia en 1937, donde fue víctima de las purgas stalinistas. Fue rescatado del destierro a Siberia gracias a la intervención de militares con los que había trabajado y entonces se le encargó la preparación de los partisanos soviéticos que debían actuar contra las tropas nazis que habían invadido Rusia. El saboteador ruso tuvo como primera misión colocar cientos de bombas trampas en las ciudades ucranianas de Kiev y Kharkov, a punto de ser ocupadas por los alemanes. Según la mitología creada alrededor del personaje, Starinov consiguió engañar a los alemanes y ocultar una potente carga en el cuartel general del partido comunista ucraniano, convencido de que el edificio iba a ser utilizado como sede por los gerifaltes germanos.

El guerrillero acertó y consiguió hacer estallar el explosivo cuando se encontraba en el interior un general alemán, que falleció a causa de la detonación. El militar ruso llegó a encargarse de los sabotajes en los alrededores de Moscú y posteriormente fue enviado de vuelta a Ucrania, donde se le encargó la destrucción de las vías logísticas que abastecían al Ejército nazi. A su grupo se le considera responsable de la voladura de más de 3.000 trenes. Starinov falleció en 2000, a los 100 años de edad.

El trabajo de Starinov una vez finalizada la contienda mundial consistió en formar a los comandos soviéticos y a saboteadores. Existe una laguna sobre esta misión, ya que se produjo en plena guerra fría, cuando el terrorismo se empleó como un arma más en el enfrentamiento entre bloques. En esa época, además, el empleo de bombas trampas en los conflictos bélicos se disparó. Ante la proliferación de este tipo de tácticas, que causaba muertes tanto entre civiles como en soldados, el Derecho Internacional Humanitario incluyó en 1996 una prohibición especial sobre estos dispositivos.

La ampliación de los Convenios de Ginebra consideró ilegal, por ejemplo, disimular explosivos en una serie de lugares y objetos como juguetes, tumbas, animales, alimentos, material sanitario, monumentos o cadáveres. En este sentido, la acusación de Zelenski al Ejército ruso por su actuación en Ucrania supone imputarle una vulneración de las leyes de la guerra y, por lo tanto, se suma a las acusaciones de crímenes de guerra contra los invasores.

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