Londres castiga al oligarca ruso más popular, Abramóvich, dueño del Chelsea

Forma parte de una nueva lista de influyentes rusos a quienes se les incautan los bienes y se les prohíbe viajar.

Foto de archivo de Roman Abramóvich
Foto de archivo de Roman Abramóvich
Eddie Keogh

El Gobierno británico se incautará de las propiedades de siete multimillonarios rusos en el Reino Unido y les prohibirá viajar por el país. La decisión llega después de que el Parlamento tramitase en un día una Ley de Delincuencia Económica, que da nuevos poderes al Ejecutivo. La sanción muestra, según la ministra de Exteriores, Liz Truss, que "ni oligarcas ni cleptócratas tienen cabida en nuestra economía y sociedad".

En la nota oficial, el Gobierno describe propiedades empresariales o cargos directivos. Es el caso de Olag Deripaska, dueño de un consorcio de materias primas y ya sancionado por Estados Unidos en 2018. Washington impuso también restricciones a otros dos en los últimos años. Tres ya han sido sancionados por Estados Unidos y la Unión Europea en los últimos días.

"Ninguno de nuestros aliados había incluido a Abramóvich", subrayaba el comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores británico. El Gobierno había sido criticado por no incluirlo en su inicial paquete, porque su visibilidad en el Reino Unido es mayor que la de los demás oligarcas desde que adquirió el club de fútbol Chelsea, en 2003.

Esas sanciones significan que el Gobierno analiza ahora con el club las circunstancias de la incautación. El magnate ruso lo había puesto en venta y se esperaba una decisión la próxima semana, tras la puja de varios compradores ya anunciados. Hay que decidir qué se hace con el dinero que el club ingresa en las taquillas. La intención del Gobierno es preservar la continuidad de la liga Premier.

La venta de al menos dos viviendas de Abrámovich se paraliza. Una es la mansión en Kensignton Palace Gardens, unos 100 millones de euros en una avenida con barreras pero de acceso libre a los peatones. La calle más cara de Londres comienza en el sur junto a la residencia real y acoge como vecinos a la Embajada rusa o al magnate del acero, Lakshmi Mittal.

Tiene también una 'penthouse' de tres plantas en una torre que se asoma al Támesis, en el barrio de Chelsea. Algunos de sus siete hijos- una de ellas, Sofia, emitió en Instagram un mensaje contra la guerra- viven en Londres, pero el propio Abramóvich ha acudido ocasionalmente a Londres desde que, en 2018, las autoridades británicas aplazaron la decisión de extender su visado.

Ricos medievales

Tiene ciudadanía rusa, israelí y portuguesa, por sus ancestros sefarditas. La residencia fiscal, en Suiza. A diferencia de otros magnates, y con la salvedad de los yates, su estilo de de vida no es ostentoso. Preserva la amistad con las madres de sus hijos. Entrenadores y futbolistas del Chelsea le retratan como un aficionado genuinamente interesado por las técnicas del juego.

Las técnicas para hacerse multimillonario de un joven que era huérfano de madre y padre a los dos años y medio, y que fue protegido por su familia judía, fueron propias de su tiempo. Amigos suyos confesaron a Dominic Midgley y Chris Hutchings, autores de 'Abramovich, The Billonaire from Nowhere', que el error más común sobre el billonario es el de creer que es un empresario, cuando es un político.

Fue, sin duda, un empresario vendiendo muñecos con su primera mujer en un puesto de mercado callejero. Pero la fortuna de los multimillonarios triunfantes en el desplome de la Unión Soviética y la grotesca privatización de sus bienes públicos solo se entiende, según el abogado Jonathan Sumption, que le defendió en su pleito en Londres con Boris Berezovski, como algo comparable a las guerras medievales,

Berezovsky perdió el control de la petrolera Sibneft por no comprender que el primer ministro Vladimir Putin era ya el hombre fuerte del Kremlin. Otro error grave fue minusvalorar al chico aparentemente tímido, que llega de ninguna parte para ser, según la prensa rusa, "el mayordomo" del presidente, Boris Yeltsin, pero ve inmediatamente a Putin como el nuevo jefe, y se queda con todo.

Recientemente ganó un juicio contra una autora que afirmaba que el propio Putin le ordenó que comprase el Chelsea. El palco del estadio de Stamford Bride se convirtió en un vivero de relaciones entres oligarcas y 'establishment' británico, pero, a diferencia de otros potentados rusos, el amo del Chelsea no donó fondos a partidos políticos, especialmente al conservador.

Dejaba el buen sabor entre los hinchas de perdonar unos mil millones prestados al club. Prolífico en sus donaciones benéficas, había prometido que destinaría los ingresos de la venta del Chelsea a víctimas de la guerra en Ucrania. El Gobierno tiene ahora que gestionar el desenlace.

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