Temporal en Alemania: "Ni siquiera lo hemos visto venir"

"Anoche nos fuimos a casa como cualquier día y hoy contamos si falta algún amigo", dicen para mostrar su estupor los afectados por las fuertes lluvias.

Equipos de rescate en la ciudad de Bad Neuenahr, Alemania, este jueves
Equipos de rescate en la ciudad de Bad Neuenahr, Alemania, este jueves
CONSTANTIN ZINN/EFE

Las grandes inundaciones siempre arrastran entre ramas y coches flotantes historias familiares rotas. Los medios de comunicación alemanes abrían este jueves sus ediciones digitales con decenas de ellas. El padre de rostro tenso y turbado que carecía de noticias sobre sus dos hijas, la búsqueda de la niña que alguien vio caer a un río, los dos primeros cadáveres localizados por los bomberos, el de una mujer de 72 años y un hombre de poco más de 50 que murieron ahogados sin poder salir de los sótanos de sus viviendas, el matrimonio y su hijo simplemente borrados de este mundo cuando la tromba barrió su coche de la carretera.

"Ha sido instantáneo. Ni siquiera lo hemos visto venir. De repente, el agua ha comenzado a entrar por la puerta y las ventanas a borbotones. Mi marido me ha gritado: 'Sal del garaje'. Enseguida se inundó. Hemos podido salvarnos refugiándonos en el piso superior", relataba una residente en Colonia pocas horas después del desastre. Ella vive en las afueras, pero sabía que muchos de sus convecinos habían tenido peor suerte. La Policía sitúa allí dieciocho cadáveres. "Me resulta increíble; anoche nos fuimos a casa como cualquier día y hoy contamos a todos nuestros amigos para averiguar si alguno falta", lamentaba.

En este descorazonador ritual de la búsqueda, las televisiones mostraban a primera hora de la mañana de este jueves a decenas de personas desesperadas porque los móviles se habían quedado sin cobertura o sus allegados no respondían. Basta un buzón de voz en mitad del apocalipsis para que afloren las pesadillas más oscuras del lodo.

"Mucha gente no localiza a sus hermanos, padres, tíos o hijos y no sabe qué hacer porque hay muchas poblaciones donde el acceso resulta imposible. El nivel de agua todavía es muy alto y bastantes carreteras están impracticables", explicaba un rescatista de los bomberos. Algunos ciudadanos pedían incluso a sus compañeros o a cualquiera que tuviera un dron si podían sobrevolar la zona donde habitaban sus familiares para comprobar el estado de los edificios. No saber es, a veces, tan malo como saber. "Esta región no levantará tan fácil la cabeza".

De lo que sucedió en Colonia, Mayer, Schuld y, en definitiva, decenas de localidades del oeste del país podrían dar testimonio quienes sobrevivieron a la trágica avalancha de Biescas (Huesca) en 1996, la riada de agua, barro, ramas y piedras que arrasó un camping y mató a 87 personas tras una fuerte tormenta en la región pirenaica española.

Y es que en buena parte de la Alemania dramáticamente sumergida por el temporal 'Bernd' solo se recuerda el golpe seco del agua convertida en un puño americano; "un estruendo espantoso" seguido de un terror sólido cuando llegó "llevándose todo por delante", señala Uli, un joven de Ahrweiler, en la región de Renania-Palatinado, que dice sufrir "lagunas sobre lo que ha pasado. Lo último que recuerdo es el crujir de los coches al chocar entre ellos mientras eran arrastrados. Estaba en la calle. No sé cómo pude ponerme a salvo".

"Era una locura"

Más allá de las lágrimas, el coraje o el sobrecogimiento ante la devastación, la impresión predominante entre numerosos habitantes es la de estupor. Incredulidad. Aunque a finales de junio las lluvias torrenciales ya arrancaron el tejado de la Ópera de Sttutgart, "nadie esperaba esto. ¿De dónde viene toda esta lluvia? Es una locura", declaraba a la AFP Annemarie Müller, que apenas durmió durante la noche.

"Es que no ha dado tiempo a nada. Cuando nos enteramos, teníamos el agua al cuello", señalaba otro testigo en Mayer, sorprendido de la velocidad de las crecidas, que han sepultado prácticamente pueblos enteros. "No puedo imaginarme la angustia de los que se han tenido que subir a los tejados de sus casas para no ahogarse".

"Tuvimos mucha suerte", remataba su convecina Andrea Schär, con el fango hasta las rodillas y su sótano anegado por el agua marrón. "Somos conscientes del peligro, pero nunca habíamos visto algo así -puntualiza-. Mi padrastro tiene casi 80 años y tampoco había vivido algo parecido".

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