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Luces y sombras del censo poblacional en Kenia

Por primera vez en su historia, Kenia ha dado cabida en su censo poblacional a las personas intersexuales y albinas; un hito que, sin embargo, no deja de ser simbólico para una parte importante de su población que, al igual que hace diez años, se siente abandonada por sus líderes.

Uno de los encuestadores que recorre Kenia para recopilar datos demográficos.
Uno de los encuestadores que recorre Kenia para recopilar datos demográficos.
EFE/Patricia Martínez

Por primera vez en su historia, Kenia ha dado cabida en su censo poblacional a las personas intersexuales y albinas; un hito que, sin embargo, no deja de ser simbólico para una parte importante de su población que, al igual que hace diez años, se siente abandonada por sus líderes.

En un callejón del laberíntico asentamiento informal de Kibera, uno de los más grandes y conocidos de África, localizado a escasos kilómetros de los barrios más 'chic' de Nairobi, vive el keniano Hassan Koffa: 29 años, etnia giriama, desempleado y sordo de nacimiento.

Hasta este viernes, Koffa había rehuido sin pretenderlo a quienes, vestidos con chalecos identificativos de color naranja, han recorrido en los últimos días la sabana, la costa, los suburbios y ciudades con el fin de recopilar información esencial de más de 49 millones de kenianos.

La segunda vez que Gitau L. Muiruri -uno de los 164.000 encuestadores movilizados para este recuento- va a buscarle a su casa, tableta en mano y acompañado de una traductora de lenguaje de signos y de una supervisora, de nuevo se encuentra con que un candado bloquea su puerta.

En situaciones como esta, Muiruri debería deslizar una tarjeta con su número de teléfono para que la persona lo llame cuando regrese, pero esta vez no es necesario: los vecinos saben dónde encontrarle.

La humedad fruto de una fuerte tormenta se cuela en su minúscula vivienda, sumida completamente en la oscuridad, ya que Koffa no puede costearse luz eléctrica, en la que se distinguen las siluetas de una cama grande, montones de ropa apilada y garrafas de agua vacía.

Koffa responde a todas las preguntas despacio, deletreando vocales y consonantes con la ayuda de sus dos manos; escupiendo palabras silenciosas para los ojos del encuestador pero audibles a la mirada de la atenta traductora.

"El Gobierno no nos asiste (a los sordos), no nos ayuda en nada", se lamenta el joven que desconocía la finalidad de este censo, mientras el continuo repicar de la lluvia sobre el tejado de zinc dificulta la traducción instantánea.

Más allá de su etnia, de si usa o no un teléfono móvil o de si posee un barco a motor -algunas de las preguntas recogidas en este censo- a él lo que más le preocupa es que no tiene trabajo, y que con el poco dinero que consigue darle su padre no puede vivir.

Pocas esperanzas

No muy lejos de Kibera, pero sí de sus aguas residuales, sus vendedores ambulantes de chapati (torta de harina) y sus coloridos salones de belleza, el keniano James Karanja, de 27 años, se muestra contento de poder identificarse como intersexual en el censo, pero sabe que es solo el principio de una larga lucha.

"Es una de las mejores cosas que nos han podido pasar", explica a Efe Karanja, quien ejerce como director de la organización Sociedad de Personas Intersexuales de Kenia, grupo que presionó al Parlamento para conseguir esta opción junto a las casillas de 'hombre' y 'mujer'.

Pese a que Kenia constituye la primera nación de toda África que distingue esta identidad de género en sus estadísticas, es el mismo país que el pasado mes de mayo avaló no descriminalizar las relaciones entre personas del mismo sexo, penadas desde la época colonial con hasta 14 años de cárcel.

"Nuestra meta última es ser capaces de desarrollar políticas y leyes específicas para las personas intersexuales", comenta Karanja, que añade a modo de ejemplo la necesidad de que algunas de las necesidades específicas de los intersexuales sean cubiertas por la seguridad social.

Al contrario que Koffa, Karanja se muestra bastante positivo y espera que la información recogida, que debería ser publicada en un periodo de tres meses, pueda de alguna manera facilitar la vida a los miembros de su colectivo.

En 2009, los resultados del censo nunca se revelaron debido a la tensión interétnica que vivía el país, tras unas elecciones fraudulentas a finales de 2007, según observadores internacionales, que desembocaron en disturbios y causaron la muerte de más de mil personas.

"Partiendo de la situación actual, podemos hacer un plan de desarrollo poblacional. Queremos saber dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos", resume sobre la utilidad de este recuento James Munguti, coordinador del subcondado de Kibra (en Kibera) bajo las directrices de la Oficina Nacional de Estadística de Kenia.

Se espera que los condados más poblados reciban más fondos públicos, así como representación parlamentaria, por lo que algunos jefes locales han hecho campaña para hinchar estas cifras, como sucedió en el árido condado de Wajir (noreste), incitando a los encuestadores a contar doble o triple.

"No creo que los datos del anterior censo (de 2009) fueran muy fiables porque se apuntaban en un papel y algunos encuestadores se saltaban preguntas y las respondían más tarde" a fin de evitar situaciones incómodas, reconoce Muiruri mientras espera a que la última persona de su lista, Beatrice Nasio, regrese a su casa. "Ahora tenemos una tableta (electrónica) y no nos podemos saltar ninguna pregunta. No puedes pasar a la segunda sin haber respondido antes la primera", explica.

El censo también incluye preguntas personales como el número del carné de identidad o de pasaporte, ante lo que organizaciones internacionales como Amnistía Internacional (AI) han recordado que se trata de "un ejercicio anónimo" y denunciado las amenazas sufridas por algunos ciudadanos.

"No creo que el censo sea importante, pero a lo mejor ayuda a que mis hijos puedan recibir una mejor educación y comida", señala horas después, también desde las entrañas de Kibera, Beatrice Nasio: 33 años, emigrante ugandesa, empleada ocasional del hogar.

Esta joven madre, abrazada a su hija más pequeña de tan solo 2 años, dejó atrás Uganda en 2018 y hoy considera que, pese a todas las dificultades que afronta en su día a día, su vida es más fácil en Kenia. "Hay más oportunidades de trabajo", resume.

La incansable lluvia vuelve a golpear los tejados de hojalata y un corte de luz deja a Nasio y a sus cinco hijos a oscuras, que juegan risueños sobre un escuálido colchón en el suelo, ajenos a la tormenta.

La mayor de los hermanos, Annette Nekesa, de 11 años, enciende con gestos cotidianos una vela artesanal de queroseno que sostiene en el aire, iluminando la pequeña estancia de adobe, mientras Muiruri, cubierto por un halo violáceo que nace de su tableta, termina su entrevista.

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