AOC

Alexandria Ocasio-Cortez introduce en Estados Unidos una nueva forma de hacer política más próxima a la gente.

Alexandria Ocasio-Cortez, durante una marcha feminista en Nueva York.
Alexandria Ocasio-Cortez, durante una marcha feminista en Nueva York.
Caitling Ochs / Reuters

Las tres letras que dan título a esta columna son las iniciales del nombre de la congresista más joven de la historia de Estados Unidos: Alexandria Ocasio-Cortez.

Hace un año AOC era camarera y ahora tiene más de tres millones de seguidores en Twitter y casi dos y medio en Instagram. En ambas plataformas ofrece un relato pormenorizado de su trabajo en Washington y su vida diaria. AOC quizá no está diciendo nada nuevo políticamente, pero lo está contando de otra manera y desde otra perspectiva: joven, feminista, hispana y criada en el Bronx. Todo en ella resulta veraz, y es consciente de la importancia de su presencia y su apariencia, además de la de su discurso. Su primera intervención en la Cámara batió un récord de audiencia, pero la que le ha llevado al estrellato, con 37 millones de visualizaciones, fue su explicación de la financiación de campañas políticas en EE. UU. En menos de cinco minutos, mediante preguntas y respuestas, AOC demostró cómo los grupos de presión pueden influir en los representantes electos y el peligro que eso conlleva. Si han visto esta intervención estarán de acuerdo conmigo en que el trabajo y la puesta en escena de AOC es brillante. Si no la han visto, búsquenla.

Nuestro sistema político es diferente, pero con tantas elecciones como se avecinan, ojalá en unos meses podamos hablar de nuestra propia AOC. Eso significaría que tenemos servidoras públicas honestas, preparadas y dispuestas a cuestionar los privilegios como hace ella. Sería una fantástica noticia.

Cristina Pérez Galán es historiadora y periodista