Elección del nuevo Papa

La Capilla Sixtina, a punto

El Vaticano mostró a un grupo de medios internacionales el lugar donde se elegirá al 266 papa de la historia de la Iglesia.

La Capilla Sixtina
La Capilla Sixtina, a punto
AFP

Bajo el 'Juicio Final' de Miguel Ángel resuenan martillazos y taladros sin ninguna solemnidad. Tres trabajadores grapan la tela a la rampa que sube al estrado instalado en la parte central de la Capilla Sixtina. Pero las cuatro filas de mesas ya dispuestas a lo largo del templo con manteles rojos evocan los cruciales momentos que se van a vivir aquí a partir del martes. A tres días del cónclave el Vaticano dejar entrar a la prensa antes de que las puertas se cierren definitivamente a la espera de los cardenales. Un responsable advirtió antes de subir que no era una visita turística sino de trabajo y el grupo de periodistas asintió con seriedad. Pero nada más entrar en la Capilla Sixtina todos empezaron a hacerse fotos unos a otros, como niños de excursión. El móvil no tenía cobertura. Ya están funcionando los inhibidores de frecuencias que impiden comunicarse con el exterior y anulan hipotéticos micrófonos que hubiera colocado algún espía. La Sixtina, sin gente, parece más pequeña, pero basta alzar la vista para sentirse en un lugar inconmensurable. Es lo que probablemente harán en muchos momentos durante el cónclave, sentados cada uno en su silla con su conciencia, los 115 cardenales que elegirán el nuevo Papa. Pasearán la vista por profetas y sibilas y sentirán que dos mil años de historia desembocan en ellos. Luego tendrán que escribir el nombre de la persona que creen más idónea par ser Papa y, cuando sea su turno, levantarse y atravesar la capilla con la papeleta en lo alto de la mano hasta el fondo, donde estará la urna, delante del altar. 


Ayer parecía un lugar modesto, con seis cirios y un crucifijo, empequeñecido por el 'Juicio Final'. Pero es ahí donde se decidirá todo. Cada cardenal debe pronunciar estas trascendentales palabras al depositar su voto: «Llamo como testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a aquel que, según Dios, considero que deba ser elegido». Es una fórmula abrumadora que debería ahuyentar los cálculos y tácticas que estos días se atribuyen a las camarillas de cardenales. El voto se convierte en algo divino.


La atmósfera grandiosa de la Capilla Sixtina crea el mejor clima posible. Quién sabe cómo sería antes, pues con el cónclave del martes solo 25 habrán sido celebrados aquí. Los demás fueron un peregrinaje por distintas ciudades y sedes. Desde el primero como tal en Arezzo, en 1276, a Nápoles, Venecia o Avignon. Pero la mayoría han sido en Roma. El primero en la Sixtina, aunque aún no la había pintado Miguel Ángel, fue el del segundo papa Borgia, el valenciano Alejandro VI, en 1492. Se reunieron 23 cardenales. Durante siglos fueron casi todos italianos y el número no cambió mucho. Hasta 1963, el cónclave de Pablo VI, andaban por el medio centenar. Pero ese año llegaron a 80 y a partir de entonces superaron el centenar. El martes serán 115, como en 2005, el número más alto de la historia.


El elegido entrará por una puerta, al fondo a la izquierda, a la habitación del llanto, llamada así porque lo normal es que rompa a llorar de emoción o de miedo. Luego las miradas se dirigirán a la chimenea colocada ayer sobre el tejado de la Sixtina. Es la misma estufa desde 1939, un armatoste gris en el que han ido cincelando su currículum de cónclaves: 1939/III, en referencia al mes de marzo, 1958/X,... Hasta el último, siempre quemando las sacras papeletas. En 2005 le colocaron al lado otra estufa para conseguir que el color de la fumata sea claramente blanco o negro, aunque entonces no funcionó muy bien. Los dos tubos confluyen en uno que trepa veinte metros por unos andamios hasta la ventana. Pasado y presente se tocarán: roza un fresco en el que David mira de reojo esa extraña chimenea, que elevará el humo de una noticia única, mientras le corta la cabeza a Goliat a machetazos.