El Atlántico en una botella

Puntualmente, como cada año por estas fechas, hemos podido catar la última cosecha del blanco de Rías Baixas Santiago Ruiz, O Rosal, un vino que hemos convertido en uno de nuestros favoritos de cuantos se elaboran con albariño por aquella parte de Galicia.

En primer lugar, es uno de los blancos que con más fidelidad responde a lo que espera un aficionado en estos casos: un vino con la acidez adecuada, expresivo, con aromas varietales y con las características que confiere la proximidad del inmenso océano. Nunca decepciona, más bien al contrario, cada año en que aumentamos nuestro conocimiento incrementamos también nuestra admiración por Santiago Ruiz y su emblemático vino porque nos hace llegar como nadie el concepto del vino atlántico, con el que podremos hacer frente a los rigores de la canícula mientras degustamos los platos más apetecidos por estas fechas. Así, acompaña a la perfección variados arroces, mariscos y pescados en general, pero también carnes blancas y foie. Y por qué no, también es muy fiel cuando queremos halagar a un grupo de amigos o a nuestra pareja en la hora del aperitivo.

Notas de cata

Al llevarlo a la copa, destaca enseguida su atractivo color amarillo pajizo con reflejos verdosos. Tiene mucha intensidad aromática y mucha complejidad, a la vez que sutileza al acercar la nariz. Gustan las golosas y refrescantes, a la vez, notas frutales (pera, nísperos, cítricos) combinadas con otras balsámicas (laurel, menta) y recuerdos minerales del terruño en el que han sido criadas las uvas.

En el momento de llevarlos a la boca destaca su viveza y su potencia, a la vez que su bien armada estructura, producto, a buen seguro, de la crianza sobre lías a la que es sometido tras su fermentación. De acidez muy equilibrada y largo postgusto, evolucionará muy bien en botella en los próximos meses.

La historia de la etiqueta

Otra cosa que nos gusta mucho de este vino es su etiqueta, que tiene su origen en el dibujo que hizo la hija de Santiago Ruiz, Isabel, cuando celebró su boda en casa y para que los invitados supieran llegar al lugar, hizo un pequeño mapa para ayudarles a que se orientaran. Al verlo, a su padre le gustó tanto que añadió su nombre y lo incorporó como etiqueta definitiva, a pesar de que a primera vista pudiera parecer una etiqueta sencilla y de trazos muy esquemáticos.

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