La historia de Fersa Bearings, fabricante de rodamientos aragonés que hoy tiene presencia industrial en varios países y un amplio mercado internacional, está jalonada de hitos muy diversos a lo largo de ocho décadas. Nació en 1968, creció, se desarrolló, estuvo a punto de desaparecer y resurgió con la entrada de inversores que luego se convirtieron en sus gestores hasta conseguir lo que es en la actualidad. Una multinacional con una plantilla global de más de 850 trabajadores, 6 centros de producción y una facturación de 165 millones de euros en 2022 que este año puede incrementarse hasta los 200 millones.

De esta evolución se habló ayer en la presentación de un libro, escrito por la periodista Genoveva Crespo, que recoge la evolución de la compañía hasta la actualidad y aborda algunos de sus planes de futuro, entre los que estará la inauguración de su nuevo centro de I+D+i, Fersa Lab, en Plaza, prevista para el próximo 17 de noviembre.

Clave en la buena marcha del grupo es la implicación de las personas que están haciendo posible su crecimiento. Así lo aseguró el consejero delegado de Fersa, Carlos Oehling, que se mostró convencido de que «tenemos la suerte de haber nacido en Zaragoza, un sitio donde nos hemos nutrido de talento». El directivo ponía en valor así el compromiso y buen hacer de quienes se han ido sumando a su proyecto, hombres y mujeres que no han dudado en trasladarse a China, Austria o Estados Unidos para llevar a las filiales del grupo la cultura de empresa que tan bien ha funcionado en Zaragoza.

Creada en Zaragoza en 1968, cuando se unieron dos empresas dedicadas desde los años 40 a la fabricación de rodamientos, Fersa ha dado un gran salto con los años hasta poder competir de tú a tú con los grandes fabricantes de rodamientos del mundo. Seis de ellos, reseñó Oehling, copan poco más de la mitad del mercado y para hacerles frente en Fersa han analizado sus debilidades para poder hacerse con su propio nicho y seguir adelante.