El economista Manuel Hidalgo, en Zaragoza: "El mercado de trabajo en España es aberrante"

Participó este jueves en una conferencia de la mano de su último libro, 'El empleo del futuro'.

El economista Manuel Hidalgo, ayer en el Caixafórum de Zaragoza
El economista Manuel Hidalgo, ayer en el Caixafórum de Zaragoza
Oliver Duch

Manuel A. Hidalgo, profesor de Economía Aplicada en la Universidad Olavide de Sevilla, participó este jueves en el VII Congreso de la Red Española de Política Social, que se celebra en Zaragoza. En su conferencia -titulada 'Futuro del empleo y protección socia', junto a Luz Rodríguez y Sara de la Rica- desgranó el contenido de su último libro, 'El empleo del futuro, un análisis del impacto de las nuevas tecnologías en el mercado laboral'.

Que un robot me deje sin trabajo a mí, periodista, ¿es cuestión de tiempo?

A ti, difícilmente. Del resto, habrá quienes sí y quienes no. Pero deberíamos perder el miedo de que los que lo pierdan vayan a ser mayoría; no es así. Eso no quita que resulte traumático para algunos colectivos. El escenario del apocalipsis de los robots eliminando puestos de trabajo no tiene base.

Cita en el libro un estudio británico según el cual el 47% de las ocupaciones están en riesgo de automatización. Luego traza un gráfico similar para España, con datos de Osborne y Frey, y aquí rondaría el 50%.

El robot, o el código software, te puede quitar el empleo si se compone de tareas sencillas y automatizables, algo obvio. La inmensa mayoría de los empleos desarrollan multitud de tareas, y puede que la automatización sustituya alguna, pero no todas. En esos casos lo que va a ocurrir es que tendremos que cambiar las formas de trabajar, lo cual no significa necesariamente que vayamos a perder el empleo.

Es lógico entonces que, como muestra en el libro, la formación influya: entre los trabajadores que solo tienen educación secundaria, el riesgo asciende al 65%.

Sí, claro, la automatización es diferente en función de las características de los trabajadores. Cuanto menor es el nivel educativo mayor es el riesgo porque tu actividad productiva va encaminada precisamente a empleos en los que las tareas son más sencillas y menos numerosas. Pero nuevamente: no significa que esas personas no vayan a poder acceder al mercado de trabajo, sino que lo van a hacer en unas condiciones peores. Y ese es el gran riesgo.

Para ser más preciso, distingue entre tipos de empleo y las tareas. ¿Por qué?

Precisamente porque la literatura ha avanzado ahí. En el documento mencionado, Frey y Osborne se encargan de observar cómo puede afectar la automatización a la ocupación. Pero trabajos posteriores, como el de Arntz, Gregory y Zierahn para la OCDE, dicen que cuidado, que cada empleo es una especie de collar, y cada perla es una tarea, y eso no significa que vayamos a tener que dejar de hacer todas las tareas. Insisto: yo puedo ser profesor de universidad y tengo tareas que gracias al ordenador ya no hago, y me dedico otras que antes no hacía.

"Con el cambio tecnológico que experimentamos en la actualidad la productividad no crece"

Una de las consecuencias de los cambios tecnológicos es algo en lo que no siempre pensamos: que tenemos más tiempo para disfrutarlos.

Aquí hay algo paradójico, y es que con los distintos cambios tecnológicos de los que hemos ido disfrutando, para mal pero sobre todo para bien, en los últimos 300 años es verdad que la productividad ha ido subiendo, y por ello los ingresos. Sin embargo, con el cambio tecnológico que experimentamos en la actualidad la productividad no crece; es cuestión de tiempo, pero no lo hace por el momento. Por lo tanto, casi se vislumbra más que el tiempo de ocio esté decreciendo. Y de hecho está surgiendo un debate sobre cómo la tecnología permite que nuestro trabajo contamine nuestro tiempo de ocio. Puede acabar siendo peligrosos si afecta a otros parámetros de la convivencia.

De hecho el Gobierno anunció el miércoles una iniciativa encaminada a la desconexión digital.

Por el bien de tu salud, es necesario que puedas desconectarte digitalmente de tu trabajo a lo largo del día.

El economista Robert C. Allen tiene una teoría sobre por qué la revolución industrial se dio en unos países y en otros no. Y lo relaciona con los salarios, que en el Reino Unido eran tan altos que compensaban la inversión en tecnología, justo al contrario que en los países productores de cacao o aceite de palma en África. ¿En qué consiste este fenómeno?

Se denomina ventaja comparativa, un concepto muy básico de economía que se utiliza para explicar muchas cosas, como el comercio internacional o los incentivos a la innovación. Allen dice que en el Reino Unido en su momento el éxito de la revolución industrial vino porque los mayores salarios, que se alcanzaron por determinadas razones…

Que no parecen estar claras.

Bueno, hay algunas teorías. Sobre todo, la buena alimentación, la revolución agrícola. Aunque son cuestiones discutidas. Pero, por la razón que fuera, esos mayores salarios -y esta también es una tesis muy discutida- permitieron que fuera rentable sustituir mano de obra por maquinaria. Yo creo que es una tesis válida, que da un sustrato a partir del cual construir un discurso. Hay otras hipótesis que aunque parezcan enfrentadas más bien son complementarias. Se trata de intentar explicar al público por qué ocurren estas cosas; no es algo que venga impuesto por nadie.

"Nuestra regulación permite que tengamos una dosis mayor de precariedad"

"Cuando la mano de obra escasea, esta se vuelve cara", dice la teoría. Pero ¿qué pasa entonces en España con los informáticos mileuristas? Y ¿con los que terminan una formación profesional para un puesto muy demandado y siguen con salarios bajos?

Uff, es que España… Para empezar, el mercado de trabajo en España es, en el sentido estricto de la palabra, aberrante: diferente a cualquier otro. Este tipo de discursos hay que hacerlos más en el marco de cómo es el sistema en España que a la situación extraordinaria de la revolución tecnológica. Sara de la Rica hizo un comentario interesante en la conferencia, y es que aquí desgraciadamente se van a unir el hambre y las ganas de comer: las intensas disrupciones que se habían producido en otros países llegan de repente a España, y lo hacen justo cuando estamos en la Gran Recesión. De ahí la derivada de la precarización y los salarios bajos, incluso en puestos de nivel educativo. Es una tormenta perfecta.

Llegados a este punto, dar con la fórmula para eliminar la temporalidad en el mercado laboral español quizás garantice ganar el Nobel de Economía. ¿Cuál sería su receta?

El aumento de la desigualdad se estaba produciendo prácticamente en todos los países. Pero en España hay un grado más, y ahí debemos mirar al mercado de trabajo: nuestra regulación permite que tengamos una dosis mayor de precariedad. ¿Tenemos recetas? Yo creo que sí.

Y ¿se pueden ganar elecciones con ellas?

Una vez que tienes las recetas necesitas efectivamente voluntad política para llevarlas a cabo. Y la voluntad política es una cosa y la realidad política, otra.

Pero ¿a qué medidas se refiere?

En primer lugar, la regulación laboral en España es el resultado de décadas de parcheado. Es una regulación heredera de la franquista, muy garantista: no te vamos a despedir, te vamos a dar lo que necesites. Con costes de despidos muy altos para los trabajadores que no interesen y se genere así cierta paz social. La judicialización de los procesos de despido en España es absolutamente extraña; un empresario o un trabajador no sabe por dónde va a salir la cosa si llega a juicio. Eso produce ciertos incentivos que acaban provocando la precarización del empleo.

¿El contrato único?

No lo sé. Yo lo defiendo, pero no es un contrato, sino dos o tres. De todos modos, muchas veces hablamos sobre el contrato único como si fuese la receta mágica, y en todo caso será una de ellas. A mí me preocupa mucho que no estén bien definidas las causas de despido, o que al final sea un juez quien acabe decidiendo sobre una cuestión principalmente de carácter económico; que no se empleen mecanismos de arbitraje para solucionarlo. Hablamos de una reforma integral del mercado de trabajo. Eso no significa desregular ni tampoco dar el poder a las empresas; más bien rebalancear los poderes de decisión.

"Amazon se instala en una ciudad y los salarios de esa ciudad caen"

¿Hasta qué punto debería preocuparnos la fuerte concentración empresarial en el sector digital, que como usted dice está muy relacionada con la revolución tecnológica?

Debería preocuparnos mucho; más incluso de lo que nos preocupamos por la pérdida del empleo. La concentración empresarial se ve efectivamente incrementada por el cambio tecnológico, por ciertas características que ofrece a los mercados más tecnificados; sobre todo, los de distribución o ciertos servicios. Esta concentración ya empezamos a saber con exactitud que tiene unas consecuencias laborales que no son las deseables, como menores salarios o mayor dispersión salarial.

Los estudios constatan que esta concentración empresarial está muy relacionada con la precariedad laboral.

A mayor poder empresarial, las condiciones laborales se resienten. Pero en mi opinión no hay que ir contra esas grandes compañías y trocearlas, como se hacía antes. No es lo mismo un monopolio en la distribución o en la producción de petróleo que uno en la distribución de servicios tecnológicos; es muy diferente.

¿En qué sentido?

Antiguamente uno decía: ‘Los monopolios son malos’. Porque producen menos, peor y a mayor precio, lo que desemboca en menos consumo. Y, aparte, extraen rentas. Hoy no: piensa en Google. ¿Produce menos? No. ¿A un precio alto? Tampoco; de hecho, Google ofrece gran parte de sus servicios de forma gratuita, ya que ese no es su negocio. ¿Tú como consumidor te sientes mal porque Google sea un semimonopolio? No. Entonces, ¿dónde está el problema? No en el consumidor, que es la visión tradicional de la lucha antimopolio, sino -fuera de cuestiones de carácter político- en el trabajador. Amazon se instala en una ciudad y los salarios de esa ciudad caen.

La instalación de centros logísticos de esta compañía provocaban caídas salariales en las poblaciones próximas de un 15% de media, según el estudio de LaVecchia y Mitchell.

Hay razones para saber por qué. Ahí es donde debemos trabajar, pero a lo mejor eso no implica que debamos trocear Amazon.

Y ¿qué razones?

Es complicado. Principalmente, deberían tener un poder enfrente; en este caso, el problema es que los sindicatos han perdido la comba.

¿Cómo acabar regulando en una etapa con la opinión pública tan en contra de regular?

Necesitamos buena regulación, que no significa más regulación. Y sobre todo algo importante, que yo defiendo: el poder sindical tiene que recuperar el peso perdido. A lo mejor hay que repensar cómo queremos que sean. Los necesitamos, son fundamentales.

Hablando con usted me surge una duda: el hecho de que maneje conceptos próximos a afinidades ideológicas tan contrapuestas, ¿no le genera problemas?

A mí me han llamado comunista, extrema derecha, neoliberal, marxista… Yo me defino como pragmático. Y, desde el punto de vista ideológico, socioliberal. Creo que todo puede tener su razonamiento, y que hay cuestiones interesantes en todos los ámbitos. Lo importante es buscar una síntesis.

El cambio tecnológico genera miedo, y uno solo debe tener miedo a lo que no tiene remedio

En España el sector de la construcción y el de la automoción demandan más empleo cualificado, pero los potenciales empleados no optan por esa formación; la desdeñan. ¿Cómo resolver esto?

Falla el ‘matching’. Hay soluciones que se están implantando ya; aquí es importante la formación profesional dual. El problema de ella es que se le ha dedicado muy poco presupuesto. Y, al margen, los resultados que ofrece son muy engañosos: la selección de estudiantes suele ser muy específica. Hay una discriminación previa, la empresa elige a los mejores. Eso no significa que no sea positiva, sino que debemos generalizar la oferta. Así liberamos en parte la universidad, porque hay que recordar que hay cierto gasto ineficiente en algunos estudios; no digo que haya que cerrar facultades de Bellas Artes, pero quizás no tiene sentido que haya tres en una ciudad.

En el libro se esfuerza, pese a todo, en dar razones para el optimismo. Lo termina que una cita de Franklin D. Roosevelt. ¿Necesitaríamos hoy otro 'new deal'?

“Solo hay que tener miedo al miedo”, dice. Esa frase me encanta. El cambio tecnológico genera miedo, y uno solo debe tener miedo a lo que no tiene remedio. Yo creo que hay ciertas políticas que deben ser políticas de Estado, y más con la que se nos viene encima: necesitamos políticas transversales muy potentes que pongan de acuerdo a las grandes fuerzas políticas y sociales del país. Debe ser un ‘new deal’ que ponga sobre la mesa los grandes retos que hay en España. Y que políticas como la laboral o la educativa no se traten solo desde el punto de vista ideológico.

Ha dicho que a raíz del libro se ha vuelto menos pesimista.

Sobre todo por las conversaciones que he tenido últimamente con algunos políticos: el debate está calando cada vez más. Aunque parezca que voy contracorriente, hay gente accediendo a determinadas posiciones o cargos que cada vez tienen más claro esto. Esperemos no llegar tarde...

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