Descenso en familia

El Real Zaragoza tratará de sellar su plaza de ‘play off’ ante el Llagostera, un club atípico, gestionado por un matrimonio, y que ha descendido por primera vez desde 1997.

Oriol Alsina, técnico del Llagostera, e Isabel Tarragó, presidenta, en una celebración.
Oriol Alsina, técnico del Llagostera, e Isabel Tarragó, presidenta, en una celebración.
Marc Martí / Diari de Girona

El pasado domingo el Leganés terminó abruptamente con la Arcadia feliz en la que andaba atrincherada la Unió Esportiva Llagostera. Tras dos campañas felizmente instalada en el fútbol profesional, la entidad gerundense se condenaba sobre el césped de Butarque a regresar a la Segunda División B. Una decepción de la que debería aprovecharse el Real Zaragoza en su decisiva visita del próximo sábado, en la que debe sellar definitivamente la plaza de acceso al ‘play off’.


Descender es una palabra que parecía desterrada del diccionario de este club radicado en una localidad que apenas alcanza los 8.000 habitantes. De hecho, el equipo no perdía una categoría desde la temporada 1996-1997, cuando descendió de Segunda Regional a Tercera Regional. El verbo más utilizado era ascender. La epopeya protagonizada desde 2006 figura en los libros de gestas del balompié nacional. Hace exactamente una década, el Llagostera abandonaba la Segunda Regional para adentrarse en la Primera Regional. Esta escalera mecánica hacia la élite no se detuvo. En 2007 progresó hasta la Regional Preferente. Tras un año de receso, en 2009 saltó hasta la Primera Catalana. La catapulta mantuvo su efectividad en 2010, con el desembarco en Tercera División. Cada vez quedaban menos escalones. 2011 fue el escenario del asalto a la Segunda B, una categoría que ya se antojaba fuera del ámbito de influencia de un municipio tan pequeño. Pero la ambición no murió allí. En 2014, tras una cruenta y polémica eliminatoria contra el Gimnástic de Tarragona, la Segunda División le abrió las puertas de par en par. Las celebraciones consistieron en un paseo en tractor y en una cena en un McDonalds.


Su estreno en la antesala de la Primera División fue notable. Merced a una excelente segunda vuelta, llegó a concurrir a la penúltima jornada con opciones de obtener un billete para la promoción de ascenso. Pese a que en el presente ejercicio el milagro no ha sido posible, el mérito de un club tan modesto es digno de mención.


Otra de las singularidades que encierra el Llagostera se cierne sobre los responsables de este éxito tan prolongado. El matrimonio Alsina-Tarragó es, sin duda, el motor de este crecimiento inaudito. La repartición de tareas y responsabilidades es tan extraña como efectiva. Isabel Tarragó ejerce de presidenta y acapara el capítulo económico y social. Una regla tan básica –pero tan poco habitual en el fútbol– como no gastar más de lo que se ingresa ha regido este admirable periplo. Tener las cuentas saneadas ha sido la norma inviolable en su fructífero mandato. Accedió a la categoría de plata sin deudas y la abandona de la misma forma. Y ya está valorando qué hacer con los aproximadamente 500.000 euros que le proporcionará la Liga de Fútbol Profesional como ayuda por el descenso. Lejos de dramatizar por el retorno a Segunda B, Tarragó ya ha manifestado que la vigencia del proyecto no se ha erosionado y que la meta es reformar profundamente el plantel para atacar el ascenso con jóvenes valores.

Su marido, Oriol Alsina, ha asumido a la perfección las riendas del capítulo deportivo. Ha sido primer entrenador, segundo entrenador y director deportivo. Siempre ha estado disponible cuando la situación lo requería. Por ejemplo, la pasada temporada se sentó en octubre en el banquillo junto a su amigo Lluís Carrillo en sustitución de un Santi Castillejo que conducía al equipo al fracaso. Revertieron la situación con extrema comodidad y la permanencia fue incontestable.


Habrá que ver el sábado cómo mastican el amargo sabor del descenso.

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