DEPORTES FIN DE SEMANA

Un avión cae al Guadalquivir

El Real Zaragoza perdió frente al Córdoba (1-0) en un encuentro flojo en el campo del antepenúltimo clasificado. El equipo andaluz se adelantó con un gol de José Vega en el minuto 32 de juego y los blanquillos fueron incapaces de remontar.

Una de las jugadas del partido
Un avión cae al Guadalquivir
OLIVER DUCH

Córdoba no es Nueva York, ni el Guadalquivir es el Hudson. La ciudad andaluza es mucho más bonita y entrañable que la norteamericana y el río de la Bética, a cuya vera se ubica el estadio de El Arcángel, tiene un sabor y una personalidad abrumadoramente superior al que desemboca en Manhatan. Tampoco el Real Zaragoza es una nave voladora. Pero, con las imágenes aún frescas en la mente del espectacular amerizaje de un boeing en las aguas del río neoyorkino el pasado jueves, lo ocurrido ayer en la tierra de los califas en el partido entre zaragocistas y cordobeses admite el símil. El todopoderoso equipo de la categoría, un jet de lujo visto desde los ojos de todos los rivales que se enfrentan a él este año en la división de plata, cayó de bruces en un amerizaje descontrolado fuera de pista en un lugar, el campo del antepenúltimo clasificado, donde se el sentido común le pedía y exigía un aterrizaje limpio y sin sobresaltos.


Como los pasajeros del aparato de la U.S. Airways el otro día, los expedicionarios zaragocistas aparecieron en fila india sobre las alas de su prestigiosa nave capotada un segundo después de que el árbitro catalán Miranda Torres pitase el final del caótico partido que ayer protagonizaron. Eso sí, esta vez con el cuerpo técnico a la cabeza del fiasco.


Porque el avión zaragocista posó su barriga en el Guadalquivir después de que ayer las azafatas hicieran rotativamente durante los 90 minutos de comandantes de vuelo. El copiloto sirvió los refrescos y los canapés. Y un mecánico tomó los mandos en el momento de la verdad. O sea, una locura respecto de lo que dicta el protocolo del funcionamiento ordinario dentro de un equipo.


Como en Nueva York, el incidente -mejor, accidente- que protagonizó ayer el Real Zaragoza en la capital cordobesa no fue fatal. Todos los protagonistas de la película, jugadores y técnicos, siguen con vida porque queda aún media liga para intentar encontrar de una vez el camino correcto para ascender a Primera División en junio. Ahí estaban, con cara de circunstancias, posando sobre el fuselaje del lujoso jet propiedad de Agapito mientras esperaban que el siguiente partido frente al Rayo les rescate de las frías corrientes del invernal Guadalquivir que les van a arrastrar aguas abajo durante una dura semana.


Porque, verdaderamente, lo que dejaron ayer servido para que el zaragocismo lo rumie hasta el domingo que viene, fue lo más esperpéntico de lo que va de temporada. Superando incluso los desastres de Vigo o Girona.


Sin hilar demasiado fino (que se podría hacer si esta crónica tuviera dos páginas más), los datos son contundentes a la hora de plasmar los principales síntomas de impotencia que ayer manifestó el Zaragoza en El Arcángel.


De entrada, Marcelino se lio la manta a la cabeza y montó una alineación sin Oliveira ni Ewerthon, con Braulio y Arizmendi formando una delantera inédita que en Córdoba agradecieron de por vida. Incluso atrás, decidió dar continuidad a Pignol que, hasta que se fue lesionado prematuramente, volvió a mostrarle al técnico asturiano que no está para muchos minutos en el equipo con su actual rendimiento.


Después, con este menú del día servido, todo fue de mal en peor. El Zaragoza no tiró ni una sola vez a puerta en todo el primer tiempo, espacio en el que apenas llegó al área cordobesa en ocho ocasiones. La primera opción de gol la tuvieron Ewerthon y Braulio al unísono, en una melé, ¡en el minuto 80! Pero es que, las demás jugadas en las que el Zaragoza pudo empatar al final del duelo, la pelota nunca fue entre los tres palos: Arizmendi, Generelo y Gabi remataron, bien fuera, bien sobre el cuerpo de los rivales.


Todo ello, con el agravante de que el adversario, el animoso Córdoba de la zona baja de la tabla, jugó con un hombre menos durante 40 minutos de los 94 que duró el partido, casi la mitad del mismo. Ni por esas, el errático Zaragoza que ayer ¿organizó? Marcelino supo imponer mínimamente un criterio futbolístico que resultase mínimamente potable para dar la sensación de superioridad y jerarquía.


Los jugadores eran un mar de conversaciones, de gestos imperativos sobre el de al lado. Marcelino llamó a la banda a Jorge López, a Paredes, a Ewerthon... Se volvió loco intentando transmitir unas consignas que nadie entendía y nadie ejecutaba bien en el caos que, paulatinamente, fue generándose en el grupo con el paso de los minutos. La figura más ilustrativa de este jolgorio fue Arizmendi, que pasó de delantero centro a lateral derecho en un plis plas cuando se produjo la expulsión de Flores y Marcelino sacó a Ewerthon en lugar de Chus. Duró poco la experiencia y el espigado jugador fue mandado de nuevo al área rival en busca de un balón anónimo que alguien pudiera mandar con cierto criterio. En fin, que el retrogusto final del partido fue agrio a más no poder.


Tras lo de ayer, convendría que Agapito y los demás contemplaran un plan de futuro del Zaragoza no solo en el caso de que se logre el ascenso. Hay otra opción.