VUELTA A LOS PIRINEOS

Rampas que duelen

La exigente primera etapa de la Vuelta a los Pirineos coronó al noruego Hegreberg.

Los corredores Niemiec, Tarride y Springer, durante la escapada que protagonizaron ayer.
Rampas que duelen
M.A.A.

No era una prólogo. No era un entrenamiento. Tampoco un calentamiento. Ni siquiera una toma de contacto. La primera etapa de la Vuelta Ciclista a los Pirineos iba en serio, era con fuego real. Por eso, su dureza no sorprendió a nadie. Las rampas de los Pirineos nunca perdonan; siempre pican, siempre duelen. No iba a ser menos en la etapa inaugural de la ronda francoespañola. Casi 170 kilómetros de subidas y subidas. Y algunas bajadas. Pedaladas escaladoras para superar cuestas interminables, y eso que lo de ayer fue, en realidad, un simple aperitivo de lo que espera hoy (toserle al Tourmalet y al Col d'Aspin, nada menos) y también mañana (con la entrada a España y el ascenso al Puerto de Bielsa).


Las estomagantes carreteras del Pirineo galo consumieron los primeros kilómetros de esta prueba. Salida en Séméac y dos vueltas a un largo circuito entre localidades francesas, badenes, rotondas y otras dificultades propias de la urbe gala e impropias de cualquier otro lugar, como la imprudencia de tantos conductores. Menos mal que el público salió a las aceras para arropar a los corredores. Valió la pena, por tanto. Después, asalto a la montaña: un puerto de tercera categoría y un par de segunda.


El empuje de algunos equipos fue resquebrajando la firmeza del pelotón en los primeros kilómetros. Los once corredores que se agruparon en la avanzadilla empujaron con fuerza, pero fueron dispersándose después, cuando los porcentajes de subida de las pendientes fueron castigando los riñones, las piernas y la firmeza de las pulsaciones de los corredores. Las primeras rampas fueron descolgando a los valientes, pasto posterior del pelotón. Y, al alcanzar el primer puerto de segunda categoría -el Col de Burg- la cabeza de carrera quedó reducida a media docena de ciclistas.


El mismo efecto generó, al rato, el ascenso al Col de Cieutat, también de segunda categoría. El polaco Przemyslaw Nimiec, del equipo italiano Miche -el menos tímido en la etapa de ayer-, realizó un cambio de ritmo brutal. Solo le aguantaron, aunque de lejos, los franceses Nicolas Morel (Avc Aix en Provence) y Grégorie Tarride (La Pomme Marseille). Parecía lanzado al triunfo, pero los casi 30 kilómetros de bajada tras coronar el último puerto le condenaron.


Descendió prácticamente solo, molestado por el intermitente viento lateral, y su ímpetu no le valió para cruzar la meta en solitario. El pelotón absorbió a Niemiec y a sus escasos perseguidores en los últimos kilómetros de la etapa, cuando los carteles que anuncian la cercanía con la meta solo ayudan a aumentar el ritmo. Pero a Niemiec no había componente psicológico que le hubiese podido funcionar. El grueso de los participantes llegó lanzado y le pasó po rencima. Al sprint se impuso el noruego Roy Hegreberg, del Sparebanken profesional, primer propietario del maillot amarillo de esta cuadragésimo primera edición de la Vuelta a los Pirineos.


El par del CAI

El único equipo aragonés presente en esta ronda, el CAI Club Ciclista Aragonés, logró colar a dos de sus corredores en el grupo de cabeza que llegó al sprint. Sin embargo, sufrió la caída de Eloy Carral, una de sus mejores bazas.