LUCHA GRECOROMANA

La leyenda del luchador del Arrabal

Fue campeón nacional de lucha grecorromana durante varios años, pero para sus vecinos será siempre Jesús, el del bar.

Jesús Godés Roche, en una de las calles del Arrabal.
La leyenda del luchador del Arrabal
LAURA URANGA

Cuando tenía 20 años, iba mucho a la plaza de toros a ver las peleas de los luchadores. Jesús Godés se revolvía en su asiento: "Si a ese le pillara yo... lo tumbaba en un momento", se decía. Siempre fue un hombre fuerte y, además, de ideas fijas. Así que un día decidió que sería luchador. Fue a buscar al entrenador de los chavales que competían en la disciplina de grecorromana y le anunció que había decidido dedicarse a la lucha. "Bueno -contestó el maestro-, pero primero tendrás que entrenarte, ir al gimnasio y aprender a caer".


Jesús, que trabajaba como obrero a pico y pala, fue reacio al principio, pero acabó cediendo. "Yo, que trabajaba de sol a sol, ¿para qué tenía que ir al gimnasio?", se decía. Pero pensó que era solo una forma de obtener el fin que buscaba, y obedeció.


A los pocos meses, fue campeón de Aragón. Poco después, en 1959, se hizo subcampeón de España y entre 1960 y 1962 quedó, por tres años consecutivos, campeón nacional. Su carrera fue meteórica. El chaval del Arrabal salía en los periódicos, ganaba copas y comenzó a labrarse su fama. "Tenía los brazos muy fuertes, eso es cierto, y me hacía enseguida con los contrincantes", recuerda Jesús.


Pero la suerte es caprichosa y cambia cuando menos se espera. Ese mismo 1962, tras revalidar el nuevo título, se cayó de un andamio y tuvo que guardar reposo un año y medio. "Competir tenía sus satisfacciones pero, realmente, no daba para vivir, por eso seguía trabajando", recuerda Jesús.


Parecía que todo había terminado. Pero alguien le pinchó a este maño, obstinado y de raza, con la idea de que igual no era lo suficientemente fuerte para volver a competir... Dicho y hecho. Jesús tuvo que renunciar a ir a los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964 pero, solo un año después, volvió a hacerse con el campeonato de España. Después llegarían triunfos en París, Berlín y otras capitales europeas.


"Lo gané casi todo, pero tenía ya 25 o 26 años, no recuerdo bien, y pensé que no era vida para un hombre joven y soltero...". Así que el luchador se dijo: "Yo me caso". Y dicho y hecho, cómo no. Se enamoró de una chica del otro lado del Ebro y, el 2 de abril de 1966, contrajeron matrimonio. Solo unos días después abrió el bar Jesús, que ha regentado hasta hace muy poco en el Arrabal.


Los del barrio han ido siempre "al luchador", a comer, de tapas o a pasar un buen rato. Las especialidades eran el marisco y los huevos rellenos. "Nunca he tenido problemas. Siempre me he llevado bien con los clientes, y si alguien buscaba pelea sabía con quién se metía", explica. Ahora, a sus 75 años, acaba de ganar uno de sus combates más difíciles, el de la enfermedad, tras pasar por una compleja operación.