BALONCESTO

Iverson, el chico bajito que cambió el juego

La que fuese la estrella más rutilante de la NBA llega a Europa para jugar en el Besiktas turco. Amado u odiado, su figura es vital para entender el baloncesto actual.

Allen Iverson con su nueva camiseta.
Iverson, el chico bajito que cambió el juego
EFE

De icono mundial a juguete roto. Allen Iverson deja la NBA por la puerta de atrás para comenzar una nueva aventura en Europa, donde defenderá los colores del Besiktas turco. Al menos esa es la intención, pues los últimos tiempos aconsejan colocar entre algodones cualquier decisión tomada por el pequeño escolta.


Y es que la polémica, que no le ha dejado de acompañar desde sus días de instituto, cuando fue juzgado, encarcelado y posteriormente indultado por una pelea con transfondo racial, se ha hecho dueña de su caótico presente adjudicándole problemas con el juego y el alcohol.


El acuerdo cerrado con el club otomano habla de 4 millones de dólares -casi 3 millones de euros- por dos años. Un contrato que ilustra la tremenda popularidad de la que sigue gozando, pese a encontrarse muy lejos de su máximo apogeo.


Cielo y purgatorio de una estrella NBA

Anotador insaciable, Iverson llegó en 1996 a la mejor liga del mundo como la mayor promesa de una promoción repleta de talentos, entre la que figuran estrellas de la talla de Kobe Bryant o Steve Nash. Su destino fueron los Filadelfia 76ers y allí cautivó a toda una generación que, para bien o para mal, quedó prendada de su esencia.


Trenzas, ropa ancha, mil complementos posibles sobre el cuerpo y el número tres a la espalda. Una imagen repetida hasta la saciedad por jóvenes que muchas veces solo copian la superficie, sin profundizar en el jugador que consiguió llevar a su equipo hasta las Finales bajo el marcial mandato de Larry Brown. Malentendiendo su prolífica capacidad para hacer canasta como una oda al individualismo. Un legado lleno de claros y oscuros, como su figura.


De la calle al parqué

Una jugada le ha caracterizado. Un rápido movimiento que, en su temporada de novato, llegó a quebrar las rodillas del por entonces todopoderoso Michael Jordan. A aquel eléctrico drible se le llamó ‘crossover’ y rápidamente se convirtió su imagen de marca.


Se trataba de un amago propio del baloncesto callejero. Un engaño tan rápido que impedía a su defensor anticipar el lugar por el que el escolta le iba a atacar y en el que subyacía una actitud de desafío hacia todo aquel que osaba a ponerse delante. Solo así pudo conquistar la tierra de gigantes que es la NBA desde su 1.80, posiblemente menos, de altura.


Los 24.753 puntos que consiguió le colocan como el decimocuarto máximo anotador de la historia. Además, posee en su haber un trofeo al mejor jugador del año, conseguido en 2001, y diez participaciones en el fin de semana de las estrellas. Solo un pero, nunca consiguió un título.


Amado u odiado. Allen Iverson llega al viejo continente.