Opinión

El precio del lamento

Tiene razón Manolo Jiménez cuando protesta la decisión arbitral de señalar una falta que no es contra el Real Zaragoza cuando muere el partido de Granada. Y se queja porque la decisión del juez no es justa, porque su equipo ha hecho méritos para ganar y precisa ganar y porque la falta pone en peligro un triunfo merecido, al que en esos momentos su rival sólo puede cuestionar de esa forma, con el peligro crónico del balón parado.


Se queja con lamento; es natural. Pero sin que su decisión suponga un desprecio o una falta de respeto ni al colegiado ni a sus ayudantes. Hasta tal punto que nadie comprende el gesto del árbitro al expulsar a Manolo Jiménez. Y lo tiene que explicar porque su determinación se hace más que exagerada.


Tres días después, en otra decisión sorprendente -por más que los comités hayan elegido el camino de la contundencia sancionadora-, la Federación persiste en el error y ahonda en la injusticia.


Otra herencia del prestigio dilapidado del Real Zaragoza.