Real Zaragoza

Un proyecto de estabilidad a largo plazo que no a todos parece gustar

Pese a la importante victoria frente al Osasuna del último sábado, un sector muy localizado del zaragocismo insiste en lancear la balbuceante puesta en marcha del equipo de Manolo Jiménez.

 La voluntad del actual Real Zaragoza pos concursal, con 8 largos años de durísimas restricciones financieras y precariedad de recursos por delante, es tener una estabilidad deportiva y crecer poco a poco. Sobre todo, no zozobrar, no volver a caer en el pozo negro de la clasificación irremediablemente y repetir un nuevo descenso a Segunda División. Y, para ello, Manolo Jiménez aspira a estar buena parte de ese tiempo al frente del equipo y en el ‘staff’ de decisión de la política deportiva de la SAD. Si lo logra, será la mejor señal de que el viejo club ha cogido el camino bueno y es posible que, dentro de una década, saneadas las arcas y el prestigio, el futuro sea más halagüeño de lo que ha sido norma desde 2007.


Ese futuro más inmediato del Real Zaragoza necesita de un rostro reconocible, de una referencia firme durante cuatro o cinco años con un estilo, con un ideal. Como en aquella histórica época de Carriega en los setenta, también después de salir de Segunda. O en la de Beenhakker en los ochenta, tras una austera travesía del desierto con Armando Sisqués al frente tras salir de otro doloroso descenso. O en la del joven Víctor Fernández de los noventa, surgida espontáneamente tras una milagrosa Promoción de Descenso ganada al Murcia in extremis. Periodos largos, estables, con calma, serenidad y respeto pese a que, aunque siempre se recuerde primero lo feliz, también hubo sendas abruptas que transitar en cada caso y, al final de todos ellos, el desgaste generó chispazos poco agradables antes del adiós. Ley de vida.


Este Zaragoza de los años diez del siglo XXI necesita lo mismo que tuvo en esas épocas citadas, aún con más apoyo externo por venir el viejo club de la mayor crisis económica y societaria vivida en sus 80 años de existencia. Que el éxito surja o no dependerá ya del trabajo de Jiménez y de la destreza de los jugadores elegidos. Y eso se verá por propia naturaleza de las cosas, semana a semana. Si sale bien, se disfrutará. Si sale mal, las decisiones a tomar, leves, moderadas o graves, caerán por su propio peso (aquí bien lo sabemos). No cabe anticipar acontecimientos ni provocarlos. Por eso, cualquier otra cosa que tienda a variar ese rumbo marcado, algo que en algún sector parece asomar como intención a esta hora, huele a chamusquina. Meter palos en las ruedas a estas alturas de temporada va contra natura. Salvo que alguien no comparta o no esté interesado, por cuestiones aún ocultas o de índole particularista, en este proyecto deportivo a largo plazo.


Ya olía ligeramente a pólvora y se sentían ruidos en las últimas semanas. Como si alguien estuviese tirando petardos alrededor del vestuario del Real Zaragoza. Para incomodar, para advertir de no sé qué. Era fácil seguir la pista. Por el humo se sabe dónde está el fuego, reza la letra de la Romanza de Fernando, pieza de la zarzuela Doña Francisquita, del maestro Amadeo Vives. Existe un gropúsculo muy localizado, nervioso e impaciente, que no está por la labor de conceder al actual equipo un periodo de gracia y tranquilidad hasta ver si es capaz de encauzar su trayectoria en la Liga tal y como la mayoría deseamos y como Manolo Jiménez, el entrenador, tiene pensado, programado y hasta soñado desde hace días.


No pasaría del grado de anécdota esta actitud a la contra (la hay en todos los lugares y ámbitos) si no fuera por lo llamativo y paradójico que resulta ver cómo, esta guerrilla, ha acrecentado el ruido y el volumen de los proyectiles en las 48 o 72 horas posteriores a un triunfo tan importante como el del sábado ante el Osasuna, donde se han logrado 3 puntos vitales para pisar suelo firme y se han marcando 3 goles después de hace más de año y medio sin hacerlo, dejando muestras de progresión inequívoca en todas las facetas del juego.


¿A qué están jugando algunos? ¿Les interesa o no les interesa que el Real Zaragoza, después de cinco años caóticos dentro del marco agapitista, el lustro posterior a la catastrófica filosofía de grandeza que apadrinó y desarrolló en la sala de máquinas del vestuario Víctor Fernández y que acabó en Segunda División, pueda por fin vivir un año de sosiego en la clasificación? ¿No están a gusto con el devenir de los acontecimientos recientes? ¿Les resultaría más rentable llegar a noviembre, como en el trienio anterior, con el equipo último, el malestar generalizado y el caldo de cultivo de la algarada de nuevo incandescente?


Cuidado, cuidado. Que la mayor parte de la gente no está por la labor de permitir el uso del Real Zaragoza como zoco de mercadeos, como castillo medieval que cambia de reino (de taifas) tras una noche loca del monarca de turno o en una batalla interesada perdida o ganada en no queda claro qué maniobra ajena al césped y el balón. Y en esta ciudad, en esta región, hace días que nadie es desconocido. Y cada movimiento de un peón (petardo en mano) o un caballo (a veces, como en una cacharrería) suele responder siempre a la estrategia de alfiles, torres, la reina y el rey. Y como ya se acaba septiembre, pues llega octubre. Y los partidos, los puntos, en definitiva, el fútbol, va a decirnos a todos, pacientes e impacientes, qué va a ser del Real Zaragoza un año más. No hace falta más que esperar. Lo que sea, sonará. Pero a su tiempo. Y, lo mejor para la vida futura del Real Zaragoza, sería que sonara atenuado, agradablemente, con vientos favorables. Con un equipo y un ambiente, por fin, respirable y amable. Esta es semana de alegría y esperanza, tras el 3-1 al Osasuna. Aunque en algunos localizados rincones no lo parezca.