55 años de La Romareda

Refugio de la memoria

Más anciana, más vieja y no sé si por ello, más venerada. La Romareda, el templo del zaragocismo, el escenario de las grandes gestas de un equipo histórico, cumple 55 años entre la crisis deportiva y el abandono institucional. Más de medio siglo después de su inauguración, en aquel estreno ante Osasuna (4-3), con el primer gol de Ramón Vila, el estadio municipal languidece alejado de la gloria de las citas internacionales, mundiales y olímpicas de las que llegó a participar.


Es el ímpetu de una afición entregada en aliento al renqueante Real Zaragoza el que da hoy vida a un estadio apartado de los parámetros de una instalación del siglo XXI.


Se aleja en el tiempo aquella visita de los dirigentes de la UEFA cuando la candidatura española se examinaba para albergar la Eurocopa 2004, que finalmente organizó Portugal. Los inspectores, de forma sorprendente, aseguraron que Zaragoza precisaba un nuevo estadio. Y la ciudad emprendió entonces un maratón de iniciativas, proyectos y alegaciones –un desgaste inútil de tiempo y de dinero- que le condujo al mismo sitio: La Romareda, más cansada, más mayor, sigue estando en su lugar y languidece ante la desidia municipal y la falta de norte deportivo.


Hoy, envuelto el país en necesidades mucho más apremiantes, resulta impropio hablar de un nuevo estadio. Zaragoza ha perdido el tren de la puesta en marcha de una instalación de referencia y obligada para una ciudad moderna. Los intereses partidistas, la falta de grandeza y de visión de conjunto, del interés general, han hecho que la mediocridad política se haya tragado la posibilidad de construir un nuevo campo, capaz de albergar las citas deportivas que merece la ciudad.


Ahora, la capital se ha quedado fuera de los circuitos deportivos, de las grandes citas nacionales e internacionales, en contra de lo que dicta el sentido común: acontecimientos que merece tanto por capacidad como por ubicación. Pero que pasan de largo por las deficiencias de un estadio que se aleja de las exigencias de los encuentros de entidad.


Mirar atrás produce nostalgia; hacia delante, vértigo. La Romareda, templo de ensueños deportivos, de lágrimas de alegría y también de desencanto, territorio de orgullo y de felicidad, suspira por volver a disfrutar de nuevo de éxitos del Real Zaragoza, mientras desgasta sus días refugiada en la memoria de su pasado esplendor.