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Badía no puede él solo con tantas goteras

El portero, el único jugador del Real Zaragoza actual que está a la altura de las circunstancias, es antídoto insuficiente para minimizar o disolver todas las carencias graves del equipo.

Badía da indicaciones a sus desolados compañeros tras encajar el 1-2 en el minuto 89.
Badía da indicaciones a sus desolados compañeros tras encajar el 1-2 en el minuto 89.
Guillermo Mestre

Edgar Badía no tocó en la noche de este viernes el balón hasta el minuto 85. Ni se había manchado la ropa ni había roto a sudar en toda la velada. Lo hizo para evitar, con un paradón de su magno repertorio, el 1-2 que iba a marcar, mano a mano, Arnau Ortiz en un contragolpe del mediatizado Cartagena –por estar con un hombre menos desde el minuto 44– cuando el Real Zaragoza estaba volcado a las bravas sobre la portería murciana desde hacía casi una hora.

Su acción salvadora fue descomunal. De santo. Ahí, en ese punto del partido, el portero recién llegado en enero pareció salvar al menos un punto, como ya es habitual en las últimas jornadas. La grada lo celebró con éxtasis. Como tantas veces lo hizo en los últimos años cuando fue Cristian Álvarez el mesías blanquillo.

Se repitió la sensación cuatro minutos después, en el 89, cuando Badía rechazó en otro paradón a dos manos un disparo de nuevo de Ortiz que se iba dentro... pero al guardameta catalán se le acabaron ahí los polvos mágicos de su chistera. Está solo ante el peligro.

El balón rechazado le cayó a Fontán (ojo, defensa lateral izquierdo cartagenero, en posición de delantero centro), solo en el área zaragocista, y lo colocó con habilidad cerca de la escuadra derecha de la portería aragonesa. Ahí ya sí, el 1-2 subió al marcador y puso en evidencia de un solo golpetazo todas las graves carencias que arrastra el equipo desde el verano y que no han sido reparadas, ni antes por Escribá, ni ahora por Velázquez.

Badía no puede con todo en solitario. Es un gran fontanero, un excelente albañil, un manitas de los buenos. Pero no es capaz de minimizar o taponar todas las goteras que cubren el tejado del Real Zaragoza del presente.

Goteras que no dejan de deteriorar cada partido del equipo, que le impiden vivir confortablemente (en la clasificación) y que amenazan con provocar humedades, enmohecimientos y algún derrumbe a medio plazo si a Badía alguien más no le ayuda. A fecha de hoy, solo el cancerbero está a la altura de las circunstancias en su labor específica en el campo. Los demás, cada uno en un porcentaje variable, presentan una serie de déficits y máculas que, todas mezcladas en la coctelera, producen un fútbol de garrafón que, eso sí, en determinados establecimientos y por parte de diversos comerciales, se pretende vender como de marca. Siempre hay algún comprador en este mercado.

Pongamos nombres a las goteras. Nombremos solo tres. Las tres más gruesas y peligrosas. También las más constantes, perennes, incesantes desde el primer día de esta película.

Una, la defensa aérea de margarina que sigue comiéndose goles sin faltar a ninguna cita. Esta vez, en el minuto 10, Poveda firmó el 0-1 de cabeza adelantándose a Mouriño, que volvió a llegar tarde a su sitio como en Éibar. Esta zaga con tres centrales no debería ser un queso gruyere como lo es en una faceta tan clave. En Ipurúa, el gol de la derrota lo hizo así Bautista. Y en Elda, el tanto local lo hizo Soberón de la misma guisa. Y en Cornellá-El Prat, fue Expósito el beneficiario. Y en Lezama, aunque anotara con el pie, fue Garreta a la salida de un córner el que golpeó en el hígado al Zaragoza con un gol aéreo. El 2-2 del Levante lo marcó Brugué con la testa en otro saque de esquina en La Romareda... una sangría insostenible si se apuesta por un sistema con tres torres.

Otra gotera seria es la falta de gol. En la enésima noche de ceguera se fueron al limbo siete ocasiones nítidas, de las de no fallar. Azón, Mollejo (3), Mesa (2) y Bakis las desperdiciaron. El gol lo tuvo que marcar un defensor, otra vez un ‘no especialista’. Los que deberían serlo, ni están ni se les espera.

Y otra más, la falta de creatividad. Solo la inferioridad del rival difuminó ayer este problema. Pero faltó mando y claridad de ideas, como al ejército de Pancho Villa.

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