real zaragoza

Jesús Villanueva: “Lo de Urío en la Copa del 93 y que no jugáramos la Champions de 2001 fue un expolio, algo vergonzoso”

Quien fuera médico del Real Zaragoza entre 1982 y 2014 repasa para Heraldo detalles, anécdotas y pareceres de sus casi 33 años en el mejor Real Zaragoza moderno.

Jesús Villanueva, este lunes en la calle San Miguel de Zaragoza.
Jesús Villanueva, este lunes en la plaza San Miguel de Zaragoza.
José Miguel Marco

Treinta y dos años como médico del Real Zaragoza, un caso el suyo que será difícil que se repita.

Treinta y dos y ocho meses exactos. Casi media vida. Y, laboralmente, prácticamente toda. Fue un sueño hecho realidad.

Le pido un imposible: resuma esa vida en una idea.

Para mí ha sido una enorme satisfacción profesional, ver plasmada en una trayectoria un modo de entender la medicina y el deporte al unísono. Algo único. Nunca me imaginé que pudiera servir al Real Zaragoza tanto tiempo y del modo que fue, tan maravilloso.

Año 1982. El principio de todo.

Tomé el relevo del doctor Enrique Pelegrín, que era quien llevaba los asuntos médicos del club en los años anteriores. Nada era como ahora. Además de él, en los primeros tiempos me ayudó mucho y decisivamente Andrés Magallón, en masajista del equipo. Conocía todos los entresijos del vestuario, las singularidades de tratar a diario con futbolistas y todas las circunstancias de vivir la medicina dentro de una competición profesional. Descubrí con ellos este mundo. Magallón fue mi maestro con los jugadores, con los entrenadores y con los periodistas.

Usted era un recién doctorado que, además, era árbitro de élite.

Sí, de hecho empecé a colaborar con el Real Zaragoza un tiempo antes, cuando vino Vujadin Boskov de entrenador, en la liga 1978-79. Las pruebas de esfuerzo no existían en España, no las conocían en ningún club, ni en los grandes. Yo estaba trabajando entonces en la cátedra de fisiología de la Facultad de Medicina porque había hecho la tesis doctoral sobre ‘El rendimiento y su medida en los equipos de fútbol con pruebas de esfuerzo’. De esto se enteró Manolo Villanova, que era el segundo de Boskov, y me llamó un día. Vujadin revolucionó el fútbol español en muchas cosas, también en este aspecto. Hicimos unas pruebas iniciales en laboratorio. Y enseguida me pidió hacer otras en campo. Las primeras que hicimos fue en Almazán (Soria), donde el equipo estuvo concentrado unos días en pretemporada. Yo estaba arbitrando en Segunda B, ascendí ese año a Segunda División. Y los contactos con el Real Zaragoza empezaron a ser bastante constantes, pero sin pensar en más allá.

Les gustó el método, por lo tanto.

Mucho. Recuerdo a Pichi Alonso, Arrúa, Badiola, Valdano… una experiencia muy bonita para un médico joven. Con Boskov adquirí buena amistad y al saber de mi dedicación arbitral me llamó siempre en lo sucesivo para pitar los partidillos de los jueves en La Romareda, donde por la tarde el Real Zaragoza jugaba contra el filial o rivales de la ciudad o de la provincia en lo que era el entrenamiento más importante de la semana, con 6.000 o 7.000 espectadores en las gradas. A mí eso me venía muy bien como entrenamiento de cara a los domingos, además con buen campo, con buenas duchas, con un gran ambiente. Todo ayudó a ir conociéndonos con la gente del club.

Y en mayo de 1982 tuvo que elegir entre arbitrar en Primera División o ser el médico del Real Zaragoza. ¡Vaya disyuntiva!

Fue tremendo ese momento. En marzo o abril, Enrique Pelegrín ya me había tanteado como relevo suyo al frente de los servicios médicos del Real Zaragoza. Entretanto, yo acabé la temporada en Segunda División sabiendo que ascendía a Primera, algo que me hacía una ilusión tremenda, como es fácil de imaginar. Después de 10 años partiendo desde la Segunda Regional, de ir subiendo escalones, tener que dejarlo en la puerta de la máxima categoría fue una disquisición tremenda para mí. Lo consulté con mi familia, con mis amigos, con los árbitros de Aragón en la cúspide entonces, que eran Canera Coscolín, Pes Pérez y Soriano Aladrén. Hablé hasta con el presidente nacional, José Plaza.

Y el paso definitivo llegó gracias a Armando Sisqués, el presidente zaragocista.

Me citó y abordamos el asunto de lleno. Siempre me llamó de usted, cuidaba al detalle las formas, las conversaciones. Me ofreció buenas condiciones de trabajo y me pagó muy bien para lo que era la época. Entre todos me empujaron a colgar el silbato y a iniciar mi andadura en el Real Zaragoza en un ámbito que no era nada conocido en esos años. Los médicos de club eran gente veterana, como Pelegrín, tenían sus consultas particulares, sus dedicaciones principales, y el fútbol era un apéndice. Yo, sin embargo, entraba con una implicación mucho mayor. Con el paso de los años agradecí los consejos de todos, porque acerté de pleno. Ha sido excepcional mi vida profesional.

Fue un pionero.

Puede decirse que sí. Los clubes, incluso los Madrid, Barcelona, Atlético de Madrid… no tenían médicos en dedicación prácticamente exclusiva. Los equipos no viajaban nunca con el médico en la expedición. No asistían a todos los entrenamientos. Y el Real Zaragoza fue quien cambió esas rutinas. Yo empecé a ir a todos los desplazamientos, a estar presente y supervisar todos los ensayos diarios. Sobre esto puedo presumir de un dato que, seguramente, será inigualable.

¿Cuál?

En treinta y dos años y ocho meses como médico del Real Zaragoza no me perdí ni un solo partido. No solo los oficiales de competición, sino incluyendo también amistosos o los de pretemporada. Nacieron mis hijos, hicieron la primera comunión, luego se casaron… Llegaron los bautizos de mis nietos y otros eventos familiares, pero siempre se han adecuado para que yo no faltase a mi puesto en el equipo. Y nunca me he puesto enfermo. Solo al final, cuando se contrató a Óscar Luis Celada para ir dándome el relevo, ya dejé de viajar alguna vez o viajaba más con el grupo de directivos dejándole a él el trabajo de vestuario y campo. Pero esto era algo natural en esa fase última. Creo que esto tiene algo de milagroso este dato.

Acabó siendo algo más que un médico.

La experiencia, el conocimiento de las gentes y los lugares, siempre fue un gran apoyo para los diferentes directivos que iban pasando. Siempre he ayudado en cuanto he podido, sabido o ha sido necesario. Y para mí, poder formar parte de reuniones, comidas, cenas o actos con los principales dirigentes del fútbol español ha sido un honor. He podido ver el fútbol desde distintos prismas de primer nivel. Un lujo.

Dígame cuál fue el momento más crítico que vivió sobre el césped como médico del Real Zaragoza.

Fue con el Toro Acuña. Se tragó el chicle con el que siempre le gustaba jugar, tuvo un atragantamiento y llegó a sufrir una parada respiratoria por obstrucción de las vías respiratorias. Se actuó con la mayor rapidez posible gracias a que hubo compañeros que se dieron cuenta de lo que le pasaba y pude salir del banquillo corriendo. Como médico a veces haces cosas por intuición y acaban saliendo bien en casos de tantísima urgencia. Todo fue apresurado. Hubo un momento en que pensé que se iba a morir allí mismo. Le retiré la lengua, que le había ido hacia atrás en las convulsiones que tuvo. Y con la maniobra que le apliqué el chicle saltó hacia afuera. Hay imágenes de ese momento. Fue terrible.

Las lesiones graves, otros malos ratos para el médico.

Sin duda. El caso de Juan Señor es el que más me impactó como médico. Tener que comunicarle personalmente a un futbolista como él que debía dejar el fútbol por una dolencia cardiaca fue tremendo. Señor es para mí el más grande de los futbolistas con los que he coincidido en el Real Zaragoza. Jugador de altísimo nivel, internacional permanentemente, mundialista, subcampeón de Europa, entre los mejores de la historia global del club… y afrontar su obligado adiós… fue un golpe muy duro para mí.

Y la conmoción cerebral de Cedrún en el Bernabéu, un gran susto.

Esas imágenes forman parte de la historia de la liga española. Sangraba sin parar de la cabeza y no se quería ir del campo, me gritaba y casi me pega. Decía que estaba bien y no era consciente de su estado ni de lo que decía. El ‘shock’ lo aturdió y desorientó. Lo llevamos urgentemente en ambulancia a la Clínica Fremap de Majadahonda donde estuvo ingresado tres noches. Su traumatismo cráneoencefálico fue muy fuerte. Luego, nunca más se acordó de nada de aquello. En ese momento estrenamos con él el primer aparato moderno de TAC que instaló allí el doctor Enrique Guillén, director del centro, en 1987. Pudo haber sido muy grave ese golpe. La herida incisocontusa en la frente, que necesitó más de 20 puntos de sutura, se la hizo en un choque, paradójicamente, con Miguel Pardeza, que ese año había vuelto al Real Madrid desde el Real Zaragoza. Nunca he visto a nadie sangrar como a Andoni en el vestuario. Era imposible parar la hemorragia. Manchamos decenas de toallas y no hubo manera. Me dio respeto aquel episodio.

Y, sobre el césped, también esas roturas en las rodillas.

En tantos años ha habido unas cuantas, sí. Las de Paquete Higuera, la de Narciso Juliá, las de Luis Carlos Cuartero, el jugador con más desgracia en este sentido en las últimas décadas. Pero sobre todo, la que más rabia me dio fue una concreta.

Recuérdesela al zaragocismo.

La de César Jiménez, también en el Bernabéu, en una entrada criminal de Luis Figo. Aquello fue vergonzoso, inexplicable. Yo dije y mantengo que era de cárcel, delictiva, porque fue aposta. Y sigo diciendo que si hubiese sucedido al revés, que es César Jiménez quien le rompe la pierna a Figo en una agresión como aquella, al jugador del Real Zaragoza lo hubiesen llevado preso. Con cuatro palabras en la prensa y una visita de soslayo a Zaragoza lo solucionó todo el Real Madrid. César, una excelente persona, no pudo jugar más al fútbol. En Madrid lo han hecho pasar desapercibido y fue muy grave.

Dos fichajes estrella, carísimos, se arruinaron por problemas de lesión, sendos dramas: Sirakov y Drulic

Sirakov se rompió la rodilla en un amistoso de verano en Melilla y Drulic en Benasque, en el segundo día de pretemporada. Lo de Sirakov era agosto y hablé por la noche con el doctor Guillén. Me dijo que estaba de vacaciones en Málaga, que fuera allí con él. Fuimos y nada más que lo vio nos dijo la gravedad de la rotura de ligamentos cruzados. Me recorrí media Europa con el chico por ver si era posible dejarlo bien y rápido y acabamos en Holanda, en donde acabamos captando a Paul Knapp como recuperador, pues fue él quien llevó su rehabilitación en Amsterdam y aquí en Zaragoza. No quedó bien el búlgaro, se le puso un ligamento sintético, que parecía la panacea en aquellos años, pero lo rechazó y hubo que quitárselo. Con Drulic se repitió la tragedia tiempo después. Fueron dos inversiones muy fuertes que se estropearon por el mal fario de las lesiones graves de rodilla.

Ha visto pasar más de 300 jugadores por el vestuario. Y usted se ganó el respeto de todos.

Las directivas me consultaban cuestiones ajenas a lo propiamente médico. Mi talante supongo que me ha ayudado a ganarme la confianza de la gente con la que he trabajado.

Cuénteme la anécdota del curandero que casi le cuesta a usted el puesto.

Llevaba apenas cuatro o cinco meses en el club y el presidente, Armando Sisqués, me pidió que acompañara a Valdano a un curandero que había en Fustiñana (Navarra) para solucionar sus problemas musculares. Yo le dije que no iba, que eso me lo impedía mi juramento hipocrático como médico. Que si había decidido hacer esa visita, que fuese solo. Sisqués me dijo que si no iba me tenía que despedir. Y yo le dije que adelante, que me echara, pero que no contara conmigo para eso, que yo era médico y me jugaba mi reputación: me iban a echar del Colegio de Médicos el día siguiente de conocerse el hecho. Me vi cogiendo otra vez el silbato, pues había pedido un año de excendencia en el Colegio de Árbitros. Creo que mi postura acabó siendo favorable para mí a ojos de Sisqués. Fue muy buena persona, aunque para la afición le faltó carisma.

Yo viví un día difícil en Kerkrade (Holanda), en un lío con los jugadores del Roda en un partido en su estadio.

Era pretemporqada. Casi me matan esa tarde. Me vi perdido. Me salvaron los jugadores del Real Zaragoza en una trifulca en el túnel de vestuarios como nunca he visto otra igual. Hubo una discusión al término de la primera parte por una entrada dura de un holandés a Gaby Milito. Yo censuré al autor por su actitud y al entrar por la bocana me agarró con fuerza, me arrastró y me metió en un cuarto, el de la limpieza, agrediéndome dentro. Había cerrado la puerta, era un tipo de 1,95, fortísimo, no podía soltarme de él. Los chicos del Real Zaragoza oyeron los gritos, se fueron avisando y derribaron la puerta para sacarme de ese infierno. La que se organizó fue monumental entre los dos equipos. Yo salí bien parado de milagro gracias a ellos. Me defendieron como si fuese su propio padre. Se jugó la segunda parte con ese altercado en la mente. Fue de todo menos un partido, lesionaron a Diego Milito y Juanfran. Pareció una película del oeste. Ese día sentí orgullo por ese grupo. Pudo ser muy serio el incidente si no me rescatan.

En Tenerife acabó detenido por la Policía Nacional. Cualquiera pensará que era un broncas.

Ese día tuvimos que ir a comisaría con Víctor Fernández, el entrenador. Discutimos con el delegado del Tenerife, del que solo recuerdo que tenía el pelo blanco, con el que había pique desde hacía años. Y nos denunció sin saber bien por qué. La Policía tuvo un exceso de celo y le dio curso. No pasó a mayores y ese hombre nos mandó una carta pidiéndonos disculpas al poco tiempo. Con el delegado del Sevilla en los 90, Cristobal Soria, que hoy es un famoso mediático en televisión, también hubo un par de líos serios. Yo en el banquillo era muy visceral y no aguantaba las injusticias, los desprecios o los insultos al Real Zaragoza. Me calentaba mucho. Con Javier Aguirre, cuando vino con el Atlético de Madrid aquí, se organizó otro jaleo mayúsculo que rozó la violencia. Luego sería entrenador del Real Zaragoza y nos llevamos muy bien.

¿Cómo valora la evolución de la figura del médico de club con el paso de los años?

Yo creo que ha cambiado para peor. No todo lo anterior fue mejor, pero en este ámbito aseguro que sí. Ahora los clubes tienen muchos médicos jóvenes, a los que les pagan poco dinero y hacen lo que pueden. Quedan pocas figuras con trayectoria y experiencia. Los médicos van cambiando muy a menudo en cada equipo. Hoy hay uno y mañana otro, no hay una estabilidad ni un rigor. Y eso ha devaluado nuestra figura dentro de los ‘staff’ de los equipos.

Están muy mediatizados por las nuevas normas sociales con todo lo referente a la salud.

Eso también ha derivado en unos métodos de trabajo muy distintos a los que yo viví. Yo siempre he dicho que un médico deportivo de un club no tiene que saber de todo. Eso es un imposible en nuestra profesión. Pero has de saber a quién y donde llamar en cuanto se produce un problema. Con rapidez y eficacia. Tu agenda ha de ser la mejor, donde tengas a los mejores especialistas en todo, donde tengas recursos para cualquier inconveniente. El médico del club ha de ser un coordinador con gran capacidad de respuesta que dé solución a cualquier incidencia relativa a la salud de los futbolistas. Da igual que sea ósea, de columna, de corazón, de cirugía, de riñón…

¿Cuántos fichajes echó atrás usted como médico tras el reconocimiento previo?

Únicamente dos. En uno me equivoqué, pues tuve miedo. Y después jugó muchos años en el Valencia sin que surgiera la lesión vista: fue el central portugués Ricardo Costa, que estuvo en Zaragoza y tuvo el contrato en la mesa para firmar. Y el otro fue Falcao, que lo teníamos fichado. Venía de una lesión de ligamento cruzado de rodilla tras un año parado. En realidad, quien decidió que se echara atrás el asunto fue el entrenador, Marcelino García Toral, que prefirió a Uche. Por el asunto de la lesión, yo habría dado el sí.

Sin embargo con Gaby Milito, rehusado por el Real Madrid, se la jugó y le salió perfectamente.

Con el fichaje de Gaby nos jugamos el pescuezo. Era una operación cara y el Madrid lo había echado atrás por un problema de rodilla. El Real Zaragoza pareció entonces el tonto que se comía un futbolista lesionado. Yo dije que había que traerlo, que la dolencia no era tan seria. Quedé en una situación de mucho riesgo profesional. Milito rindió varios años de forma sobresaliente y se acabó obteniendo un traspaso millonario del Barcelona, salió redondo.

El lío de Enríquez Negreira y la corrupción arbitral está en boga. ¿Qué piensa?

Es un escándalo tremendo. Una vergüenza para el arbitraje y para La Liga y la Federación. Como no lo arreglen rápidamente y con rotundidad, va a tener gravísimas consecuencias para el fútbol español. Hago la comparativa para que se entienda el asunto: esto es como si una de las grandes empresas de abogados de España, las de los grandes bufetes, se supiera que ha estado pagando en los últimos 20 años una millonada de euros al vicepresidente del Tribunal Supremo. Sería una barbaridad intolerable. Pues eso es lo que ha pasado en este asunto en el fútbol profesional.

El Real Zaragoza, con usted, también fue vanguardista en contar con un exárbitro profesional en el ‘staff’ de campo.

Así es. Luego vinieron Santamaría Uzqueda en el Valladolid, Chirino en el Cádiz, Megía Dávila en el Real Madrid… Pero fuimos los primeros. Yo era compañero y amigo de muchos de los que nos pitaron varios años. Nunca nos generó beneficios, como se puede ver en la trayectoria del equipo con el paso de los años, pero sí permitió que no hubiese conflictos en el trato humano diario y sí una relación cordial.

Usted empezó en la época de los clubes y conoció el cambio a las SAD. ¿Cómo lo vivió desde su prisma?

Son dos mundos diferentes. El de los clubes, con un funcionamiento más básico, más familiar, menos sofisticado. El segundo, enseguida se vio que traía más control, más exigencia de empresa. El Real Zaragoza pasó de ser un club de comportamientos modestos a tener una responsabilidad máxima en cada movimiento: una venda, una aspirina, una radiografía, un bolígrafo, todo era mirado al céntimo. La familia Soláns, de gratísimo recuerdo para mí, trajo una profesionalidad digna de elogio, con la figura de Jerónimo Suárez como director gerente a la cabeza. Todo estaba perfectamente preparado, previsto, diseñado. Se trabajó de maravilla dentro del club.

En estos casi 33 años ha tenido la fortuna de vivir todos los éxitos del club en color y panavisión.

Menos los trofeos de los Magníficos, he estado presente en los vestuarios de todos los títulos conseguidos por el Real Zaragoza. Es un honor y un orgullo infinito. Lo más grande del mundo.

Empezó con el equipo de Beenhakker, el más bonito de ver aunque sin títulos en el palmarés.

Leo Beenhakker fue un innovador, hizo un Zaragoza brillante, único, espectacular. En La Romareda se ganó casi todo durante más de dos años, era fútbol espectáculo, con goleadas a menudo y con victorias ante los grandes. El equipo acabó 5º y 6º y, sin embargo, no se metió en Europa por las cosas de la liga entonces. Fue una época maravillosa.

La Copa del 86 ante el Barça en el Calderón.

Con Luis Costa y un equipazo. Fue la que más ilusión me hizo por ser la primera. Recuerdo esos días como si fuese un sueño. Yo decía que aquello no podía ser verdad. El zaragocismo se vino arriba en ese preciso momento. Ahí nació la siguiente época, sin olvidar la Recopa de año 87, donde nos eliminó el gran Ajax de Cruyff como técnico en semifinales tras eliminar a la Roma. Me acuerdo de Wrexham, en Gales. De Sofia. Episodios y ambientes únicos.

La Copa del 94 y la consiguiente Recopa de Europa del 95.

Este fue el cénit del Real Zaragoza moderno. No solo las finales, sino todas las trayectorias previas. Fueron años de altísimo nivel de fútbol. Una gozada permanente. Ahora, en esta época de vacas flacas, veo de verdad lo que disfrutábamos toda la gente del zaragocismo. No es ser nostálgico, sino valorar lo que tuvimos la fortuna de vivir in situ y que quienes no lo hicieron no pueden medir convenientemente. En los nuevos tiempos, aquel gran Zaragoza del pasado reciente debe ser loado y respetado siempre, no aparcado y devaluado porque moleste la comparación. Lo que se ha vivido en este club y SAD no tiene precio, es muy grande. Y los jóvenes han de ponerlo en valor, no archivarlo.

Usted dice que hubo otra final ganada que no tiene rango de final en el palmarés.

Es que eso fue la promoción por la permanencia en Primera ganada al Murcia. Era la vida del club, en junio de 1991. Nos la jugábamos, pero de verdad. Bajar era morir. Y la ganamos sufriendo con un 0-0 allí en la ida y goleando 5-2 en la vuelta en una Romareda que jamás ha estado tan abarrotada, con 45.000 personas. Víctor Fernández era el entrenador, jovencísimo, recién llegado. Nos fuimos con varios amigos a celebrar aquel paso decisivo para la entidad, toda la noche. Él se había dejado las llaves de casa y no se atrevió a llamar a su mujer a las 5.00 de la madrugada. Dormimos, o algo parecido, en un banco de la plaza de debajo de su casa hasta que amaneció y, pasadas las 8.30, ya sí tocó al timbre. El fútbol era diferente, más humano.

La Copa del 2001 en Sevilla contra el Celta de Víctor Fernández, precisamente.

Aquel título fue otro que parecía imposible de antemano, como el del 86. El Celta era el gran favorito, un equipazo. Nosotros habíamos evitado el descenso con Luis Costa en una temporada horrible. Víctor nos dijo el día anterior, cuando fuimos a saludarlo, que era evidente que tenían que ganar ellos. Marcó Mostovoi el 0-1 en el minuto 5. Todos pensamos que estábamos ya abatidos, pero ganamos 3-1. Ese día me di cuenta de la grandeza del Real Zaragoza, incluso en sus momentos más delicados. Siempre hay una razón por la que creer en este equipo. Es algo histórico.

Eso da pie para su valoración de la Copa del 2004 en Montjuic ganada al Real Madrid.

Aquello fue la máxima expresión de lo que es tumbar los favoritismos en el fútbol, en cualquier deporte. Era el Madrid de los Galácticos. Una constelación de estrellas. Y nosotros un equipo joven, modesto, que éramos víctimas propiciatorias para el 99,5 por ciento de la gente en todo el mundo. El Madrid era casi invencible y a nosotros nos disfrazaron de pardillos muchos días antes. Y les ganamos 3-2. Otra vez surgió el Real Zaragoza inmenso que resulta incomprensible para cualquiera que no sea del Real Zaragoza. Se ganó al Madrid y a todo un entorno mediático que llegó a afectar hasta al árbitro.

¿Por qué dice esto de Carmona Méndez?

Cani, que fue expulsado, siempre ha contado que lo echó con la segunda tarjeta amarilla porque en un cambio de impresiones, Carmona se dirigió a Guti llamándolo ‘Guti’ y a Cani llamándolo ‘8’. Y Cani se encendió y se lo reprochó en una fase del partido donde teníamos la sensación de que las faltas no se medían igual en un sentido que en otro. Esta diferencia de trato desquició a Cani, pero fue algo que también sufrieron otros jugadores del Real Zaragoza, que ese día no tenían nombre ante los Raúl, Zidane, Beckham, Roberto Carlos, Figo y compañía.

Y los veteranos del vestuario, con el médico Villanueva a la cabeza, se desquitaron a modo de revancha ese día.

Sin duda. Teníamos un desquite histórico pendiente y esa noche en Barcelona el destino nos lo dio. En 1993 perdimos la Copa en Valencia contra el mismo Real Madrid en lo que, para mí, fue un robo tremendo de Urío Velázquez. Nunca como ese día hablé mal de un compañero árbitro. Pero lo que nos hizo fue lamentable. Ahora, con el VAR, con los medios técnicos y redes sociales que existen, aquella final sería un escándalo. No fue un robo, fue un expolio. Un atraco a mano armada. Ahora ya lo puedo decir sin problemas.

Le quedó un resquemor: haber podido ganar la liga y jugar la Champions League por derecho.

Es que eso fue, con lo de Urío en la final de Copa de Valencia, la otra gran injusticia histórica que se cometió gratuitamente con el Real Zaragoza. En Valencia, precisamente, estuvimos a punto de ganar la liga con el querido y recordado Chechu Rojo en 2000. Y acabamos cuartos, con plaza ganada para la Champions, la Copa de Europa renovada poco antes. Y nos arrebataron ese derecho sin poder luchar por él porque nadie sacó la cara en el ámbito nacional por el Zaragoza… claro, el beneficiado era el Real Madrid, que había quedado quinto y le fue adjudicado nuestro puesto por ganar la edición de ese año en Europa. Fue simplemente vergonzoso. Algo inaudito que nunca más se dará.

Usted también echa en falta un posible título del Real Zaragoza al que el Real Madrid impidió que optase

Tras ganar la Copa del 86, debimos jugar la Supercopa de España contra el campeón de liga, el Real Madrid. Pero este se negó a concertar fechas y la Federación tragó con el deseo de los madridistas de no jugar ese año esa competición oficial. Visto desde hoy en día es algo increíble, incomprensible. A mí, entonces, ya me lo pareció. ¡No se jugó la Supercopa ese año!, y teníamos el derecho ganado. Podría ser otro título más en las vitrinas del Real Zaragoza y el presidente del Madrid, Ramón Mendoza, abortó esa opción con el consentimiento de los que mandaban entonces en el fútbol español.

A usted lo sucedió Óscar Luis Celada como médico del Real Zaragoza. Un pupilo suyo, exjugador blanquillo.

Fue un honor para mi que fuese él quien cogiera el testigo. Es una bellísima persona. Ya lo era como futbolista. Sigue siendo alguien muy cercano. En el vídeo que me regalaron el domingo, él dice, y por eso lo recojo aquí, que cuando ha de tomar decisiones importantes al primero que consulta es a mí. Es como un ahijado mío, lo quiero mucho. Yo le animé en su momento a terminar la carrera de medicina cuando era jugador zaragocista, porque estuvo a punto de dejarla colgada. Y le aconsejé que hiciese después medicina deportiva porque ahí tenía un gran futuro. Me alegré mucho de que fuese él quien me impusiera la insignia de oro y brillantes de nuestro club.

La última, respecto del arbitraje. ¿Qué valoración hace de este sector ahora mismo en categorías regionales?

Pues que no tiene nada que ver, pero nada, con lo que yo viví en los años 70 y primeros 80. Yo era un chico de Medina del Campo (Valladolid) con domicilio en Salamanca que se vino a Zaragoza a estudiar medicina a su reputada Universidad. Y el arbitraje, si no a sobrevivir por completo, sí me ayudó a mantener buena parte del ritmo de vida de estudiante que está lejos de su casa. En el Colegio Mayor estábamos muchos universitarios que nos introdujimos en el arbitraje por el gusto por el fútbol y por el apartado económico. A mí me metió en esto otro médico, entonces también estudiante, algo mayor que yo. La labor arbitral estaba bien vista, había un perfil con mucha gente joven, estudiante, con vocación de tener recorrido serio si se terciaba. Yo arbitraba durante el año uno o dos partidos al día en la Ciudad Universitaria, de la liga interna de facultades y colegios mayores, de lunes a viernes. Y nos pagaban 300 pesetas por cada uno. Mucha gente no ganaba ese dinero a la semana trabajando ocho horas en su empresa. Y luego, los domingos, a donde nos mandaba la Federación: a Tauste, a Zaidín, a Gallur, a San Leonardo de Yagüe (Soria), donde fuese. Estudiabas y tu ocio era el arbitraje. Un ocio rentable. Esto creo que se ha perdido, en todos y cada uno de los detalles que describo. Nada es igual. Creo que ahora hay incluso falta de número de árbitros, es una vocación muy extraviada y de perfiles muy distintos a aquellos en líneas generales. 

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión