El Natxo más efusivo y la feliz metamorfosis del Real Zaragoza

La imagen del entrenador sobre el césped saludando a sus jugadores al término del partido ante el Sporting encierra un significado hasta ahora no visto explícitamente.

Natxo González, en varios momentos nada más concluir el Real Zaragoza-Sporting de Gijón del pasado sábado abrazando a Mikel González, Zapater, Verdasca, Toquero, Eguaras y Papunashvili.
El Natxo más efusivo y la feliz metamorfosis del Real Zaragoza
Guillermo Mestre

Que la temporada que encara ahora sus últimos 4 partidos, con el Real Zaragoza en la cresta de su propia ola, ha sido dura durante más de la mitad de su recorrido para todo el zaragocismo, es un hecho indiscutible.

Que la primera vuelta supuso un camino irregular, lleno de baches, con una evolución desde la ilusión y las buenas sensaciones hasta la decepción y los miedos del parón navideño, está escrito en la estadística histórica del año por los propios números y la guía de comportamiento del equipo en los cuatro primeros meses de la liga.

Que hasta el 3 de febrero, en Alcorcón, ya metidos en la segunda vuelta, las dudas sobre el plan del curso fueron crecientes y el miedo a derivar en un calvario como el del año pasado estaba instalado en el cerebro de la inmensa mayoría de los protagonistas de esta película coral que es el Real Zaragoza, lo evidenció el día a día del campeonato liguero, la clasificación, la solvencia cada fin de semana del grupo, que no era hasta ese momento la deseada y estaba alejada de la intención de pelear por el ascenso que se propuso durante el verano de gestación de este nuevo proyecto.

Y que, tras ese día al sur de Madrid que, sin saberlo, iba a ser el verdadero punto de inflexión tan buscado y ansiado desde tiempo atrás para iniciar una reacción sobresaliente que sigue vigente a falta de solo 27 días para la conclusión de torneo regular, es de una evidencia cristalina que el medio ambiente del zaragocismo ha ido ganando en pureza de oxígeno, en autoestima, en convencimiento, en eficacia, en resultados positivos.

Paso a paso, desde una cota demasiado baja como la que el Real Zaragoza partió en aquel febrero de Carnaval (16º puesto, a 2 puntos del descenso), el equipo ha ido creciendo y acumulando puntos, pasos de rey en el tablero de la Segunda División, saltando torres, peones y alfiles hasta consumar una segunda vuelta exactamente inversa a la primera: es ya la mejor de la historia, a expensas de cómo finalice la sesión el 3 de junio. Por esta trayectoria tan sui géneris, esta campaña 2017-18, concluya como concluya, va a ser histórica por su morfología en el ámbito puramente deportivo, en lo futbolístico. Un año de paso súbito del negro al blanco, sin grises de por medio.

Y ahora, sumido todo el zaragocismo en la efervescencia que origina ver a su equipo 4º clasificado, echando cuentas con los vericuetos de la promoción de ascenso a Primera División que se adivinan tras la esquina, evaluando posibles rivales, haciendo cábalas sobre qué hace falta en los últimos 4 duelos de liga para sujetar esta posición en la tabla, probablemente la más elevada a la que se puede aspirar tras todo lo vivido, sufrido y disfrutado hasta hoy, los triunfos semanales se celebran como en los mejores días de gloria. Porque ha regresado la ilusión que tanto tiempo anduvo extraviada entre agosto y febrero.

Las conductas diarias en todos los sectores del Real Zaragoza también son síntomas e indicios de que, tras mucho tiempo intentando encontrar las claves para la estabilidad, la rentabilidad, la personalidad como equipo, la complicidad mayoritaria entre quienes han de obrar el armazón del equipo, ese objetivo se ha alcanzado a base de tropezar y levantarse, de dudar y reconducirse, de emitir sospechas y provocar rectificaciones obligadas. Pura dinámica humana, puro método empresarial. La vida misma.

Hace muchas semanas que las caras largas, los resquemores, las posturas agrias, los runrunes, los ojos al suelo, los malos rollos que subyacen siempre de la mala dinámica deportiva en un equipo de fútbol y sus alrededores, fueron mutando hacia rostros más amables, puntos de esperanza, tratos más amables, actitudes más cabales y el predominio de la alegría mayoritaria sobre el mosqueo puntual y localizado. Victoria a victoria, punto a punto, escalada tras escalada en la clasificación, el fútbol siempre favorece estas metamorfosis si es capaz de coger el viento de cola y mover las velas convenientemente. Ahí vive el Real Zaragoza hoy en día. Felizmente para todos (miles y miles), la sensación es de que se puede estar en la antesala de lo pretendido: volver a Primera cuanto antes.

El pasado sábado, a la conclusión victoriosa del partido entre los zaragocistas y el Sporting de Gijón, en medio de una fiesta que elevó varios grados la incandescencia respecto del precedente similar (hace un mes al ganar al Huesca), se dio una imagen novedosa que no deja de ser el refrendo de la progresión hacia lo bueno que está llevando a cabo el Real Zaragoza en su trimestre mágico de resurrección. La protagonizó su entrenador, Natxo González. Por primera vez en la temporada, el técnico vitoriano no se fue directo a la caseta al pitar el árbitro el final del choque o se quedó en la bocana de vestuarios a la espera de la llegada de sus hombres. Esta vez, Natxo saltó al césped para vivir con ellos la alegría del triunfo por 2-1 ante uno de los gallos de la liga. Razones de sobra tenía para ello. Y legitimidad, por supuesto. Él es el jefe del equipo de manera inmediata en la pirámide del área deportiva.

Todo el cuerpo técnico. Auxiliares, médicos, fisios, delegado... todos saltaron a la hierba a festejar un éxito grandioso. Que era eso, de todos. Del equipo, como siempre, como también sucede a la inversa en los días torcidos y ellos se deben tragar los sapos. De la afición, desbocada en sus sentimientos de alegría como, en tiempos malos, sufren los chascos de manera hiriente. Y también del entrenador, que las ha pasado canutas, inevitable y justificadamente, en una fase muy concreta del año lectivo. Natxo abrazó a Mikel González, a Zapater, a Toquero, a Verdasca, a Eguaras, a Papunashvili... a todos. Sonrió, gritó, soltó adrenalina junto a ellos. Es, sin duda, un paso más en la evolución del actual Real Zaragoza. Un gesto nada despreciable tras todo lo vivido tiempo atrás. Otro paso más adelante. 

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