El plan debe recoger una cláusula: retirar las butacas de fakir de La Romareda

El Real Zaragoza, a partir de hoy ante el Barça B, tiene la encomienda de retirar los clavos de los asientos de su afición y convertirlos en acolchados y seductores.

El estadio de La Romareda, visto desde el Hospital Miguel Servet.
El plan debe recoger una cláusula: retirar las butacas de fakir de La Romareda
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Acudir a La Romareda en el fenecido año 2017 fue un suplicio. No hacen falta explicaciones para justificar semejante calificativo. Lo sabe todo el mundo que vive el sentir del Real Zaragoza. En concreto, los sufridos aficionados que, con su inquebrantable fidelidad, en muchos casos ancestral, acuden a sus graderíos cada vez que el fútbol los reclama (que hace días no es los domingos por la tarde, sino que el negocio del balompié español les está obligando a cambiar de hábitos de forma radical). Que durante más de 40 partidos vividos en el estadio municipal zaragozano en ese fatal 2017 solo se hayan podido observar y celebrar cuatro victorias ligueras es un récord negativo casi imposible de repetir jamás.

El seguidor zaragocista se ha ido convirtiendo en la última década en un mártir de su equipo. Por momentos, cuando el agapitismo llevó al viejo club, ahora SAD, al umbral de la muerte y la desaparición, un protomártir. Despeñado en Segunda División desde 2013, no logra salir, en términos futbolísticos, del atolladero. El lastre de ese pasado negro, la mochila de deudas (Tebas y la LFP dixit) y las cortapisas económicas que la entidad sufre por ello no favorecen la escapatoria de los círculos viciosos en el ámbito puramente deportivo. Y lo sucedido en 2017 es la prueba palpable de ello. Varias decenas de jugadores distintos, cuatro entrenadores, dos direcciones deportivas y secretarías técnicas... y no hubo forma de encontrar un punto de estabilidad en la rentabilidad y solvencia de este Real Zaragoza actual.

Ir a La Romareda ha sido un ejercicio de fakires. Salir de casa sabiendo que aguardaban dos horas sentado en una butaca de clavos afilados, tanto en la zona de los glúteos como en el respaldo. Alcayatas afiladas, escarpias del máximo calibre sobre las que los hinchas blanquillos se han ido haciendo inmunes al sufrimiento. La mayoría tienen callo en todas las zonas de contacto con el sillón del estadio. Costra dura, como un fakir auténtico, que permite actuar con aparente normalidad, a base de un desconocido poder mental con 'copyright' aragonés, cuando las agujas de acero sustituyen al mullido acolchado o al simple plástico de la localidad de La Romareda.

Dijo este viernes Natxo González, el entrenador del Real Zaragoza, en su rueda de prensa previa al partido de reanudación de la liga tras el parón navideño -hoy sábado a las 20.30-, que el equipo tiene un plan a partir de ahora para huir de la "zona caliente" de la tabla. Para escaparse de ese vagón de cola que tanto le quema y le perturba por no ser el lugar adecuado para este proyecto zaragocista a estas alturas de liga, justo cuando se llega a la mitad de viaje.

Un plan que, explicó, pasa por aprovechar el calendario que presenta enero, con tres de los cuatro partidos que ahí se disputan datados en La Romareda, es decir, como locales. Que recoge un primer mandato sine quanon, que es derrotar en esta noche de Reyes al Barcelona B, el rival que marca la zona de descenso a Segunda B (el puesto 19º) y que tiene a tiro precisamente a los zaragocistas: 20 puntos portan los catalanes en sus alforjas, por 23 los aragoneses. Y que prosigue con la obligación de empezar a hilvanar dos, tres, cuatro partidos con victorias, con muchos puntos de tacada, que permitan ascender muchos puestos en la tabla y poder hacer cálculos sensatos (no fantásticos, o sea, basados en la fantasía) sobre cotas mayores, esto siempre a largo plazo, claro.

Pero, por encima de este guión, razonable y factible con la lógica en la mano, ese plan debe incluir una cláusula específica dedicada a cada fiel aficionado que seguirá yendo a La Romareda cada día que la LFP lo ordene de aquí a junio. El entrenador, los jugadores, los responsables del área deportiva del Real Zaragoza, cada vez que acudan al campo, además de ganar y sumar puntos y puntos, tendrían que llevarse unas tenazas para ir arrancando uno a uno los miles de clavos del calibre 14 que pueblan las butacas azules y blancas del estadio y sobre los que se sientan y apoyan sus abonados y seguidores. Aunque no se vean a primera vista, la gente asegura que los siente cuando posa su cuerpo futbolero en ellas. Habrá que eliminarlos. Y eso, desde el césped, se hace de maravilla. De hecho, es la mejor, la única forma de arrancarlos con rapidez y naturalidad.

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