Hay que creer

El Zaragoza tiene juego, pero también fe: le empató al Oviedo un partido que se había puesto negro y le dominó con claridad. No gana, sí, pero sigue convenciendo

Toquero intenta un remate acrobático en Oviedo
Toquero intenta un remate acrobático en Oviedo
Hugo Álvarez

Hay una identidad tan acentuada y bien trabajada que ni siquiera las dudas de unos resultados irregulares pueden diluirla... Hay un puñado de futbolistas de una clarividencia y un talento que sobresale sobre la espesura habitual de la categoría y de los Zaragoza más recientes... Hay un corazón colectivo que bombea a toda máquina, anegando de compromiso, esfuerzo y dedicación las cuatro esquinas del campo... Y también hay fe, carácter y eso que hace tanto que se le extrañaba al Zaragoza: un acerado espíritu de superación. Capeó una situación crítica, un partido que la fatalidad le había puesto negro, con un 2-0 que en otros tiempos hubiera sido terminal, con una exhibición de confianza en sí mismo, pero también apoyándose en su idea de juego, una personalidad futbolística que resulta insobornable. Por eso el Zaragoza salvó un punto y rozó dos más en el Carlos Tartiere, con una segunda mitad cuajada a fuego lento en la que elaboró un fútbol coral, plástico, afilado… un fútbol al que solo le faltó el gol, como al Zaragoza le faltan puntos. Esa es la realidad, el presente más rabioso y paradójico de un equipo con más juego que clasificación. La canción no cambia: sigue teniendo necesidad de ganar. Las victorias se demoran, por una razón u otra, en este accidentado comienzo de temporada.

Esto, en un equipo nuevo, tan joven e inexperto en su estructura general, podría significar una amenaza incómoda. La posibilidad de entrar en una espiral negativa y desesperada, de esas tan habituales en La Romareda de los últimos tiempos. Pero precisamente en esto reside la esperanza de este Zaragoza: juega bien, le elogian, le dedican palabras dulces y amables, le ofrecen tranquilidad… no gana… y, aun con todo,  sus futbolistas no decaen, no entran en crisis de confianza ni titubean. No hay victorias, pero no se vienen abajo.

El discurso de Natxo ha calado hondo en el grupo y eso se está materializando en un equipo cada vez más reconocible. Con buenas hechuras y un sucinto respeto por la pelota, el juego de posición y el control de la posesión. El equipo cree tanto en lo que hace que por eso se levantó de la lona hasta arrinconar contra las cuerdas al Oviedo. Le faltó el último gancho, un golpe seco que tuvieron Borja Iglesias, Ángel y Papunashvili, quien necesitó medio centímetro de pie más… Todas esas ocasiones fueron fruto de un ideario, tras combinaciones, mecanismos de apoyo, circulación de la pelota y dinamismo: juego de posición. Lo que quiere Natxo. Su filosofía y aquello que entrena. La larga secuencia de pases que precedió a la oportunidad de Ángel en el minuto 66 -mover y mover hasta que brota el espacio adecuado- sintentiza ese estilo.

Al Zaragoza le faltan las victorias, pero en solo 7 jornadas ha encontrado algo que lleva cinco años buscando entre la ceniza de la Segunda División: una identidad. Quizá eso sume poco ahora, en la clasificación y en los casilleros de victorias, pero quizá, también, sea hambre para hoy y pan para mañana. Si sus jugadores son los primeros en creer más que nadie en lo que se hace, ¿por qué no vamos a creer los demás?

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