Solo 2 puntos sumados de los últimos 12 disputados: síntoma de extenuación

Tras los notables cinco primeros partidos del Real Zaragoza con Láinez ha llegado una racha de cuatro seguidos sin victorias y con el equipo desfallecido.

Zapater y Edu García, en la recta final del Oviedo-Real Zaragoza de este sábado, llegan a tapar una penetración en el área de Michu.
Zapater y Edu García, en la recta final del Oviedo-Real Zaragoza de este sábado, llegan a tapar una penetración en el área de Michu.
El Comercio Oviedo

El Real Zaragoza ha pasado del blanco al negro sin atravesar los grises en los últimos dos meses, el tiempo en el que César Láinez lleva al frente del equipo en lo que es la tercera etapa distinta de esta temporada, tras las de Milla y Agné. De los cinco primeros duelos, donde el cuadro aragonés sumó 11 de los 15 puntos posibles en una racha decisiva para salir del pozo de la clasificación, sin conocer la derrota en los enfrentamientos ante Elche, Valladolid, Almería, Mallorca y Mirandés, se ha pasado al revés de la situación: tras el 0-0 de Oviedo, los zaragocistas dibujan una trayectoria muy deficiente en los siguientes cuatro encuentros acometidos frente a Getafe, Reus, Cádiz y los ovetenses, con solo 2 puntos adicionados de los 12 puestos en liza, por lo tanto, sin catar un solo triunfo.

Lo más preocupante, dado que aún falta un último empujón hacia la orilla para escriturar la salvación de la categoría y eludir definitivamente el letal descenso a Segunda B, es que este asunto no solo gira en torno a lo numérico. No se trata de cifras, de rentabilidad de puntos, de dinámicas de resultados. Lo más feo del caso deriva de la notoria sensación de extenuación que muestra el equipo sobre el campo, con los jugadores sin poder aguantar los 90 minutos a un tono determinado. Cada vez hay más problemas de enlace, de sintonía, con lo que la competición exige en virtud del nivel de los rivales.

Oviedo, este sábado, y Reus, hace 15 días, mostraron a un Zaragoza viajero sin aire, sin ideas, sin fuerzas, ni físicas ni cerebrales, para jugar más allá de lo básico, que suele ser defender como se puede y apenas atacar. No es casual que en ambos desplazamientos, estos dos últimos, los chicos de Láinez se quedaran sin marcar gol. Viendo su rendimiento, individual y colectivo, es lo lógico, lo normal, lo que dicta el sentido común ante el perfil bajísimo de juego mostrado por los blanquillos en estos dos choques. En Reus, como el adversario atinó una vez, el marcador final fue 1-0. En Oviedo, como los asturianos se toparon con un sobresaliente Ratón y no tuvieron su día ante la portería, el Zaragoza pudo sujetar el 0-0 hasta el final como mejor botín al que podían aspirar por su inoperancia arriba.

Nada ayuda juntar con este diagnóstico lo acontecido en casa, en La Romareda, ante el Getafe e, incluso, en el más edulcorado duelo contra el Cádiz, los que son los últimos patinazos como local del Real Zaragoza (derrota 1-2 contra los madrileños y empate, 1-1, con los gaditanos). Aquellos indicios, aquellos avisos ya subrayados, por evidentes, en los cinco partidos con buen resultado, los primeros de Láinez, en los que se veía cómo el equipo se desvanecía tras el descanso, han pasado a ser realidades tóxicas. En el momento en el que no ha sido capaz el Real Zaragoza de sujetar y guardar sus goles iniciales -tanto ante getafenses como ante los gaditanos, volaron en la segunda parte-, la solvencia ha desaparecido por completo porque, entre otros efectos secundarios, el Zaragoza actual no tiene capacidad de reacción ante cualquier adversidad, mucho más si es en forma de gol encajado.

Esta es la realidad. Reconocida por todos. Por un sincero César Láinez, en primera instancia. Por varios futbolistas, asimismo. La agonía está durando demasiado, la liga en Segunda es un largometraje interminable. Y al Real Zaragoza le está quedando grande el esfuerzo. La 'estructura Juliá' de la plantilla no da para más. Y con estas hechuras, las de un equipo capitidisminuido en cuestiones básicas en el mundo del fútbol (condición física, número suficiente de futbolistas al cien por cien para armar un once inicial de garantías, piezas accesorias en el banquillo que no generen menoscabo de rendimientos cuando han de llegar las sustituciones) aún queda finiquitar la permanencia. Porque la tarea aún no ha terminado. Y el peligro mortal todavía no se ha desactivado.

La cuestión anímica, su devaluación tras aquellas cinco jornadas de reflotamiento de la mano de Láinez, sufrió su giro radical, para mal, después del vital triunfo por 0-1 en Miranda. Aquella tarde, en Anduva, el Real Zaragoza alcanzó los 46 puntos. Y faltaban siete jornadas. Se oyeron giros lingüísticos en sala de prensa y zona mixta, en los días sucesivos, que sugerían que el trabajo podía estar ya hecho. La inercia mental de aquellos cinco partidos sumando y sumando puntos sin cesar construyó, por momentos y en las horas siguientes a aquel éxito en el campo del colista Mirandés, varias urbanizaciones de castillos en el aire. Ahí, en esas horas, mucha gente (también, quizá, dentro del equipo) consideró que el sufrimiento se había destruido. Que sumar hasta 50 iba a resultar sencillo en tanto como aún restaba. Que, incluso, no serían necesarios los 50 para cuadrar la caja con sensible antelación al final de la liga. Tal vez, en la estrategia de la oratoria y de los razonamientos tras lo de Miranda radicó el origen de este desnortamiento general respecto del nivel de juego en la competición. Se bajó la guardia.

Como esto ya no tiene remedio, ahora quedan seis días para resintonizar, en la medida de lo posible, con el carácter de final que tiene el choque contra el Rayo Vallecano el próximo domingo en La Romareda (16.00). Láinez y los muchachos deberán acercarse, lo más que puedan, a la frecuencia de onda con la que afrontaron los partidos de Elche, aquel contra el Mallorca o el citado de Miranda, los de las tres victorias en precario logradas para sobrevivir. Si no lo consiguen, si siguen anclados en los biorritmos de los días del Getafe, Reus, Cádiz u Oviedo, es obvio que les resultará muy complicado superar al Rayo Vallecano, uno de esos equipos de Primera que compite en Segunda, pese a que su año global haya sido decepcionante.

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