obituario

El sabio del fútbol que nunca perdió el 'sentidiño'

Arsenio Iglesias, el técnico del Superdepor, que también pasó por el banquillo del Real Madrid y Real Zaragoza, ha fallecido este viernes a los 92 años.

Montaje Arsenio Iglesias
Montaje Arsenio Iglesias
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Ha muerto Arsenio Iglesias, el hombre que se hizo a sí mismo, primero en el campo de la Penouqueira, elevado y con vistas al pueblo y lleno de piedras, y luego en el campo de los Bosques, antes de dar el salto al estadio de Riazor, donde llamaría primero la atención con su fútbol, con su regate y con un impacto seco, de izquierda, y luego haría carrera en el Sevilla, el Oviedo, el Albacete o el Granada, entre otros. Era de la estirpe de los goleadores. Con este club jugaría una final de Copa del Generalísimo; se enfrentó al Barcelona de Ramallets y otras leyendas (entre ellas la de Luis Suárez, paisano suyo) y marcó el tanto del equipo andaluz, que perdió por 4-1. Aquel día no batió a Ramallets sino a Estrem, sin embargo, a principio de los 50, tras la gesta de la selección española en Brasil, le marcó un tanto con la camiseta blanquiazul y le diría: “Perdón, señor”. 

Siempre fue un hombre humilde, paciente, con retranca: rara vez perdía la calma y había aprendido a cultivar la ironía y una elegante y tranquila forma de escepticismo. En el fútbol haría famosos sus principios: orden y talento.

Arsenio nació en Arteixo (A Coruña), en el lugar de A Baiuca, en 1930, en una familia campesina de nueve hermanos. Los Iglesias Pardo eran leyenda en Arteixo (donde están hoy Inditex y ‘La Voz de Galicia’), y allí empezaría él a deslumbrar. Tras destacar como futbolista en el equipo local y luego en el Coruña, y estar en varias ocasiones a punto de pasar a un grande, se retiró en 1966 y empezaría su carrera de entrenador. En los 70 años, dirigió al Deportivo de La Coruña, en el que jugaban futbolistas como, Joanet (que había jugado en Zaragoza), Manolete, Cervera, Pepe Vales (padre de Marcos Vales, que jugaría en el Zaragoza y sería internacional en una ocasión con Txetxu Rojo de míster) o David Vidal, más famoso como entrenador.

Arsenio hacía formaciones que los niños se sabían de memoria, y recitaban como un poema. Después de dejar a su equipo de siempre entrenó durante cuatro campañas al Hércules de Alicante (de 1973 a 1977), en las mejores temporadas de su historia, y en la temporada 1977-1978 dirigiría al Real Zaragoza. El equipo de los últimos ‘zaraguayos’ había descendido a Segunda, en aquella aciaga campaña en que Jordao y Arrúa no se entendieron, y que marcó la despedida de José Luis Violeta, y Arsenio con más eficacia que brillantez devolvió a los blanquillos a Primera. 

El ascenso coincidió con una de las celebraciones más entrañables de la democracia: el 23 de abril de 1978. Aragón celebraba la fiesta de la libertad coral y Zaragoza celebraba el ascenso. El equipo no maravilló con su juego, aunque aún contaba con Arrúa y tuvo a un Alonso increíble, pero cumplió su cometido y se fue a Burgos. Arsenio en 2003 diría a HERALDO: “Estuve un año en Zaragoza. Me pareció una ciudad ideal, sin mar, claro”. También recordaba que cuando el equipo jugaba en casa solía ir con su mujer Carmen a misa al Pilar y La Seo (bromeaba con Antón Reixa y decía que “los jugadores conmigo rezaban más”), y evaluaba así a los aragoneses: “Quizá sean un poco tercos y gritones. En el fútbol me advirtieron que el público era complicado, pero luego vi que los aragoneses son habladores, bullangueros, un poco gritones, sí”. Arsenio no enamoró en Aragón, pero dejó la imagen de un hombre honesto, sencillo y sincero, que tenía mucha mano izquierda y que sabía muy bien la historia del club y cuál era su lugar en el fútbol español.

Arsenio volvería al Depor para convertirlo en el SuperDepor en la temporada 1991-1992, tras lograr el ascenso. Convirtió a su equipo en una poción mágica de nombres en los bares, mercados y colegios. El SuperDepor, que disputaría la Liga y la Copa del Rey y la Supercopa a los grandes, se hizo inmortal con Liaño; López Rekarte, Albístegui, Djukic, Ribera, Nando; Aldana, Mauro Silva, Fran; Claudio y Bebeto. Luego habría algunas variaciones: Voro entró por Albístegui; Alfredo y Donato reemplazaron al lesionado Aldana, y Manjarín sustituyó a Claudio. Y con él al frente seguiría creciendo y aspiró a ser campeón de Liga en el último segundo ante el Valencia. 

Djukic falló el penalti ante González el 14 de mayo de 1994. Y Galicia y La Coruña lloraron. “Tanta pasión para nada”, como escribió Julio Llamazares en un cuento inolvidable. El paciente Arsenio podría haber firmado aquella frase de consuelo que le dejaron en su casa al valiente líbero serbio: “Yuka (Djukic), te quiero igual”. Aquel equipo de Arsenio no pudo ganar la Liga, se enfrentó a la fatalidad como a veces sucede en el imaginario gallego, pero sí ganó la Copa del Rey de 1995. Igualó a 1-1 ante el Valencia, bajo un inmenso aguacero, y en la reanudación, unos días después, el SuperDepor obraría el milagro. Y Arsenio Iglesias, ‘o raposo de Arteixo’, ‘o bruxo’, ‘o home sabio, o pai de todos’, rubricó su grandeza con un título. Luego el Coruña sería campeón de Liga con Javier Irureta.

Arsenio era tierno sin estridencias. Paternal siempre. Si en un viaje a Fran, su capitán, le daba un poco de sol, cerraba la cortina y le protegía. Lo llamaba ‘Neniño’ y 'O Neno'. Nunca fue de nada, ni siquiera cuando lo llamó el Real Madrid. Solo tuvo un ataque de ira, o un gesto levantisco, cuando un joven e insolente Raúl lo menospreció. Curiosamente, se despidió del Bernabéu (llegó tras la destitución de Vicente del Bosque y Jorge Valdano) en un partido entre el Real Zaragoza y el Real Madrid en mayo de 1996; vencieron los merengues con un tanto de Fernando Hierro.

Durante muchos años, el Deportivo se concentró en el balneario de Arteixo, al lado del río Caldas, y nunca gritaba ni palidecía ni perdía las formas. Hacía jugar a sus futbolistas mucho pasándose el balón con la mano: formaba parte de su pedagogía. Era práctico, fue de los primeros que habló del “juego por los costados”, creyó en una defensa de cinco, con “dos carrileros largos”, y las metáforas le salían sin querer. A Antón Reixa, que lo había llamado para la televisión gallega, le dijo para las páginas de HERALDO: “Me llamó para hacer un cameo en la serie ‘Mareas vivas’, y no ha vuelto a contar conmigo. Me arruinó la carrera de actor. He perdido algo de credibilidad en casa”, decía con una leve sonrisa.

Una de las cosas que más le gustaba era sentarse en la Baiuca en un banco de piedra, delante de su casa, y ver el tiempo invisible pasar. Era ahí donde conquistaba el antídoto contra la euforia: el ‘sentidiño’. La inefable sensatez del 'meigo' suave.

Estaba en posesión de numerosas distinciones. En 2016 recibió la más alta distinción del Deportivo, la insignia de Oro y Brillantes, y fue 2015-2016, en un choque ante el Real Madrid. En 2017 fue nombrado Hijo Predilecto de Arteixo, su pueblo, donde da nombre a una avenida y al complejo deportivo, y donde tiene estatua. En 2020, el Ayuntamiento de A Coruña lo nombró Hijo Adoptivo y dio su nombre a una calle. 

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