REAL ZARAGOZA

Entre el terror y la taquicardia

Sufrido. Descorazonador. Dramático. La mano milagrosa que le sacó Dudek a Óscar sobrecogió a La Romareda y hundió al zaragocismo en la incredulidad, viendo esa locura de final donde el Real Madrid tendió una alfombra al Zaragoza para que sus jugadores la embarraran con una esquizofrenia de fallos. En esos momentos, se vio pasar la épica a un metro. El guión absurdo del partido parecía encaminarse, como ocurrió frente al Deportivo con el gol de Ayala, a otra explosión agónica. Pero no llegó. Cayeron los jugadores del Real Zaragoza al césped abatidos, desesperados y vacíos, mientras la hinchada cerraba los ojos, algunos empapados en lágrimas, lanzaba un suspiro al aire empapado de la noche, preguntaba por Osasuna, por el Recre, por el Mallorca, por el Racing, por el Valladolid..., y hundía la cabeza en su asiento antes de escapar hacia casa a por una calculadora y un vagón de velas para llevar al Pilar.


Aunque no se ocuparon todas las butacas, el ambiente en La Romareda fue inmejorable. Olía a final, a vida pendiendo de un hilo. Una pancarta de contenido heroico se descolgó desde la tribuna sur del estadio cuando los equipos saltaron al campo: "Hace doscientos años los maños resistieron, ahora os toca a vosotros". El cartel lo completaba la silueta de la Puerta del Carmen. Por la megafonía, salían himnos zaragocistas y el estadio lucía enfundado con el lema de la salvación colgado de todos los rincones: "Zaragoza no se rinde".


Las dos horas posteriores fueron una taquicardia bestial. La Romareda rozó las nubes con el gol de Oliveira, se agarró al asiento cuando Van Nistelrooy segó la portería de César Sánchez, y maldijo la tormenta que salía por las radios con cada zarpazo de Osasuna y Recreativo. Con los rivales directos bien acomodados, el zaragocismo se resignó a esperar cómo su equipo salvaba los muebles en La Romareda. Pero llegó la puñalada de Robinho. Y el pánico entró por la ventana. Podían tocarse el miedo y la Segunda División antes de que Sergio Fernández rescatara un punto que puede ser la vida. Hasta el final, la grada se puso a pensar en el gol de Ayala al Dépor... Pero...


El detalle de la noche surgió cuando el equipo se enfiló hacia el centro del campo a agradecer el apoyo impagable de la afición. Hubo un breve reconocimiento desde las tribunas. Un aplauso lánguido y efímero que sonó como un balazo. Luego llegó el juicio. Pitos. Varios pitos. Era la voz que denunciaba una campaña penosa y fracasada en la última oportunidad que concedía el calendario. Inmediatamente, un grupo de seguidores ocupó la periferia de La Romareda y descargó fieramente su ira contra los futbolistas.


Ahora toca dejarse el alma en Mallorca. Los brazos deben seguir arriba y el aliento no puede apagarse. Hay que creer. Porque esta afición merece regresar el próximo curso a La Romareda para ver un partido de Primera.