REAL ZARAGOZA 1-0 ESPANYOL

El día de salvación

Un gol de Colunga, de penalti, da la victoria al Real Zaragoza frente al Espanyol y el equipo aragonés queda virtualmente salvado. Pesó mucho la tensión y el nerviosismo del momento.

Los jugadores del Real Zaragoza se abrazan tras el gol de Colunga.
El día de salvación
TONI GALáN/A PHOTO AGENCY

Aunque las matemáticas todavía no lo den como dato riguroso e indiscutible, el Real Zaragoza está salvado. El fútbol lo grita a los cuatro vientos. Ha alcanzado la meta propuesta: la permanencia en Primera División. Sólo una conjunción increíble e imposible de factores lo pueden apartar de la salvación, que, aun siendo virtual a estas horas, la tiene agarrada firmemente con ambas manos. El equipo aragonés se ha hecho con su propósito fundamental, que, por otra parte, trasciende las dimensiones deportivas del propio fútbol. Atañe a la viabilidad de la institución, a su continuidad en el tiempo, en el futuro inmediato.Han acontecido tantas y tan variadas circunstancias rocambolescas hasta llegar aquí, que el triunfo logrado ayer frente al Espanyol supuso una tremenda descarga colectiva, una liberación gigantesca, enorme, de sentimientos y congojas contenidas durante mucho tiempo, quizá demasiado. Descansó por fin en paz La Romareda, después de otra campaña de angustias, de tragicomedias, de desespero, de frustraciones y decisiones incomprensibles a todas luces.

También respiró hondo el hacedor principal de las sesiones surrealistas, de los guiones esperpénticos, cuando no alucinantes: Agapito Iglesias. Acompañado de sus hombres del coro, al término del partido se abrazaba a cualquiera, a los suyos y a quien pasara por su lado, incluidos algunos de los consejeros que el pasado mes de diciembre dijeron basta ante la tomadura de pelo o, lo que es lo mismo, ante su papel florero. A Agapito se le notaba otro. Liberado de angutsias, el imprevisible y pintoresco accionista mayoritario se dejaba llevar por el momento, como si ninguna responsabilidad recayera sobre sus hombros. Quizá en las próximas horas vuelva a declarar solemnemente que no se ha equivocado en nada o que posee más dinero que el Fondo Monetario Internacional para acudir, si hace falta, al rescate económico de un club que es un símbolo y no sólo un paquete de millones de títulos accionariales.

Una vez más, el más comedido fue Gerhard Poschner. Sobrio como buen alemán, el director general se retiró del palco sin exhibiciones, discretamente, cumplida su obligación personal, por la que se empeñó desde que puso en marcha la revolución de invierno. El alemán, cuyo pasado zaragocista es ninguno, explica mejor que nadie la salvación del equipo. No ha sido éste un asunto cualquiera. Es un milagro. Esta salvación, si se entiende algo de este deporte, se debe valorar en esa medida. Muy rara vez en el fútbol se produce el resultado del que ahora se comienza a disfrutar. Un cambio tan profundo como el experimentado por el Real Zaragoza a mitad de campaña tiene incorporado en su ser una tendencia al fracaso. Pero en esta ocasión se ha invertido por completo esa fuerza. Sin tiempo por delante, y jugando cada partido como si se tratase de una final, el equipo de José Aurelio Gay ha ganado en el campo aquello que en un principio se diseñó horriblemente.

Con todos estos antecedentes, el partido decisivo por la permanencia fue como Gay había pronosticado. Mandaron la tensión y los nervios, la responsabilidad por cerrar la obra trabajada durantes meses y definitivamente enfocada hacia un final satisfactorio en el estadio de Riazor. Pidió, sobre todo, a sus jugadores que no perdiesen el encuentro durante los primeros minutos y que hicieran larga la batalla, en la convicción de que el paso de tiempo les abriría el camino de la razón de Estado.

Adrián Colunga tuvo la primera ocasión de zanjar las cuestiones que ayer se querían resolver de la manera que fuera, cuando ya se extinguía el primer periodo. En este lance, el incisivo delantero asturiano no estuvo tan resolutivo como en otras tardes de suma clarividencia en la ejecución. El balón, golpeado con la zurda, se marchó un poco, con una ligera deriva. Se estrelló en el lateral de la portería.


Iniciado el segundo periodo, el planteamiento fue el mismo, con idénticos hombres. En las botas de Eliseu cayó ahora la oportunidad de rebasar a Kameni. Pero esas botas no están hechas para sutilezas en el área, en la zona de definición. Parecen concebidas para los espacios de la parte ancha, donde se puede trotar velozmente en un sentido u otro. Eliseu, con todo a su favor, dejó el esférico en el cuerpo del guardameta del Espanyol.


Vino a resolver el atasco Iturralde, un árbitro de comportamiento imprevisible. Señaló un penalti sobre Ander Herrera y de paso mandó al desguace al Espanyol. Colunga se encargó de romper la tela viscosa de la presión y la ansiedad. Con serenidad, envió a Kameni hacia donde no iba a mandar el cuero. Coló el balón con frialdad por el centro.


La Romareda estalló, consciente de que era el momento culminante de la campaña, el instante justo al que todo el mundo ansiaba llegar, para dejar atrás el esperpento y el sufrimiento del año. Se sabía que el Espanyol de Pochettino, un conjunto maduro y entero, no guardaba ganas de acudir a una batalla dura durante lo que restaba de encuentro. Su entrenador retiró piezas de relevancia, como fue el caso de Luis García, e introdujo futbolistas que necesitan horas de vuelo. Si el Zaragoza no cometía ningún otro error, la victoria debía ser suya, como así sucedió. Únicamente algunos errores de Pablo Amo y una pérdida de balón en el centro del campo inquietaron a la grada aragonesa.


El partido marchó hacia la conclusión entre algunos adornos de Ángel Lafita y Ander Herrera. No había espacio para más. Terminó a su hora, punto en el que se desató la liberacón colectiva de la afición. Ésta ansía que se abra de una vez por todas algún periodo medianamente razonable para el Real Zaragoza.