CAI ZARAGOZA

El día que nació el espíritu

Dos meses después de la derrota ante el Bruesa, el CAI suma 9 victorias basadas en un pensamiento que raya la obsesión: ir partido a partido

Hoy se cumplen dos meses de la última derrota del CAI Zaragoza. Fue el pasado 15 de febrero ante el Bruesa, considerado el rival más incómodo en la lucha por el ascenso directo a la ACB a través de la primera plaza. Los días siguientes a aquel varapalo fueron de reflexión para el vestuario rojillo. Quedaba mucha Liga pero el liderato se encarecía. El grupo tenía que trazar las líneas maestras de la reacción. Conjura, cónclave o como se quisiera llamar, pero hacía falta gestar un compromiso de puertas para dentro que tuviese el mismo rostro de puertas para fuera.


Ese día nació un espíritu, una filosofía compartida, una ideología muy básica pero que todo el mundo debía respetar al dedillo: prohibido pensar más allá del siguiente partido, prohibido subestimar a ningún rival, prohibido no dejarse la piel en cada entrenamiento y en cada enfrentamiento, prohibido adelantar acontecimientos, prohibido decir una palabra más alta que otra...


La fórmula era simple y nítida, basada en un pensamiento fijo, casi obsesivo: el CAI tenía que dedicarse a ganar partidos, olvidarse de lo que hicieran sus rivales (algún tropiezo sufrirían) y sobre todo, medir al milímetro los mensajes lanzados a través de los medios de comunicación. Delante de una grabadora o de un micrófono, cuidado con decir que vamos a ascender. Delante de una cámara, cuidado con aparentar euforia o prepotencia. Solo existe un mensaje: la vida empieza y acaba en el próximo partido. Y si el periodista insiste porque está en su papel, el discurso se repite las veces que sea necesario.


"Al que intenta comentar algo lo hacemos callar o que no hable demasiado para no salirnos del camino que estamos transitando. De lo contrario, se puede perjudicar al grupo". La confesión es de Paolo Quinteros, una de las referencias. Y sus palabras prueban que existe una estrategia común.


Porque el deporte está lleno de tragedias en el último minuto (que se lo pregunten a su compatriota Abondanzzieri, portero del Getafe) y toda prudencia siempre es poca: "Nada está dicho todavía. Pasan muchas cosas en todos los órdenes de la vida donde se ve que festejar antes de tiempo puede tirar todo por la borda", asegura Quinteros.


La noche en el diván


El escolta argentino recuerda cómo fueron los días posteriores a aquel 15 de febrero. "Lo bueno de la derrota con Bruesa fue que llegó pronto, antes del tramo decisivo. Nos sirvió para replantearnos que si el equipo no estaba al cien por cien era vulnerable; y al ver que las posibilidades se nos escapaban, nos dimos cuenta de que no había más margen de error, de que había que entregarse, venir a entrenar a cara de perro y no subestimar nunca a ningún rival".


Para salir de cualquier bache, la primera medida es diseñar un camino. "El equipo tenía que ir cabizbajo, despacio, haciendo las cosas partido a partido, porque esa era la única manera para entrar en esta dinámica. En su momento no solo dependía de nosotros, hacía falta que perdiera Bruesa. Nos dieron la oportunidad y no la dejamos pasar", afirma el tirador rojillo.


Con el paso de las semanas y las sucesivas victorias, el entorno alimentaba rápidamente su ilusión. En las crónicas, la palabra ascenso se repetía cada tres líneas. Y luego cada dos... "Pero el equipo ha sabido no descentrarse y hoy por hoy estamos muy bien y cada vez más cerca del objetivo. No obstante, cada cual sabe que no debe salirse un pasito del camino", concluye Quinteros, en clara alusión al vestuario.