REAL ZARAGOZA

El antibiótico perdió su efecto

El Sporting desnudó de nuevo al Real Zaragoza después del efecto placebo vivido en el equipo aragonés en las últimas tres semanas. El varapalo sufrido es un serio aviso de lo mucho que queda aún por sufrir

Tres partidos ha durado el periodo de mejoría del enfermo Real Zaragoza. Nada más. Ayer se acabó el viento de cola y volvieron las turbulencias. El positivo cambio de tendencia que experimentó el equipo blanquillo hace 20 días en Canarias, que tuvo continuidad en La Romareda frente al Sevilla y que prolongó su vigencia el otro día en Valladolid, se truncó de raíz en un penoso partido ante el Sporting, otro fiasco más en este calvario de temporada que está tocando vivir de nuevo al sufrido e inerme zaragocismo.

 

El cuadro asturiano, con su fútbol alegre, académico y descarado, provocó que el efecto placebo que disfrutaba el zaragocismo desde el último día de enero se evaporase en un abrir y cerrar de ojos por pura incapacidad. Ayer, al abandonar el estadio municipal, la mayoría de los decepcionados zaragocistas se dieron cuenta de que el antibiótico aplicado por Agapito y sus ministros en el alborotado mercado invernal de fichajes ha perdido su efecto revulsivo. La medicina que revivió al moribundo hace tres semanas en Tenerife necesita una revisión de urgencia por parte de los médicos de cabecera. El tratamiento de choque aplicado, a base de muchos fichajes nuevos, mezclados con otra cantidad relevante de despidos que cambiaron la faz del grupo de forma radical, requiere de una drástica renovación de la medicación.

 

Lo ocurrido ayer en La Romareda demostró que la excelente reacción que experimentó el Zaragoza en los tres partidos anteriores de la mano de los Contini, Suazo, Colunga, Jarosik, Eliseu, e incluso Edmilson, necesita de una modificación urgente en las dosis y las fórmulas farmacológicas que Gay -y sus consejeros de los despachos nobles- han de suministrar a este heterogéneo e inconexo plantel. A nadie debe extrañar que estas sean sus nuevas señas de identidad, ya que todo lo que está ocurriendo en este vestuario desde hace cuatro o cinco semanas es fruto de su forzada y urgente mutación. Como se ha advertido desde el inicio de la metamorfosis ordenada por Agapito y ejecutada por sus piezas de confianza en un mes frenético -enero-, el Real Zaragoza vive una pretemporada con partidos de verdad, nada que ver con los amistosos estivales utilizados para cohesionar los nuevos equipos cuando las cosas se hacen en tiempo y forma, en su momento natural. No contra la lógica, apresurada y desesperadamente, tal y como lo ha debido hacer la regencia zaragocista por culpa de sus mayúsculos errores del pasado reciente y que, obviamente, aún está purgando (y lo deberá hacer hasta que la Liga acabe, ya sea con un final feliz o con un epílogo catastrófico).

 

El Sporting puso en evidencia las enormes carencias que sigue teniendo el actual Real Zaragoza. Le metió tres como le pudo haber endosado seis. Al contragolpe, los gijoneses mataron a un equipo acartonado, sin capacidad de reacción ante las dificultades, sin cintura para cambiar sobre la marcha los defectos que el propio juego y las virtudes del adversario fueron sacando a relucir con el paso de los minutos.

Se sufrirá hasta el último día

Los tres partidos previos, los del efecto placebo surgido entre los más proclives a aferrarse a un clavo ardiendo cuando Agapito, Herrera y compañía están de por medio, habían concluido con 7 puntos de 9 en las alforjas blanquillas. El antibiótico Contini, la penicilina Suazo, la terramicina Colunga -entre otras sustancias- hicieron reaccionar al muerto en tres semanas de esperanza. Pero, como advirtió después del partido el entrenador del Sporting, Manolo Preciado, ningún equipo gana de forma perenne, como tampoco ocurre en sentido contrario. Las rachas se truncan cuando menos se espera y, si se trata de un equipo ubicado en la cola, lleno de dificultades de largo recorrido, los riesgos son mayores por puro sentido común. Si alguien considera todavía que los Contini, Suazo, Colunga, Jarosik, Eliseu o Edmilson, por sí solos y por arte de magia, van a sujetar permanentemente las victorias y los empates del Zaragoza, es que vive en la paranoia. Éstos, los nuevos, deberán de casar cuanto antes con los veteranos. Y, por ahora, hay muchas lagunas en ese propósito. Miles.

 

Otro efecto clásico en este tipo de dolencias deportivas y morales que padece el Zaragoza de este año es el gaseoso, el efervescente en los recién llegados. Uno o dos buenos partidos tras el debut, derivados de sus ganas de agradar, de su hambre por triunfar en nueva plaza. Ha pasado siempre y seguirá sucediendo. Pero es necesario saber que, tras esos inicios fulgurantes en muchos refuerzos de nuevo cuño, existe el riesgo de depresión individual, de caer fagocitados por las malas vibraciones de un entorno malévolo de imposible control.

 

Ayer, Gay y Nayim se volvieron locos en la banda. Abroncaron como nunca a jugadores como Pennant, Ponzio, López y, sobre todo, Arizmendi (mal rollo se vio en este caso concreto). Nadie respondió a lo programado y el retroceso fue palpable. Vuelven los nervios, los reproches, el vértigo. Realmente, es que no se habían ido nunca.