REAL ZARAGOZA

Capitán Zapater

Fue un partido -otro- malísimo. Un bodrio en el que el Zaragoza volvió a estar atrancado fuera de casa. Un día más, el horizonte se tornó oscuro. Solo Zapater lo iluminó mínimamente. Ojalá sirva.

¡Viva Zapater y viva su cabezonería aragonesa! Bendita sea la obcecación del ejeano por sacar la falta que, en el minuto 82, fue señalada por Iturralde a favor del Real Zaragoza al borde del área por un derribo sobre Aimar. Gloria al arranque de orgullo que tuvo el capitán del equipo en el momento de ejecutar ese golpe franco y que le llevó a discutir, como nunca antes lo había hecho, con su compañero Gabi y hasta con el propio Aimar.


Cuando se produjo la falta, los tres buscaron ser los encargados de llevar a cabo el lanzamiento de ese tiro libre, el lance en el que acabó gestándose el gol del empate a uno final. Era uno de los últimos cartuchos del Zaragoza, que estaba a punto de despeñarse montaña abajo desde lo alto de Montjuic. Gabi corrió a buscar el balón para plantarlo en el suelo y, así, ganar el derecho de ser él quien tirase el castigo. Aimar habló con él por si le dejaba hacerlo a él. Y, en estas, llegó desde la zaga Zapater.


El cincovillés se agachó junto a Gabi y le habló a la oreja para solicitarle la autoría del chut de la esperanza. Gabi cabeceó negativamente. "La he cogido yo y es mía", pareció decirle, tal y como pasa en la más tierna infancia, en tiempos del colegio. Y ahí surgió la casta de Zapater que, por primera vez en su aún breve trayectoria en el primer equipo zaragocista, hizo uso de sus galones de capitán. Después de gritar enfadado hacia el infinito, optó por robarle el balón plantado a Gabi y, ante la mirada atónita de sus compañeros, retrasó un par de palmos la ubicación de la pelota sobre la hierba e inició la maniobra de la botadura del golpe franco sin que nadie osara rechistarle. La falta, por narices, iba a ser para él.


Y gracias a Dios, su gesto de valentía, de compromiso, de implicación, tuvo el premio esperado. No de manera directa, cual habría sido si el balón golpeado por Zapater hubiese ido a gol de manera directa, pero sí provocando el penalti que Oliveira transformó en el 1-1 un minuto después. El chut de Zapa fue a parar a los brazos de Rufete, el último hombre de la barrera espanyolista, e Iturralde tuvo el ojo fino para cobrarse la pena máxima que redimió al Zaragoza cuando ya agonizaba.


Esa larga acción, esos dos minutos tan peculiares protagonizados por el capitán aragonés, pueden haber dado el único sentido positivo que tuvo ayer el deficiente partido que, una vez más, jugó el cuadro blanquillo en su agonía por salvar la categoría. Y quién sabe si le han dado el soplo de aire decisivo para consumar, en apenas 20 días, la deseada permanencia en Primera División. Al menos, con ese tanto postrero, cuando solo restaban 360 segundos para concluir el partido, el Zaragoza respira y sigue viviendo a estas horas, aunque de nuevo haya caído en la asfixiante zona de descenso a Segunda.


Hasta dentro de tres semanas (cuando la Liga concluya), no sabremos si este punto rescatado por el equipo de Villanova en los estertores del duelo de Montjuic, es o no válido para seguir en la elite del fútbol español. Pero, dentro del chasco y el vértigo que produce verse de nuevo hundidos en la zona letal de la tabla -cuando ya solo faltan 4 partidos-, al menos permite acumular el tercer partido consecutivo sin perder, sumando puntitos en esa mini liga que se inventó Villanova tras el caos ante el Betis para dotar a la plantilla de nuevos alicientes dentro de la desesperación colectiva.


Y, ese gol y el punto sumado in extremis, a pesar de ser momentáneamente inútil para eludir una de las plazas que llevan de cabeza al infierno de Segunda, también sirvió para premiar el apoyo incondicional de los más de 2.000 aficionados zaragocistas que estallaron tras el tanto de Oliveira desde los once metros como si hubiera sido el de la salvación final.


Lamentablemente, la realidad es otra bien distinta y habrá que seguir sufriendo muchísimo hasta el último día. En principio, se sabía, ayer solo servía la victoria. Por ello, el empate final es un mal menor. Un parche que evita lo que hubiese sido una lacerante derrota ante un rival, el Espanyol actual, roto en jirones y que estuvo a punto de tumbar al Zaragoza sin tirar a puerta en todo el partido.


Porque, así fue, Riera anotó el 1-0 sin querer. En un centro lejano que se envenenó y dejó a César en evidencia de forma dolorosísima. Y la única ocasion clara de los catalanes la falló Luis Gª a bocajarro por no encontrar balón y chutar al aire. O sea, que no tiró a puerta.


Fue un partido -otro- malísimo. Un bodrio en el que el Zaragoza volvió a estar atrancado fuera de casa. Un día más, el horizonte se tornó oscuro. Solo Zapater lo iluminó mínimamente. Ojalá sirva.