Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

El jugador perfecto, torturado por la ansiedad, que quería ser el único dios

Tennis - French Open - Roland Garros, Paris, France - June 11, 2023 Serbia's Novak Djokovic in action during his final match against Norway's Casper Ruud REUTERS/Clodagh Kilcoyne TENNIS-FRENCHOPEN/
Un gesto característico de Novak Djokovic con su característico revés a dos manos. El serbio perseguía un lugar solitario en la cumbre y ya lo ha logrado.
CLODAGH KILCOYNE

Es fácil sospechar que eran muy pocos lo que pensaban que el fino pero frágil Casper Ruud, de 24 años, podía vencer a Novak Djokovic, de 36, que se convierte con su impresionante palmarés en el mejor tenista masculino de todos los tiempos. ‘Nole’ ha sufrido lo suyo con su carácter más bien díscolo, su arrogancia y su vulnerabilidad, que parece haber remontado.

Desde muy joven se vio que estábamos ante una figura impresionante: lo hacía todo bien. Poseía un juego seguro desde el fondo, algo más impaciente que el de Rafael Nadal, un ‘drive’ poderoso y profundo, y un revés a dos manos, prácticamente sin igual. Además, su variado saque, terrible también, versátil y esquinado, le permite ganar muchos tantos, y ejecuta con más que corrección, sin fisuras, todo lo demás: la volea, el globo, la dejada. Si ese modo de desenvolverse era incuestionable, a Djokovic le faltó un poco de calma o de paciencia en los mejores días de Roger Federer y Nadal, torturado por la ansiedad, aunque se mostró a menudo tan sólido como ambicioso, tan confiado en su talento como atrevido y desafiante.

Si uno mira su carrera puede quedarse boquiabierto: se necesitan algunos folios para explicar sus logros y sus récords. Con la victoria de ayer logra haber ganado tres veces al menos todos los trofeos del Gran Slam: tres veces Roland Garros y el Open USA; diez veces el Open de Australia (ya lo ganó en 2008, a los 21 años) y siete veces en Wimbledom. Ahí queda eso: 23 títulos, uno más que Nadal, y casi podríamos deducir o imaginar, sin mucho riesgo, que podría llegar a los 25 y superar incluso a la australiana Margaret Court, con 24.

El llamado ‘Big Three’ ha vivido una rivalidad increíble: acuérdense de las lágrimas de Federer en Australia tras perder con Nadal, por ejemplo. Y entre los tres han logrado 65 títulos, algo que no había pasado jamás. El que les sigue en entornados fue Pete Sampras, con 14, que nunca pudo ganar en Roland Garros; tampoco lo pudo hacer Ivan Lendl en Wimbledon. Quizá el jugador histórico de calidad al que más se parezca Djokovic sea al checo. O a Bjorn Borg, por su contundencia, su movilidad y su juego desde el fondo de la pista. En 2011 fue el mejor de largo con tres títulos: ganó en Australia, en Wimbledon y en Estados Unidos.

Novak Djokovic se ha ido fortaleciendo con el paso del tiempo. Ha ganado en concentración y aplomo, hasta el punto de superar en ocasiones a nuestro gran mentalista, Rafa Nadal, con quien jugó en Wimbledon-2018 una de las semifinales más apasionantes de todos los tiempos y ante quien cedió en varias ocasiones en Roland Garros. Djokovic, más allá de sus rarezas o de su teatralidad desmesurada, lo hace todo impecablemente: no posee la finura ni la elegancia de Federer, pero realiza un tenis avasallador, de los que no dejan resquicio, de los que desesperan. De energía y calidad.

Compite a cara de perro, con furia de pantera. Resta como nadie y sus golpes son auténticos latigazos de precisión. Y tiende a ir de menos a más: puede perder en un torneo importante varias veces los dos primeros sets y ganar el partido. Posee una fe ciega en sí mismo y le gustan las gestas y los gestos.

Algunas actitudes suyas vinculadas con la vacuna de la pandemia y algunas lesiones misteriosas –denunciadas hasta por Andy Roddick tiempo atrás– han retrasado que esté solo en la cumbre. Por diversas razones no suele caer bien, pero es un tipo especial, divertido, plurilingüe, buen imitador de tics y de voces (Nadal, desde sus días en que fue bautizado ‘El Apache’, se lleva la palma de sus burlas y homenajes), con inclinación a la gestualidad, un poco histriónico, quizá porque se sabe malquerido, que ha creado una Fundación para acoger y proteger a los huérfanos de guerra, y es embajador activo de Unicef. Nada de ello es desdeñable, pero su condición de héroe de nuestro tiempo y quizá para los siglos venideros la ha logrado en las canchas de tenis, especialmente en las pistas de superficie dura.

Nadal, siempre al quite y señor, le ha felicitado de inmediato. Da la sensación de que su cuerpo ya no le permitirá a volver a ganar un Grand Slam. Ojalá pueda, claro. Nos haría muy felices.

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