Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Martin Heidegger, Beckenbauer, Rüdiger y algunos ecos de la Roja

Franz Beckenbauer, Balón de Oro de 1972 y 1976,y campeón del mundo en Alemania-1974 como capitán de su país.
Franz Beckenbauer, Balón de Oro de 1972 y 1976,y campeón del mundo en Alemania-1974 como capitán de su país.
Archivo Heraldo.

El azar nunca duerme y menos cuando de fútbol se trata. Este fin de semana, ordenando libros alemanes de mi biblioteca, me encontré con una biografía magistral, ‘Un maestro de Alemania. Martin Heidegger y su tiempo’ (Tusquets), de un escritor no menos magistral: Rüdiger Safranski, un gran especialista en el romanticismo germano. Su nombre, un poco antes de que España se enfrentase a Alemania, me hizo pensar en Antonio Rüdiger, el central madridista de la selección de su país que forma línea con otro central correoso y grandullón como Süle. Ambos se parecen poco a grandes defensores históricos del combinado nacional alemán: Schulz, Augenthaler, Stielike, Hümmels o Lothar Mathäus, entre otros.  

Aunque el gran defensor alemán, el más elegante, el más sofisticado, el más técnico fue Franz Beckenbauer (Múnich, 1945), un futbolista extraordinario que habría podido jugar con chaqué. Lo que uno no esperaba es que Martin Heidegger, un hombre complicado que amó a Hanna Arendt y que tuvo una relación difícil con el poeta Paul Celan, que se arrojaría al Sena en París, fuese un admirador absoluto de Beckenbauer, que jugó tres mundiales, lideró a la Alemania que ganó en 1974 y deslumbró al mundo en 1966, marcando a Bobby Charlton, y en 1970, donde se erigió en un héroe con el brazo en cabestrillo como volante de ataque, capaz de marcar goles. Más tarde, capitán del Bayern Munich, ganó tres Copas de Europa, después del Ajax del fútbol total de Johann Cruyff y Johann Neeskens, con aquel conjunto integrado, entre otros, por Maier, Breitner, Uli Hoennes, Gerd Müller y el ‘kaiser’, como lo llamaban a él.  

Beckenbuer marcó una época y alumbró, mejor que nadie, una forma distinta de jugar en la defensa en el denominado puesto de líbero. En Sudamérica lo intentó con éxito Elías Figueroa, el formidable defensor chileno, y en Europa, el cinco alemán, que antes había sido un cuatro con proyección al ataque y capacidad goleadora, tuvo distintos discípulos de mucha altura: los italianos Scirea y Baressi; el austriaco Bruno Pezzey; el francés Trésor, la perla de ébano; el canario Tonono, que murió a consecuencia de una septicemia antes de los 30 años; el inglés Bobby Moore, un auténtico maestro en su demarcación, y años después Gerard Piqué se hizo acreedor al apodo de Piquenbauer, e incluso así fue despedido en el Nou Camp hace unos días, tras anunciar su adiós. 

Ninguno fue tan grande e incomparable como Beckenbauer, que perdió la final del 66 ante Inglaterra con gol fantasma incluido, y cayó en aquella semifinal épica ante Italia en México-1970. En el Mundial de 1974, Beckenbauer tuvo que asumir el mando de su equipo, entrenado por Helmut Schöen. Y lo hizo, tras el batacazo contra Alemania Oriental. Aunque estaba viviendo una historia de amor con una bella periodista germana, hizo e deshizo para que los suyos pasaran a la final tras derrotar a la Polonia de Lato y Deyna. En la final se enfrentaron a la Naranja Mecánica de Cruyff; el juncal ‘holandés volador’ fabricó un penalti a los 50 segundos; Neeskens lo tiró por el centro, duro y a media altura, y marcó. Poco a poco, se apagarían los favoritos y emergerían Beckenbauer, Müller, Holzenbein y Breitner, y los alemanes se quedaron con el título. Era el segundo de los cuatro que atesoran.  

Rüdiger Safranski: "Heidegger, todavía bajo la inmersión fresca de un partido interregional de fútbol, prefería hablar sobre Franz Beckenbauer. Sentía gran admiración por la delicadeza con la que éste trataba el balón, e intentaba visualizar ante el admirador oyente las filigranas de su juego"

¿Qué dice Martin Heidegger de Beckenbauer? Rüdiger Safranski cuenta que iba a casa de los vecinos para ver partidos de fútbol internacional y que experimentó auténtica excitación ante un Hamburgo-Barcelona. Y algo más adelante añade: “El entonces director artístico del teatro de Friburgo, encontró una vez a Heidegger en el tren y pretendió desarrollar con él una conversación sobre literatura y teatro, cosa que no logró, pues Heidegger, todavía bajo la inmersión fresca de un partido interregional de fútbol, prefería hablar sobre Franz Beckenbauer. Sentía gran admiración por la delicadeza con la que éste trataba el balón, e intentaba visualizar ante el admirador oyente las filigranas de su juego. Calificaba a Beckenbauer de ‘jugador genial’ y ensalzaba su ‘invulnerabilidad’ en la lucha a dos. Heidegger se permitía con toda naturalidad juicios de experto; y estaba autorizado a ello, pues en Meskirch no sólo tocó las campanas, sino que también había disparado el balón con éxito como extremo izquierdo”.  

Martin Heidegger, octogenario ya, manifestaba pasión y obsesión por Beckenbauer.
Martin Heidegger, octogenario ya, manifestaba pasión y obsesión por Beckenbauer.
Archivo HA.

De la selección de su país, que jugó un partido tenso e igualado con España –los de Luis Enrique dejaron escapar la oportunidad de mandar a casa a un gran rival y eterno favorito con todo a favor-, Martin Heidegger no tendría mucho donde elegir. Quizá Kimmich, del que casi todos esperábamos un poco más, y de Musiala, un joven artista al que es difícil parar. Ni Rüdiger ni Süle habrían sido de sus predilectos, creemos. Lo más seguro, nos parece, es que se hubiera fijado en Pedri, que parece un místico iluminado por la calma, y en Laporte, que no es Beckenbauer ni Piqué, pero sabe sacar el balón jugado desde atrás, con sentido y sensibilidad.   

 

 

  

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