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La noche inolvidable de los colosos o de cómo Neymar pareció inmenso

El Paris Saint Germain pierde en casa con el Bayern Múnich por la mínima y elimina al campeón de 2019-2020, que no se dio nunca por vencido

Paris (France), 13/04/2021.- Paris Saint Germain's Neymar Jr (L) and Bayern's Manuel Neuer (C) in action during the UEFA Champions League quarterfinal second leg soccer match between Paris Saint-Germain and FC Bayern Munich, in Paris, France, 13 April 2021. (Liga de Campeones, Francia) EFE/EPA/IAN LANGSDON PSG vs FC Bayern Munich
Paris (France), 13/04/2021.- Paris Saint Germain's Neymar Jr (L) and Bayern's Manuel Neuer (C) in action during the UEFA Champions League quarterfinal second leg soccer match between Paris Saint-Germain and FC Bayern Munich, in Paris, France, 13 April 2021. (Liga de Campeones, Francia) EFE/EPA/IAN LANGSDON PSG vs FC Bayern Munich
IAN LANGSDON

París vivió anoche un partido colosal. Emocionante, vibrante, impredecible. Jugaban dos de los mejores equipos de Europa: el Bayern Múnich, que en la campaña anterior había pasado el rodillo avasallador allá por donde iba y ganó seis títulos (entre ellos la Champions), y parecía ya, al fin, tras años de búsqueda, la ‘nueva máquina’ del fútbol total, eminentemente físico pero con muchas antorchas técnicas, y el Paris Saint Germain, el bloque de las grandes estrellas, especialmente arriba: Neymar, Mbappé y el ‘fideo’ Di María. El choque tenía precedentes: la final del año anterior, ganada por la mínima por la bávaros, y el enfrentamiento épico hace pocos días en Múnich. Allí, los pupilos de Flick dieron una lección de juego, de poderío, de remates y ocasiones, sin demasiada fortuna, pero perdieron ante el contragolpe feroz y demoledor de Mapeé especialmente. El mundo al revés. O el fútbol como siempre: la eficacia del gol es el mejor tesoro. La prosa seca y contumaz de este juego.

Ayer el partido lo tuvo todo. Despliegue, seriedad e instinto, por parte de los alemanes, hechuras de cemento armado y concentración, aunque pálida defensa. Fantasía, rapidez y preciosismo de los morados. Los alemanes se hicieron con los primeros minutos del partido, con más vehemencia y energía que auténtica calidad, pero este equipo necesita poco para generar ocasiones. Con el sutil Kimmich al mando, el equipo fue ganando posiciones y gozó de varias oportunidades nítidas. A trompicones, por obstinación, por poderío, porque no habían ido a pasearse. Y porque eran los campeones. Y el equipo de Pochettino, poco a poco, fue recuperándose, como si entendiese que había que hacer al menos un doble sobresfuerzo: el del combate y el de la clase. Y este no tardó en aparecer de la mano de sus virtuosos del juego, tan distintos.

Neymar pareció ayer el mejor futbolista del mundo; da igual que se adorne o no, que sea barroco en sus movimientos y sus amagos, era capaz de todo y generó espacios, elaboró jugadas, hizo que todos bailasen su bossanova. Dio la sensación de que nadie sería capaz de arrebatarle el balón. Y la centella Mbappé estaba casi a su altura: cómplice, vertiginoso, hambriento de gloria, con ese cambio de ritmo que hace de él un velocista imparable. Y Di María jugaba mejor que nunca, con la pelota cosida o imantada al pie, y un regate deslumbrante. Tras marcar el Bayern, por insistencia y ambición, el recital de los tres delanteros del París St. German fue increíble. Y Neymar parecía que podía levitar de un momento como si avanzara por el perfil del aire. Los últimos diez minutos de la primera parte fueron de arrebato, de calidad suprema, de tensión. A los franceses les pasaba lo mismo que a los alemanes en Múnich: merecían gol, pero aparecían los postes, el infortunio; la punta de la bota no llegaba en el último metro. El prodigio del bello fútbol se entretejía de fatalidad.

La segunda parte fue más igualada. Se repartieron las ocasiones. La clase no fue tan rutilante pero tuvo un abanico de gestos, de regates, de túneles, de controles y de peligro que no cesaba al contragolpe. Y el París St. Germain, un poco a contrapelo, seguía buscando el gol. No lo lograría. Y el Bayern tampoco: sus jugadores salvo Kimmin, Colman (bastante entonado todo el partido, atrevido y persistente) y Sané, que renació en la segunda mitad, no son exactamente unos artistas. Son laboriosos, honestos, se lo creen. Tienen oficio y una condición física de roquedal. Y ayer nadie se lo creyó como el defensa Lucas Hernández, que lo detuvo todo. En los últimos segundos Sané tuvo una ocasión de oro. Pero esta vez, el fútbol contemporizó: premió a los muniqueses con la victoria más inútil de su carrera y dio el paso a los franceses. Es decir, los dioses del juego se quedaron con los ases. Con esos futbolistas que enamoran.

En los últimos segundos Sané tuvo una ocasión de oro. Pero esta vez, el fútbol contemporizó: premió a los muniqueses con la victoria más inútil de su carrera y dio el paso a los franceses. Es decir, los dioses del juego se quedaron con los ases. Con esos futbolistas que enamoran

Que haya pasado el París Saint Germain no quiere decir nada más que lo que ya sabíamos: es un gran equipo, ha crecido, tiene un buen entrenador. O acaso sí debemos deducir algo más: Neymar está más cercano de lo que tanto andaba buscando (la Champions, la condición de mejor futbolista del planeta) pero aquí, en esta competición, nadie regala nada. Siempre aparece el enemigo modesto que no se esperaba y es respondón. Para vencer hay que desfondarse y encontrar el fondo de la red; hay que tener suerte y convicciones. El París Saint Germain fue inferior en casa al Barcelona, no así en el Nou Camp, y ayer ‘ganó’ (es decir, pasó) con mucho esfuerzo, agónicamente. Pudo haber sentenciado y incluso acariciar una pequeña goleada. Y, felizmente, para el espectador, lo que se vio en París fue un espectáculo maravilloso. Un partido de los que se aprende mucho y de esos que querrías que no terminasen nunca. Se hacía inolvidable minuto a minuto.

Ander Herrera, que salió al final, tiene más derecho que nunca a soñar con la Champions.

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