No seas chicazo

También en el deporte surgen discriminaciones.
También en el deporte surgen discriminaciones.
HERALDO

Cuando yo era pequeña, era habitual usar el calificativo ‘chicazo’ para recordar a las niñas todo lo que no debíamos hacer, y que solía coincidir con las cosas más divertidas: subir a los árboles, jugar a las canicas, mancharse de barro...

Si no eras limpia, modosita y femenina, eras un chicazo. Y eso –a todas nos quedaba claro– no era bueno.

Me acuerdo de aquello estos días, cuando leo las noticias sobre las atletas con exceso de testosterona a las que no se permitirá competir si no reducen la cantidad de esa hormona en su cuerpo.

Y me pregunto qué pasaría si ese criterio se aplicará a otras disciplinas deportivas. Porque esas atletas no han hecho nada ilícito. Ellas son así, su cuerpo produce esa testosterona de manera natural. Y en esto del deporte, se supone, triunfan los más dotados, aquellos cuyas cualidades físicas les permiten alcanzar logros que nos están vetados a los demás. Músculos de acero, un corazón muy fuerte o –¿por qué no?– un poco más de testosterona.

Prohibir competir a estas atletas es como impedir a un tipo de 2,10 metros jugar en la NBA con el argumento de que la mayoría de la gente no mide tanto. Y a nadie se le ocurre sugerirle a Pau Gasol que se acorte las piernas o se quede en su casa, por alto.

Por eso, me da que esto del deporte femenino tiene más que ver con que esas atletas no responden al aspecto típico que se espera de una mujer.

Son chicazos. Y aunque en muchas cosas hemos mejorado, parece que ser un poco chicazo sigue estando tan mal visto como cuando yo era niña y quería ponerme pantalones en lugar de los dichosos vestidos de nido de abeja.

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