Una brecha peligrosa

El ascenso directo a Primera División se aleja a ocho puntos. El líder ya se escapa a once. El Real Zaragoza ha perdido pie de manera preocupante con su inexcusable objetivo de la temporada.

Diamanka pugan con Erice, centrocampista y capitán del Real Oviedo.
Diamanka pugan con Erice, centrocampista y capitán del Real Oviedo.
Mario Rojas/El Comercio

La fotografía del Real Zaragoza en la clasificación es tan desoladora como lo fue su fútbol en Oviedo, o lo son sus sensaciones: un equipo descompuesto, desalmado, carcomido por sus propias carencias. Enero se ha afilado y se ha clavado en las carnes del conjunto aragonés. Han bastado dos jornadas, con nuevo entrenador y con el mercado de fichajes abierto aunque vacío, para que la realidad de los números se haya tornado cruda y fría.


El ascenso directo ha cogido el precio de un diamante de cincuenta quilates. Queda media temporada por delante, pero la Segunda División suele engañar pocas veces. En Oviedo, el Zaragoza se dejó casi toda la credibilidad como aspirante a Primera División por la vía directa.


La desventaja no es definitiva, pero sí preocupante. El líder, el Alavés, queda ya a 11 puntos. La segunda plaza, la meta inobjetable de la temporada, ahora en manos del Córdoba, se aleja 8 puntos por encima. Estas distancias, en una categoría tan comprimida, pareja e igualada, en ese contexto tan poco propicio a dinámicas regulares, pueden resultar ya letales.


Además de los dos primeros, el Zaragoza también ha perdido pie de manera peligrosa con otros rivales: el Oviedo le saca siete puntos, Osasuna suma seis más, el Alcorcón se va a los seis también... El Leganés, sexto en la tabla, marca ahora la distancia más accesible para el Zaragoza: tres puntos.


Al equipo aragonés se le escapa el tren bueno. Hace un año, le sucedió algo parecido en la misma altura de la temporada. El Zaragoza acumulaba los mismos puntos, era noveno, y las posiciones de ascenso ya se levantaban diez puntos por encima. La desventaja se manifestaría irrecuperable, y asegurar la sexta plaza pasó a ser el objetivo primordial durante toda la segunda vuelta. Hace dos años, el Zaragoza estaba mejor. Tenía solo un punto más que ahora, pero era sexto y la segunda plaza estaba a tres puntos. Fueron lo mejores días de Paco Herrera en el banquillo, justo antes de que García Pitarch dinamitara el vestuario y desarmara el equipo.


Dos años después, en el hoy, enero se abría paso en la temporada como un mes de rasgos decisivos para el futuro del Zaragoza: un cambio de entrenador, la necesidad de mejorar una plantilla a la que se le están comenzando a observar las costuras, una clasificación que amagaba con romper las primeras distancias serias... Los rivales del Zaragoza no son mucho mejores, pero han evolucionado y asentado sus modelos. Ahí está la diferencia. El equipo aragonés se estancó en noviembre y su expresión apenas ha presentado progresiones.


Pero más allá de la brecha numérica, la alarma del Zaragoza suena en la brecha que se ha abierto en su identidad. Su fútbol es irreconocible: en Oviedo, nunca dio la sensación de poder ganar el partido, ni siquiera de competirlo. Solo una cuestión fue peor que su juego: sus sensaciones. En Zaragoza, son de sobra conocidos los efectos de estas malas vibraciones: la brecha acaba haciéndose imposible.

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