El futuro comienza hoy

El CAI, víctima de sus carencias habituales, añade una nueva derrota frente a un rival superior. El Valencia explota con sangre fría la debilidad defensiva y la falta de confianza del equipo aragonés.

Tomás Bellas trata de entrar a canasta ante Rafa Martínez.
Tomás Bellas trata de entrar a canasta ante Rafa Martínez.
GUILLERMO MESTRE

Por si no hubiera sido suficiente con el deficiente balance firmado en este decepcionante arranque de temporada, Andreu Casadevall constató anoche en el palco del Príncipe Felipe la ardua tarea que tiene encomendada desde hoy en adelante. El nuevo entrenador del CAI Zaragoza fue un privilegiado espectador de la enésima muestra de impotencia por parte de un plantel con la brújula desactivada, mendigo de confianza y carente de muchos de los valores que le acompañaban en un pasado no tan remoto.


La derrota frente al todopoderoso Valencia Basket –invicto tanto en la Liga ACB como en la Eurocup– se daba prácticamente por descontada. Ni siquiera las ausencias de dos de sus máximas estrellas, Sam Van Rossom y Bojan Dubljevic, insuflaban optimismo al pronóstico. La realidad es que Pedro Martínez gestiona un rico y profundo muestrario tan cargado de talento como de hambre y de experiencia. Desde el minuto uno transmitió, al margen de las contingencias puntuales del luminoso, una rotunda sensación de superioridad. Gobernó el partido como quiso y cuando quiso. Ni siquiera los aislados ataques de pundonor de los anfitriones les provocaban cosquillas. Daban la impresión de administrar los tiempos del partido a su absoluto arbitrio.


Algo parece haberse roto en este jarrón que es el CAI y volver a recomponer las piezas se antoja una misión hercúlea para Casadevall y para la entidad. Sintomático es que apenas acudieran 4.627 espectadores al pabellón para presenciar un duelo europeo frente al equipo más en forma del continente. El ambiente fue gélido, los ánimos escasos e incluso aparecieron algunos pitos. Curiosamente, el más ovacionado por la afición zaragozana fue un contrincante –y viejo conocido–, Jon Arnor Stefansson, quien no se apiadó de su antiguo equipo y esgrimió su islandesa frialdad para erigirse en verdugo.


Desde hoy mismo, Andreu Casadevall debe remover esta tierra enferma para que brote un nuevo CAI que vuelva a sintonizar con sus propias señas de identidad y con la menguante masa social. Entre los deberes del entrenador de Santa Coloma sobresale uno por encima del resto: reactivar la intensidad defensiva. El Valencia Basket, capitaneado por un Justin Hamilton en permanente estado de gracia, abrió un boquete insalvable y se disparó hasta los 84 puntos.


No se trata de un hecho aislado. En los últimos 4 encuentros la escuadra aragonesa siempre ha encajado 80 o más puntos. De hecho, únicamente en dos de los 14 choques que ha librado en las dos competiciones ha dejado al rival en menos de 70 puntos. Huelga comentar que la defensa es un cometido coral y solidario, deslucido y poco gratificante, pero esencial para que un colectivo sobreviva y descolle en le élite. Erradicar –o al menos minimizar– los tiros fáciles, aparcar las desconexiones y actuar de forma coordinada conforman el abecé de esta meta inexcusable.


Rearmar al grupo, dotarle de una confianza que le ha abandonado con el martilleo de cada derrota e introducirlo en una dinámica de trabajo y competitividad es el único camino conocido para abandonar este caída en picado hacia la autodestrucción. El nivel que se les presume a los jugadores está varios escalones por encima del que exhiben semana tras semana. Estrenan entrenador, manual y rutinas. No hay excusas. El futuro empieza hoy.

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