ARTE

La segunda vida de Baqué

José Ignacio Baqué vuelve exponer en Zaragoza tras una década en la que una grave enfermedad le ha tenido apartado de los pinceles y las galerías. Su nueva obra, más figurativa que la anterior y con un estilo muy moderno, trata de encerrar en un papel lo esencial de las cosas.

José Ignacio Baqué siente que ha vuelto a nacer. Una grave enfermedad le ha tenido casi diez años apartado del trabajo. Pero los difíciles tratamientos no han apagado su juventud interior. Tampoco han conseguido acabar con su estilo, muy moderno, que plasma en dibujos en tinta y acrílico, trazando rostros enigmáticos que buscan la mirada del espectador para que juegue con ellos. Su producción de los últimos dos años se puede ver en la muestra que hasta el 5 de diciembre exhibe la galería zaragozana Pepe Rebollo.


Baqué (Zaragoza, 1941) ha dedicado su vida a la pintura. Empezó en el arte con 14 años, y tras un breve paso por la Escuela de Arquitectura en Barcelona, volvió a Zaragoza. Llegaron los premios y las exposiciones, y en los primeros años de la década de los 70, la creación del grupo Azuda, del que fue miembro con Cano, Bayo, Blanco, Giralt o Lasala, entre otros artistas. Pero la experiencia fue breve y después de ella, Baqué emprendió el camino de la abstracción. Su obra le dio reconocimiento y la posibilidad de exponer en importantes salas y galerías. Lo mejor llegó con la retrospectiva que el Museo Camón Aznar le dedicó en 1997. Su última exposición fue en 1998. Y después, el cáncer, y el silencio en los lienzos.


El pintor abre la puerta de su luminoso estudio diez años después, cuando "lo negro ya ha pasado". Saca una carpeta y él mismo se sorprende de algunos de los dibujos que allí aparecen. "Cuando acabo de pintar un cuadro, lo vuelvo de cara a la pared", dice. Quiere que cada obra sea diferente a la anterior. No se copia a sí mismo y tampoco a sus contemporáneos. "No voy a las exposiciones, y no porque sea un descastado, sino porque no quiero tener influencias". Siempre ha intentado que cada obra sea independiente de las demás, "que sean redondas y se queden solas, que se paren en el tiempo", explica el pintor.


En esta nueva etapa, se ha alejado de la abstracción, queriendo buscar en la figuración un nuevo punto de arranque, volver a los orígenes. "Se me ha acabado el mundo de lo abstracto, aunque no lo tiro fuera. No digo que no vaya a volver a eso, porque nunca sé lo que haré mañana. Solo sé que mañana no me levantaré pronto, como ningún día". Trabaja "cuando le viene", y por eso le gusta tener su estudio en casa.


Baqué vive tranquilo, rodeado de sus cuadros, de su libros y de sus mujeres, que tanta importancia han tenido en su recuperación. Desde la doctora Isla, con la que tuvo "una comunión", pasando por sus hijas y nietos y nietas, que con su "inconsciencia maravillosa" son "lo mejor que tiene". Y su mujer, María José Barroso, que aunque ninguno lo diga con palabras, es en buena parte el motor de la obra de este artista aragonés.


Tal vez por esto, abundan en su obra reciente los rostros femeninos. "Vale para expresar muchas cosas. A mí me gustan las mujeres, los señores me parecen todos iguales". Y los colores siguen siendo los mismos: negros, ocres, rojos. Mantiene la manía de no poner títulos, porque "dan pistas falsas. Si digo 'señora triste' siempre será una señora triste. Pero en esa mueca también puede haber alegría, y soledad". Tampoco le gustan los críticos que hablan ex cátedra. "Aunque digan que soy maravilloso. Tienen que informar, orientar, pero no ir de genios".

La enfermedad no ha tenido nada que ver con el cambio en su obra, ha sido una experiencia personal que le ha servido para discriminar lo importante de lo que no lo es. Baqué está alejado del mundo cultural de la ciudad, aunque considera, y lo deja caer vagamente en la conversación, que a Zaragoza le falta una 'chispa' en lo que a arte se refiere. También ha dejado a un lado su compromiso político, que en alguna ocasión hizo explícito. Sigue creyendo en un socialismo, el suyo, en los méritos y en el trabajo. Por eso tampoco le gusta el mundo del arte actual, basado en subvenciones, "que va al revés de como debería ir".


El mal trago le ha "allanado el camino de vivir". "No hace falta esperar seis meses para ir a comer a Ferran Adrià, la tortilla de patata comida en la barra de un bar te sabe mejor". Eso es lo que hace ahora. Disfrutar de cada día y no pensar en nada más que en pintar. Baqué no se jubila de los pinceles.