CULTURA

Goya y su taller, un enigma que sobrevive a los estudios y los siglos

Los nombres de Mariano Ponzano, Felipe Abás, Felipe Arrojo, Luis Gil Ranz o Asensio Juliá se han asociado al del pintor aragonésLos historiadores del arte creen que ninguno de ellos, sin embargo, se acercó a la altura artística del de Fuendetodos

Mariano Ponzano, Felipe Abás, Luis Gil Ranz, Asensio Juliá, Felipe Arrojo, León Ortega, Dionisio Gómez Coma, Rosario Weiss... Son nombres de artistas que se han reconocido como 'discípulos' de Goya; y a algunos de ellos, como es el caso reciente de Juliá con 'El coloso', se les han atribuido obras de cierto calado. Pero, ¿que es lo que se sabe del tan traído y llevado taller de Goya? ¿Quiénes fueron los discípulos del pintor aragonés? ¿Hasta qué punto destacaron? ¿Tienen obras de envergadura?

 

Especialistas e historiadores del arte coinciden en afirmar que se sabe muy poco del taller. Incluso hay quien duda que existiera dicho taller, tal y como habitualmente se lo imagina.

 

"Los pintores superdotados no necesitan talleres. En un cuadro de Rembrandt o de Velázquez todo lo que se ve es de ellos, es una maravilla -señala el restaurador Carlos Barboza-. Y lo mismo sucede con Goya, del que puede decirse que prácticamente no tuvo taller. O no poseía dinero, o trabajaba en la Fábrica de Tapices, o no disponía de una clientela amplia... En realidad, cuando estuvo en condiciones de ejercer un magisterio, cuando fue nombrado director de Pintura de la Academia de San Fernando, se quedó sordo y tuvo que dejar las clases".

Los superdotados, sin taller

Barboza reconoce que el artista contó con ayudantes, pero subraya que ninguno de ellos tuvo envergadura artística. Y, sobre todo, que "es imposible que Asensio Juliá pintara una obra como 'El coloso". "Lo que pasa es que muchas veces se confunden términos -subraya-. Lógicamente, el pintor tuvo a su servicio gente que le ayudaba, generalmente jóvenes que le hacían los pigmentos o le montaban las telas, y que poco a poco iban aprendiendo y desarrollando tareas menores. Se sabe incluso que Juliá le ayudó a pintar en San Antonio de la Florida. A la altura de 1792 seguramente tenía lo que hoy consideraríamos un 'taller', pero no creo que los que le ayudaran hicieran otra cosa que tareas muy menores. Yo he restaurado unos 600 metros cuadrados de pintura mural de Goya, conozco su forma de trabajar como la palma de mi mano y cuando estudio una de sus pinturas veo esa forma de trabajar en todo el cuadro. Goya se lo hacía casi todo él. Los pintores superdotados no necesitaban taller". Otra cosa, concluye Barboza, es que enseñara dibujo y pintura a algún joven que le recomendaran. Y otra que artistas a los que se les aplica en algún caso la denominación de 'discípulos' sean en realidad seguidores , como es el caso de Esteve.

 

"Esteve era un colaborador -sostiene el historiador del arte Arturo Ansón-. Hubo un momento en que Goya no daba abasto y en el que se debieron de reproducir situaciones como ésta: acababa el retrato de un noble, y gustaba tanto que surgían amigos o familiares que querían copias. Como ya estaba trabajando en otros encargos, no tenía posibilidad material de hacer las copias, así que recomendaba: 'Para Esteve'. Este no era propiamente un discípulo de Goya, sino un pintor hecho y derecho, que recibía sus propios encargos pero que asumía como algo natural aquello que le derivaba el de Fuendetodos. Conocemos bastantes copias de originales de Goya hechas por Esteve".

Un arte sin comparación

Ansón desgrana datos de algunos de los 'ayudantes' de Goya. El primero, un zaragozano, Mariano Ponzano, que le ayudó en la realización de la 'Regina Martyrum'. "Su padre, como el de Goya, era dorador, y es casi seguro que se conocían. Lo enviaron a Madrid, donde debió ayudar por las mañanas a Goya en los tapices, y por la noche iba a las clases en la Academia de San Fernando".

 

Otro ayudante fue Luis Gil Ranz. "Tiene un perfil distinto. Se lo recomendaron a Goya para que le enseñara a cambio de una pensión real. Era muy buen dibujante". Y Ansón añade: "Otro de los que yo creo que fue discípulo de Goya, aunque muy pocos estudiosos lo mencionen, es Ignacio de Uranga. Era sobrino de un eclesiástico y lo mandaron pensionado a Madrid con cartas de recomendación a Goya. Acabó siendo profesor de dibujo".

 

Otro discípulo conocido fue el calaceitano Felipe Abás, cuya figura ha estudiado el historiador del arte Wifredo Rincón. "Su vida es muy desconocida -señala-. Sabemos que seguramente murió en 1813 y que Goya tenía confianza en él. Pero obras se han encontrado pocas". Abás trabajó en una de las pinturas más azarosas (a su pesar) de Goya: la 'Alegoría de la Villa de Madrid'. Encargado por el ayuntamiento de la ciudad, tiene un gran medallón en el que Goya pintó la cara de José Bonaparte. En ese medallón, y en función de los vaivenes políticos, se pintaron varias cosas hasta llegar al letrero 'Dos de mayo' que figura actualmente. En un momento dado, a Goya le pidieron que despintara el letrero 'Constitución' para que volviera a lucir el retrato del rey que estaba debajo. Y el aragonés, que no quería hacer esa engorrosa tarea, se la encargó a Felipe Abás. "Eso demuestra que tuvo un alto grado de confianza en él -subraya Rincón-. Pero una cosa es que le ayudara en algunas tareas, y otra muy distinta que estuviera a su altura artística. Conozco un retrato realizado por Abás y que está en una colección privada de Zaragoza. Es muy 'goyesco', pero no se puede comparar con el arte del de Fuendetodos".

 

¿Y Juliá? "Con lo que sabemos hoy, es imposible confundir una obra suya con otra de Goya", subraya Ansón. Entonces, si ninguno de sus discípulos o ayudantes se le puede comparar, ¿por qué hay tanto empeño en adjudicarles obras que siempre se han pensado que eran del de Fuendetodos? "Goya vuelve 'locos' a los historiadores -concluye con ironía Wifredo Rincón-. Su obra emociona tanto que hace perder el sentido".