entrevista

Thais Villas ('El Intermedio'): "El ‘qué dirán’, en un pueblo, es religión"

Fraga, Huesca, 1974. Periodista. Estudió Comunicación Audiovisual en Barcelona. Se ha consagrado como reportera de ‘El Intermedio’, el espacio de sátira política presentado en La Sexta por El Gran Wyoming, donde desde hace más de 15 años exhibe su extraordinaria gracia y desparpajo.

Thais Villas, con 7 años en Fraga (Huesca)
Thais Villas, con 7 años en Fraga (Huesca)
T. V.

¿Recuerda su infancia como una época feliz?

Muy feliz. No me he dado cuenta de lo feliz que he sido hasta que empecé a pagar facturas.

¿Qué le hizo llorar por primera vez?

El parto. Salir de un agujero tan estrecho me provocó un llanto desconsolado. Después el llanto asoló al resto de mi familia, cuando mi madre anunció qué nombre me iba a poner.

¿Recibió algún castigo que le dejara huella?

Castigo, ninguno. Amenazas, todas. Recuerdo especialmente una noche de fin de año que se alargó más de la cuenta: dos amigos de mi hermano tuvieron que placar a mi madre en la puerta de la discoteca para que no entrara a capturarme. Ese hubiese sido mi final.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?

Salir de fiesta, bailar, quedar con mis amigas… En definitiva: la noche.

¿Tenía algún complejo que le amargara?

Mis cicatrices. Cuando tenía 15 años me atropelló un coche justo en el puente viejo de Fraga. El coche rompió la barandilla y cayó, junto a mí y una amiga, en mitad del río Cinca. De aquel accidente salí viva de milagro porque mala hierba nunca muere, pero con una colección de cicatrices considerable, me salté la edad del pavo de golpe, una pena, porque prometía.

¿Cuál fue su calle?

La calle San Sebastián, donde vivía mi abuela Carmen y pasaba todas las tardes. La casa de mi abuela era el centro social de todo el vecindario: allí se reunían las vecinas para tomar café, hacer punto, comentar los decesos y criticar a los vivos.

¿Qué es lo que más y lo que menos le gustaba de Fraga?

La libertad de poder jugar en mitad de la calle y la independencia que tuve no tiene precio. Hice cosas que, viviendo en una ciudad, no hubiera podido hacer. Lo que menos, que esa independencia no es del todo plena porque en un pueblo todo el mundo sabe lo que haces, a qué hora entras, y a qué hora sales…y las noticias tardan muy poco en hacerse virales.

¿Cuál es el episodio que con más frecuencia vuelve a su memoria?

Cuando tenía 9 años montamos un grupo musical con unas amigas que se llamaba ‘Lluvia de estrellas’. Cantábamos y bailábamos por los pueblos acompañadas de una pianista que era nuestra profesora y coreógrafa, Carmen Borrás. Todo lo que ganábamos iba para la gente sin recursos.

¿Echa de menos haber hecho algo en su infancia?

Invertir en bolsa. Otro gallo me cantaría.

¿Qué imagen tenía de Felipe González?

Mucho mejor que la de ahora. Pero el que me gustaba de verdad era Alfonso Guerra, que siempre ha sido una folclórica en la tribuna y uno de los mejores monologuistas de España, muchísimo antes de que apareciera el Club de la Comedia.

¿Era religiosa?

Iba a misa todos los domingos con mi abuela. Fui a un colegio de monjas. Me bauticé (bueno, me bautizaron), hice la Comunión y hasta llegué a hacer la Confirmación. Más que religiosa fui teledirigida.

¿De qué modo le hizo sufrir el sentido del pecado?

Ir a un colegio religioso te deja taras de por vida. Sentimiento de culpa, miedos… Creo que la religión es algo que una persona tiene que elegir. Todo lo que le inculcas a un niño de pequeño lo arrastra el resto de su vida. Así estoy yo.

¿Vivió algún episodio que retrate el clima moral de la época?

La diferencia de trato entre hijos e hijas. Mi abuela siempre me decía que le hiciera la cama a mi hermano. Y yo le contestaba que mi hermano tenía manos y que podía hacérsela él solito. Como yo era contestona y muy de salir, mi abuela consideraba que había que atarme en corto. No iba desencaminada.

¿Hasta qué punto influía en su conducta el peso del ‘qué dirán’?

Mi padre siempre me dijo: «Haz lo que te dé la gana, pero intenta que nosotros no tengamos que agachar la cabeza por nada que hayas hecho». El ‘qué dirán’, en un pueblo, es religión.

¿Cuál fue su primer contacto con la muerte?

A raíz de mi accidente me di cuenta que la vida son dos días. Uno, si te descuidas. Ese fue mi primer contacto con la muerte. Con la mía propia, que la tuve muy cerca.

¿Cómo ganó su primer dinero?

Pintando batas de colegio para otros niños. Y me hubiera podido dedicar porque ganaba pasta. He llegado a pintar hasta Tortugas Ninja.

¿Cuál fue la primera canción que memorizó?

Muchas. Empecé a estudiar solfeo y piano a los 4 años. He cantado en la coral de la iglesia, en un grupo de amigas, en la ducha…

¿Había alguna persona a la que admirara de un modo especial?

A todas las que, cuando íbamos de bares, se sacaban 5.000 pesetas del bolsillo. Me parecía una fantasía que yo no viviría nunca en la vida.

¿Qué personalidad fue para usted una referencia poderosa?

Martes y Trece, esperaba los especiales de fin de año con más ilusión que a los reyes magos

¿Quiénes fueron sus grandes amistades?

Mis amigas de Fraga. Todavía conservamos la amistad.

De lo que le enseñaron sus padres, ¿qué es lo que caló en usted con más fuerza?

Mi madre siempre me dijo que nunca en la vida tuviese que depender económicamente de ‘un pantalón’ (sic). Y ahí sigo, trabajando como una burra para ganarme la vida, con lo bonito que debe ser vivir a la bartola siendo ‘señora de’.

¿En qué momento pensó a qué dedicar su vida?

Todavía me lo estoy pensando.

¿Por qué estudió Periodismo?

Soy totalmente avocacional. Quería estudiar en una universidad para salir de Fraga y poder ir al cine cualquier día de la semana y no tener que esperarme al sábado, que era cuando abría el cine Florida.

¿Hay algún defecto que detectara en su infancia y que aún no ha logrado superar?

Mi metro cincuenta y nueve  (siendo muy generosa conmigo misma).

¿Cuál fue su gran alegría?

Volver a pisar el instituto después del accidente. Y, como iba con muletas, poder saltarme todas las clases de gimnasia de 2º de BUP.

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